Una pareja de ensueño
Viena. 12/05/2018. Wiener Staatsoper. Saint-Saëns: Samson et Dalila. Roberto Alagna, Elīna Garanča, Carlos Álvarez y otros. Dir. de escena: Alexandra Liedtke. Dir. musical: Marco Armiliato.
Sin duda era una de las citas del año, el doble debut de Roberto Alagna y Elīna Garanča con los papeles protagonistas de Samson et Dalila de Camille Saint-Saëns, en una nueva producción de este título en la Ópera de Viena. Exhibiendo una voz grande, fácil y luminosa, con un metal auténtico, el instrumento en fin de un lírico puro que ha ganado enteros, Roberto Alagna ha firmado un debut extraordinario, confirmando que es quizá la última gran voz de tenor lírico comme il faut de las últimas décadas. Tras protagonizar precisamente en Viena unas exitosas representaciones del Otello de Verdi y un par de funciones de Turandot, en la parte de Calaf, el tenor francés ha sumado así un nuevo rol a un repertorio cada vez más amplio; y esto además en el marco de una gran temporada que culminará con su debut en Bayreuth, protagonizando la nueva producción de Lohengrin, nada menos que su primer Wagner.
Alagna vive ciertamente un momento de dulce madurez que no cabe sino celebrar. Su lectura del papel de Samson se sitúa ciertamente más cerca de un referente como Georges Thill que de las creaciones postreras de Jon Vickers y Plácido Domingo, a buen seguro las más populares de las últimas décadas. Como demostrarse ya con su Eleazar de La Juive en Múnich, la temporada pasada, nadie canta en francés hoy en día como Alagna. Por evidente que parezca, es tan logrado el manejo de la prosodia lírica en su lengua natal que no deja de asombrar tan redonda adecuación estilísitica. El papel apenas le plantea un par de ascensos más comprometidos al agudo, que resuelve con un brillante Si bemol. En resumen, pues, Alagna firma un Samson ideal desde todo punto de vista.
Redondeaba el plantel protagonista la mezzosoprano letona Elīna Garanča, también en su debut con este título. Si bien la parte de Dalila pone al descubierto las fronteras de su registro grave, no es menos cierto que Garanca demuestra moverse aquí con una brillante suma de cautela e inteligencia. Su recreación del papel es sumamente seductora, partiendo de un centro pastoso y un agudo brillante y fácil. Su voz ha ganado enteros, es más amplia y sólida sin haber perdido un ápice de lirismo, manteniendo intacta una emisión flexible y fácil. Garanca acumula más de ciento cincuenta representaciones en la Ópera de Viena, un teatro que de algún modo ha sido su casa. Firmar aquí un debut tan importante para ella no era fácil. Asumiendo tal riesgo, ha salido más que airosa del empeño, apuntando tener entre manos una Dalila de muchos quilates, que a buen seguro madurará en los próximos años.
Bien lo decía Dominique Meyer tras la función: "Cada generación, con suerte, puede gozar de dos buenos intérpretes para este título. En Viena hemos esperado muchos años hasta contar con ellos para poner en pie una nueva producción de Samson et Dalila". Ciertamente, el saliente Meyer -al que quedan apenas dos años en el cargo- se ha apuntado un tanto con este sobresaliente doble debut, con una pareja de ensueño, entre quienes fluía una evidente complicidad en escena. Su dúo del segundo acto fue a buen seguro lo más intenso de la velada.
Fue todo un lujo contar con el barítono malagueño Carlos Álvarez en la parte del Sumo Sacerdote de Dragón. Álvarez aporta siempre seguridad, oficio y un hacer sumamente profesional, con un compromiso escénico intachable. Completaban el reparto varias voces graves habituales en la Ópera de Viena, contrastados profesionales como Sorin Coliban, Dan Paul Dumitrescu o Jörg Schneider, entre otros.
En el foso Marco Armiliato firmó un trabajo impecable, seguro, nítido, evitando una tendencia muy frecuente que lleva este repertorio hacia el melodrama pucciniano, olvidando que es un drama netamente francés, de resonancias wagnerianas, pero muy próximo también a las coordenadas de Meyerbeer en Le Prophéte o Berlioz en Les troyens. Armiliato obtuvo un sonido imponente de la Filarmónica de Viena, esta vez sí entonada y bien predispuesta, contando por cierto en su plantilla con muchos músicos que esa misma tarde habían actuado en el Musikverein, un par de horas antes bajo la batuta de Andris Nelsons. Marco Armiliato acumula ya, por cierto, la muy respetable cifra de 250 funciones en el foso de la Ópera de Viena.
Abucheada y aplaudida a partes iguales, la nueva producción de este título estaba firmada por Alexandra Liedtke, una directora alemana que presenta la obra en la tan gastada clave freudiana, la misma que otros dramaturgos han considerado para sus propuestas en Viena (Guth para su Tannhauser o Hermanis para su Parsifal, sin ir más lejos). Es apreciable el esfuerzo de Liedtke por leer el libreto en la clave de un drama burgués, si bien todo el trasfondo bíblico tiene con ello dificil encaje. Lo más interesante de toda su labor radica a buen seguro en su retrato del personaje de Dalila cual fría y calculadora Mata-Hari, en el transcurso aemás de un logrado segundo acto, sin duda el cuadro más intenso de la propuesta, con un nivel de tensión dramática considerable. El resto de su trabajo, en cambio, pasará a los anales sin pena ni gloria.