Muchos años
Madrid. 19/05/18. Teatro de la Zarzuela. Sorozábal: La tabernera del puerto. Sabina Puértolas (Marola). Ángel Ódena (Juan de Eguía). Antonio Gandía (Leandro). Rubén Amoretti (Simpson). Ruth González (Abel). Pep Molina (Chinchorro). Vicky Peña (Antigua), entre otros. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Mario Gas, dirección de escena. Ezio Frigerio, escenografía. Óliver Díaz, dirección musical.
No sé muy bien por dónde empezar, así que empezaré por el principio. Corría 1993 y servidor acudía por primera vez, con siete años, a escuchar una ópera. Cantaba una tal Teresa Berganza. Aquello me arrolló. Se me llevó por delante como una ola de esas que parecen venir cabreadas desde el horizonte. Y para colmo un tipo llamado Don José me la mataba. Luego salían juntos a saludar, pero me la mataba. Y yo lloraba. Mucho.
Han pasado muchos años, demasiados y aunque está visto que aún no tengo, ni tendré, edad suficiente para comprender según qué cosas, he tenido oportunidad de compartir ese mismo escenario con mi adorada Teresa y dedicarme a aquello que me apasiona, servir (o al menos intentarlo) a la música desde la palabra. Esta es en síntesis mi historia. Una historia que comenzó en un teatro, efectivamente, único en el mundo: el Teatro de la Zarzuela, donde he vivido amores y conocido a quienes hoy son buenos amigos. Y he seguido llorando prácticamente cada tarde y noche que he echado allí. De pura emoción ante las cosas tristes, ante las cosas bellas. Y ante una música que se merece ser respetada y amada con toda su idiosincrasia a cada compás. Mi historia ha de terminar, de algún modo, allí. Así está escrito en mis últimas voluntades. Así que si dentro de muchos años -espero, durante una función, les viene un olor así como a pollo frito, tal vez sean mis hijos o mi mujer, que han conseguido esparcir las cenizas de mis pantorrillas por el teatro. El resto irá al campo. Sí, espero que mi familia me sobreviva y que la Zarzuela nos sobreviva a todos.
No piensen, por favor, que estoy loco, pero esta es mi historia… y dentro de la Zarzuela se dan cita cada día miles de historias. Todos tenemos la nuestra y siento un coraje enorme al ver como una operación político-económica, trazada con nocturnidad y alevosía, puede terminar con todas ellas. Así, porque sí, porque hay que pasar el cazo. Nada me haría más ilusión que poder seguir escribiendo sobre las correctas o incorrectas acciones del actual director del teatro, o de los que vengan, como así he hecho cada vez que he considerado necesario. Quisiera seguir sacando punta a un teatro que quiero, y que quiero libre e independiente. No es que lo sienta mío, ni mucho menos, es que la Zarzuela, es -y debe seguir siendo- de todos. Sobre todo de aquellos que le dan vida sobre y a cada lado del escenario. Esas son las historias que ahora mismo más nos deberían importar.
Se levantaban los paros convocados al mostrarse cierto avance en las negociaciones y de pronto podíamos disfrutar de las tres últimas funciones programadas de La tabernera del puerto. Vaya por delante que los paros, las huelgas, han de tener como finalidad incomodar, hacernos reflexionar, hacernos partícipes de un problema… ¡molestarnos! ¡Una huelga ha de molestar! Y los afectados deberíamos estar agradecidos por ello. No obstante, micro en mano, una de las componentes del Coro del Teatro de la Zarzuela explicó brevemente la situación, siendo respondida con un cerrado aplauso. Un Coro, por cierto, que estuvo soberbio, así con la “r” muy marcada, en cada una de sus intervenciones. Vuelvo a insistir, espero de más mayor llegar a ser algún día como el coro femenino del Teatro de la Zarzuela, porque no se puede ser más grande.
El escenario, firmado por Ezio Frigerio y con vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino, es un regalo para los amantes del cartón piedra. Del cartón piedra del bueno, al menos. Nada especialmente relevante sobre una imagen sobria, muy lineal en la dirección de Mario Gas y austero en escenarios y colores, exceptuando la escena de la tormenta, tan del corte cinematográfico que gusta al director. Un trabajo, eso sí, refinado y detallado el de Gas cuando entre manos tiene actores de intachable hacer, como son su mujer Vicky Peña y Pep Molina dando vida a Antigua y Chinchorro, donde algunos quisimos ver un guiño homenaje a los Castejón-Rosado en el baile de su primer duo. O con el Ripalda de Ángel Ruiz (tres de tres se ha traído Gas de su Follies, para que aventurarse…), a la altura de otro tabernero de Sorozábal: el Espasa de Luis Varela, aunque más caricaturizado este. Ruiz está llamado, si él quiere, a convertirse en uno de los grandes tenores cómicos de la zarzuela.
Sobrealiente el Leandor de Antonio Gandía, de impecable factura cánora. Regaló un “No puede ser” perfecto, intachable, que recibió una larga ovación. Sospecho que de haberse representado todas las funciones, alguna habría bisado. Entregadísimo, viril, recio, enérgico el Juan de Eguía de Ángel Ódena, nobilísimo en su final y sabio en el Chibiri, chibiri que Sorozábal escribiese para Marcos Redondo en el estreno madrileño de la partitura. Brillante e inteligente igualmente Sabina Puértolas en un papel que no es tan sencillo como pudiera parecer y sobresaliente también Rubén Amoretti como Simpson, impecable en su Despierta negro. Trabajadísimo el Abel de Ruth González, a quien los resultados acompañaron con un muchacho totalmente creíble e impoluto en lo musical.
Acompañó, mimó y condujo a todos ellos Óliver Díaz desde el foso, con una Orquesta de la Comunidad de Madrid que cada día parece sonar mejor, plegándose a las necesidades de cada uno de ellos. Ralentizando a Chinchorro y Antigua, esperando a Marola… y siempre buscando y rebuscando entre el cajón de ritmos de Sorozábal. Construyó una Tabernera en la que fue una maravilla embarcarse como espectador.
Y ahí, gracias a todos ellos, estaba la Zarzuela, enseñándonos sobre lo violento que ya no somos (o no deberíamos ser). Todos mudos cuando presenciábamos lo que ya no aceptamos (no es demagogia, tal vez sea casualidad, pero hace unos días en el Met de Nueva York la gente sí reía ante situaciones horribles sobre el escenario que no merecen ni media mueca). La Zarzuela era nosotros. Sigue siendo nosotros. No nuestra, que también. Nosotros.
No sé, tal vez el Teatro Real esté haciendo todo esto porque quiere aprender de cerca ciertas cosas… otras, también hay que decirlo, espero que no. Una pena que a Gregorio Marañon no le hayamos visto mucho por la calle Jovellanos, tanto que quiere proteger y potenciar la zarzuela. Ah bueno, será por todo lo que la ha programado… ah, no, esperen. Está visto que me quedan muchos años para aprender. Espero que al Teatro de la Zarzuela también, para seguir enseñándonos a todos cómo somos y cómo debemos ser.
Foto: Javier del Real.