Janssons Mariss Bayerischer Rundfunk

Una combinación letal

Berlín. 04/03/2016. Philharmonie. Berlioz: Le Carnaval romain, op. 9. Dutilleux: Concierto para violoncello y orquesta. Shostakovich: Sinfonía no. 10, op 93. Filarmónica de Berín. Truls Mørk (cello). Dirección musical: Mariss Jansons.

Cuando se juntan dos elementos con tanto potencial como la madura y talentosa batuta de Mariss Jansons y la maquinaria infalible y descollante de la Filarmónica de Berlín, sólo cabe un resultado posible: lo extraordinario. Y para ello no hubo que esperar a la segunda parte, con la Sinfonía no. 10 de Shostakovich, terreno natural de Jansons, en el programa. Ya en la primera mitad del concierto, con dos obras bien dispares de la citada sinfonía como son la obertura Le carnaval romain de Berlioz y el Concierto para cello de Dutilleux, quedó claro que el concierto iba a ser de los que dejan al oyente pegado al asiento sin parpadear. 

Inspirado por la biografía del escultor y orfebre florentino Benvenuto Cellini, a quien dedicaría más tarde una ópera completa, Berlioz pergeñó esta obertura de aires festivos. A diferencia de otras orquestas y batutas que hubieran tomado la página como una suerte de preliminar, una excusa para calentar antes de los platos fuertes de la velada, aquí Jansons y la Filarmónica de Berlín dieron una verdadera lección de lo que significan el dinamismo, la modulación y el trabajo con el color, con una interpretación virtuosa, capaz de ofrecer una gama infinita de matices e intensidades, flexible hasta el extremo el hacer de los atriles de la Berliner.

Turno después para el Concierto para violoncello y orquesta de Dutilleux, con Truls Mørk como solista. Estamos sin duda ante un intérprete extraordinario: por la nitidez del sonido, por la firmeza en los ataques, por la intensidad de la ejecución… en fin, por el virtuosismo consumado de todo su hacer. Impresionante digitación, bárbaro trabajo con el arco, una concentración suma y por encima de todo ello, si cabe, una fe inquebrantable en la partitura de Dutilleux, que defendió como si fuese un concierto clásico con el que estuviera familiarizado de toda la vida. Ciertamente, no estamos ante una obra menor sino más bien todo lo contrario, un concierto de envergadura, uno de los últimos compuestos para cello llamados a permanecer en el repertorio con el paso del tiempo. Dutilleux lo compuso no en vano para el gran Rostropovich, inspirado por los versos de Baudelaire, en una etapa en la que el compositor se confesaba verdaderamente imbuido por su poesía, no siendo sino a posteriori, terminada la obra, cuando asignó de hecho determinados versos de Las flores del mal a la composición. Estamos pues ante una inspiración general y no ante un desarrollo musical de corte programático. La obra toma de hecho la forma de una sucesión de cinco movimientos -Énigme, Regard, Houles, Miroirs, Hymne-, hilvanados sin solución de continuidad. La versión cuajada por Jansons y Mørk fue digna de grabarse y quedar para los anales, con eso creo que está todo dicho.

Es bien sabido que Mariss Jansons es hijo del también director Arvīds Jansons, que fue durante un tiempo asistente del gran Yevgeny Mravinsky, también maestro de Mariss y batuta responsable de no pocos importantes estrenos del catalogo de Shostakovich. De modo que hay, podría decirse, una suerte de cordón umbilical que vincula el hacer de Mariss Jansons con la obra de este compositor. El propio director ha confesado en más de una ocasión vivir su música con una familiaridad inusitada, teniéndola cerca ya desde su infancia. Seguramente eso explique una lectura con tan pocos miramientos y contemplaciones como la que ofreció aquí de la Sinfonía no. 10 de Shostakovich, recreada con una virulencia casi desconcertante. Jansons plantea la obra con una naturalidad que intimida, con un sonido grandioso pero seco y cortante, como un destino acerado que se precipita sin remedio, ineluctable. Su Décima no es meramente sombría sino más bien angustiosa, con un aire marcial que incomoda. Trepidante hasta bordear por momentos el paroxismo, ofrece un fresco verdaderamente imponente del totalitarismo que Shostakovich retrataba aquí de un modo más o menos explícito. Así las cosas, la Filarmónica de Berlín responde como el mejor de los ejércitos, imponente y calculado, como una maquinaria letal e infalible.