Barenboim Rattle MonikaRittershaus

 

Bocata austrohúngaro

Berlín. 24/02/2018. Philharmonie. Obras de Dvořák, Bartók y Janáček. Berliner Philharmoniker. Daniel Barenboim, piano. Dir. musical: Sir Simon Rattle.

Hace más de medio siglo, en 1964, un joven Daniel Barenboim debutaba con la Filarmónica de Berlín, entonces bajo la batuta de Pierre Boulez y con el Concierto para piano y orquesta no. 1 de Bartók en programa. Cincuenta y cuatro años después, nada menos, Barenboim ha vuelto a interpretar este concierto en la Philharmonie de Berlín, ahora bajo la batuta del saliente maestro titular de los filarmónicos, Sir Simon Rattle.

Sorprendió aquí un Barenboim ágil y brioso, capaz de imponerse al paso del tiempo, un punto insolente y confiado incluso, con una obra de compleja métrica y singular dinamismo en la que Bartók emplea el piano más bien como un instrumento de percusión. La complicidad entre Rattle y Barenboim, pero también entre Barenboim y los músicos de la Filarmónica, con los que tanto ha trabajado, deparó una versión a todas luces extraordinaria. Barenboim es un coloso y estos conciertos con la Filarmónica de Berlín no han hecho sino confirmarlo, encuadrados en mitad de una tanda de representciones de Tristan und Isolde, en una nueva producción estrenada en su Staatsoper.

A modo de ‘bocata’ -permítanme un guiño al genial Forges, recientemente desaparecido- el programa se abría y se cerraba con dos obras de compositores checos. En concreto, Antonín Dvořák y Leoš Janáček, con las Danzas eslavas Op. 72 del primero y la Sinfonietta op. 60 del segundo. Todo un “bocata austrohúngaro”, si tenemos en cuenta que tanto Dvořák como Janáček pero también el anterior Bartók nacieron en territorios que pertenecían por entonces al llamado Imperio austrohúngaro. Hoy en día, sin embargo, la Nelahozeves natal de Dvořák y y la Hukvaldy de Janáček pertenecen a la República Checa; y la Nagyszentmiklós de Bartók corresponde hoy a Rumanía.

En ambas partituras Simon Rattle demostró hallarse en su salsa, dirigiendo sin partitura, danzando con sus músicos y haciendo con ello las veces de todo un maître de balletExcitación y trascendencia, triunfalismo y contemplación, belleza y desenfado... todo ello se fue entrelazando sin solución de continuidad en una versión entusiasta y refinada de las Danzas de Dvorak. Memorable, en particular, la virtuosa recreación de la popular Danza no. 2, de un lirismo superlativo, pura filigrana.

La hermosa y quizá infravalorada Sinfonietta de Janáček es un caramelo para un director entusiasta y para una orquesta con semejante capacidad técnica. La paleta de colores que exhibieron y el dinamismo de su fraseo admiraban hasta la incredulidad. La redoblada sección de metales, ya desde la fanfarria inicial, epató con su inatacable solvencia técnica. Infalibles, así como lo fueron todos los atriles en esta versión. ¡Qué maravillosas intervenciones de las maderas! ¡Qué carácter en las cuerdas! Una hermosísima versión de una música que debería escucharse más.

Es curioso por cierto comprobar dónde ha brillado más, de manera sistemática, la batuta de Rattle en estos años berlineses: precisamente allá donde el color predomina, ya sea el impresionismo francés o el irisado repertorio bohemio. No en vano Rattle ha ocupado en varias ocasiones el foso de la Staatsoper de Berlín en las últimas temporadas, y siempre lo ha hecho con títulos de Janáček: Katia Kabanova en 2014 y 2017; y Desde la casa de los muertos, también en 2014. Y precisamente dirigió Pelléas et Mélisande de Debussy la pasada temporada, en una propuesta con Peter Sellars, tanto en Berlín como en Londres. Ahora que deja Berlín, sin duda hay que valorar el amplio repertorio que Rattle ha querido dirigir allí, pero más importante aún es separar la paja del trigo para encontrar sus mejores trabajos. Todos ellos coinciden, sin duda, con este citado repertorio, el mismo que bordó en el presente concierto del pasado fin de semana.