La tormenta perfecta
Madrid. 16/02/18. Teatro de la Zarzuela. Chapí: La tempestad. José Bros (Beltrán). Carlos Álvarez (Simón). Mariola Cantarero (Ángela). Ketevan Kemoklidze (Roberto). Carlos Cosías (Mateo). Alejandro López (Juez). Juan Echanove (Narrador). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Guillermo García Calvo, dirección musical.
Hace casi siglo y medio que Ruperto Chapí se embarcó en la búsqueda de la tormenta perfecta, aquella que se erigiese como la muestra de un teatro lírico nacional propio, más allá de la zarzuela como tal y en el camino de aquello que ya demostrara posible Barbieri con su Jugar con fuego. De este modo surgió La Tempestad, una acertada creación musical (en el terreno de las letras queda ya demostrado el plagio de Ramos Carrión sobre Le juif polonais de Erckmann y Chatrian, por más que aquel lo negara), que recoge significativas influencias. Wagner y su Holandés Errante por encima de todo, pero también Offenbach, desde luego Meyerbeer y algo de Gounod. Si se pretendía huir de las formas italianas para encontrar las propias, la sugerencia aquí acaba por venir del wagnerismo afrancesado, consiguiendo una historia plausible y una música más que digna.
Para recoger todo ello, el Teatro de la Zarzuela ha preparado una versión concierto con narrador. Una fórmula que funciona, sintetizando los textos y las acciones y que, si bien en algún momento puede flojear, como en la descripción de los sueños de Simón, para el resto de la obra se adapta magníficamente bien, más aún en una voz como la de Juan Echanove, grande del teatro, quien hace nada nos sobrecogía, en un escenario no muy lejano, con los sueños del mismísimo Quevedo.
Se suma la batuta de Guillermo García Calvo, de nuevo en un Chapí por estos lares y del que puede repetirse aquello que escribí para su Curro Vargas: una batuta plena de matices y de rica y sugerente densidad. Muy bueno su acompañamiento a las voces, cuidándolas (pudo notarse con José Bros), y concertándolas. Y en este punto se ha de alabar la labor del Teatro de la Zarzuela al recuperar no sólo el título, sino también de dotarle de unas voces protagonistas como las que se escucharon sobre el escenario. En otra época, en los noventa y con el patrocinio de alguna caja de ahorros hoy convertida en banco sufragado por todos, estas dos funciones fácilmente se hubieran trasvasado al disco para su comercialización. Ni se estila ni hay dinero, por lo que bien podría también haberse grabado para su retransmisión televisiva, pero ahí ya entran otros poderes en juego que en fin, parecen demasiado "complejos", por desgracia. Volviendo a la Zarzuela, de agradecer también la distribución de un nutrido programa de mano gratuito, tan satisfactorio que tal vez cabría preguntarse por qué no adaptar la fórmula para todas las producciones.
José Bros, quien reemplazaba al previsto Celso Albelo, demostró un canto entregado, de más a mucho más, con una elegantemente fraseada romanza inicial, aunque sin sobreagudo, y un cuidado exquisito en los matices. El otro tenor, Carlos Cosías, cantó con gusto, sabiendo hacer en el simpático Mateo (el pathos del Mateo cantado con el del Mateo narrado podría haberse conectado mejor al versionar el texto). Por su parte, el barítono Carlos Álvarez derrochó nobleza en cada sílaba de su canto, con unos medios privilegiados que fueron fuertemente ovacionados al término de su romanza.
La soprano granadina Mariola Cantarero regaló una de sus mejores noches en el teatro de la calle jovellanos, con un canto pleno de matices, filados y brillantes agudos. Conoce su instrumento y nos mostró el otro lado de su saber hacer, más allá de la comicidad demostrada en su última representación por aquí, en Luna de miel en El Cairo. Redondearon el reparto el solvente juez de Alejandro López y el seguro, efectivo y homogéneo Roberto de la mezzosoprano Ketevan Kemoklidze. Un mexicano y una georgiana que vienen a demostrar, una vez más, que la zarzuela no sólo puede llegar, sino que además puede servirse desde más allá de nuestras fronteras. Una realidad que ha reforzado el Teatro de la Zarzuela con los recitales de Javier Camarena y Elina Garanca, dedicados en exclusiva al género. Falta terminar por atraer a batutas y escenógrafos, y hacer de ello una constante, pero desde luego es un más que convincente camino, máxime encuadrado en esta Tempestad, que bien pareciera la tormenta perfecta bajo la que salir a bailar... o a cantar.
Foto: Teatro de la Zarzuela.