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Levantando el edificio: Inquilino molesto en el segundo piso

Munich. 24/07/2018. Bayerische Staatsoper. Wagner. El anillo del nibelungo: Sigfrido. Stefan Vinke (Sigfrido) N. Stemme (Brünnhilde), W. Koch (el Caminante), W. Ablinger-Sperrhacke (Mime), J. Lundgren (Alberich) A. Anger (Fafner). Orquesta de la Bayerische Staatsoper. Dirección de escena: Andreas Kriegenburg. Dirección musical: Kirill Petrenko

Sigfrido, el patito feo del Anillo. La menos famosa (verdad), la más pesada (mentira) y con las partes menos brillantes de toda la Tetralogía (mentira más gorda). Personalmente creo que esta ópera tiene unos cuantos momentos que se encuentran entre los más innovadores, musicalmente hablando, de todo el ciclo, sobre todo en el primer acto. Y el final, bien cantado, es realmente maravilloso. Siguen las peripecias de los personajes que hemos conocido en las anteriores de la historia, todos en la lucha por la posesión del anillo que da el poder sobre el mundo. Aparece el héroe que será el llamado a conseguirlo, arrancándoselo al gigante Fafner, aquí convertido en dragón, ya que su inocencia y simplicidad lo hacen inmune a las maldades de todos los que le rodean. Conseguido su objetivo, despertará a la dormida Brünhilde y emprenderá una vida de aventuras con final no muy feliz que veremos en el Ocaso. En esta historia, contada a grandes rasgos, hay momentos donde Wagner se recrea y compone escenas de excelente factura musical.

La primera, el el famoso “Combate del Saber”, donde el nibelungo Mime, ambicioso pero poco espabilado, retado por el Caminante (Wotan en versión viaje) se enfrasca con éste en una serie de preguntas que sirven para recapitular y poner al espectador al tanto de lo que ha pasado en anteriores partes de la Tetralogía. Para ésta, podemos llamar, reconstrucción, Wagner compone unos temas que son una mezcla especialmente lograda de todos los que definen a los personajes y objetos que hemos oído hasta ahora. Una especie de mix (si se me permite la expresión) perfectamente engranado y de gran belleza. También en el primer acto destacaría el heroico fragmento de la refundición de Nothung (la espada de los welsungos) que, bien cantada, es de esas partes wagnerianas que levantan el ánimo. Ya en el tercero, el diálogo entre Erda y el Caminante y el monólogo de éste, símbolos de la derrota de los proyectos de Wotan, sobrecogen, por su profundidad y tristeza. Finalmente el descubrimiento por parte de Sigfrido de la roca donde duerme la Walkiria, su despertar y el consiguiente dúo de amor, se encuentran entre las cumbres de todo el ciclo.

Todas estas partes más significativas, toda la obra, resulta muy atractiva si es interpretada con la misma brillantez. Y realmente así fue con la mayoría de cantantes, pero fue lastrada por el muy insuficiente Sigfrido de Stefan Vinke. El cantante pocas veces estuvo a la altura de lo exigido por la partitura y por el nivel de este Anillo muniqués, y su trabajo presenta suficientes deficiencias como para lastrar gran parte de la representación. Sólo su buena proyección y potente voz puedo destacar positivamente. Menos mal que el resto de los personajes sí que dieron la talla y de qué manera. En primer lugar el estupendo Mime de Wolfgang Ablinger-Sperrhacke, impecable como cantante y como actor; también a muy buen nivel (como demostró en el Oro) el Alberich de John Lundgren.

Ain Anger volvió a demostrar que no tiene problemas a la hora de encarnar el gigante Fafner, y Okka von der Damerau volvió a ser una excelente Erda aunque siempre echemos de menos una voz de tintes más oscuros para este papel. Adecuada para lo que le exige su rol Mirella Hagen, como la voz del pájaro. Después del apurado (por ser benevolentes) final del tercer acto de La Walkiria, no sabía qué esperar de Wolfgang Koch en su última intervención dentro del Anillo. Incluso estuve pendiente del twitter de la Bayerische Staatsoper por si anunciaba su cancelación. No fue así y para ser justos Koch tuvo la mejor actuación de las tres óperas en la que participa en el Ciclo. Aunque no hubo la potencia que de él siempre se espera, el resto de sus muchas cualidades estuvieron ahí: la elegancia, la perfecta modulación de las frases adaptándose perfectamente a los cánones wagnerianos, la expresividad contundente y que llega al espectador. Una gran noche para él y que dejó un buen sabor de boca al oyente. Aunque su intervención se limita al último acto, la gran triunfadora de la noche volvió a ser Nina Stemme. Su Brünnhilde volvió a ser de referencia, destacando su canto perfecto, con el bello timbre que atesora, y el arrojo y aplomo con el que acomete cada una de sus frases. Su parte comprende agudos estratosféricos escritos para desarmar a cualquiera soprano y que ella sacó con esfuerzo pero muy resolutiva. Bravísima.

Otra vez Kirill Petrenko condujo la nave a buen puerto con una dirección que saca lo mejor de la partitura: la aligera, la hace más accesible, con texturas más limpias, más libres, menos pesadas. Destacaría su cuidada y rica dirección en el Torneo y en todo el tercer acto.  Otra vez las cuerdas, impecables, y otra vez la excelente orquesta fueron protagonistas indiscutibles. El foso, junto algunas voces, sigue siendo lo más destacado de este Anillo.

El director artístico, Andreas Kriegenburg, hace un planteamiento totalmente distinto al presentado en las dos anteriores entregas del ciclo. Pasa del minimalismo del último acto de Walkiria, donde nada había en el escenario salvo los cantantes, a la sobrecargada hasta el extremo escena de la fundición de la espada del primer acto de Sigfrido donde, en un tono jocoso, que personalmente no entiendo, llena el espacio con multitud de figurantes (siempre muy profesionales y perfectamente coordinados, eso hay que reconocerlo) y artilugios que, aunque técnicamente encomiables, distraen y no aportan absolutamente nada, aparte de la espectacularidad. La oscilación entre acierto y fallo se reproduce a lo largo de toda la representación. Hay momentos muy bien resueltos: la cabeza del dragón en el que se ha convertido Fafner, formada por figurantes, es espectacular; es curioso que el río donde Sigfrido ve que no es igual que Mime se forme con un rollo de papel film; o es también original (aunque sea un poco ruidoso) el efecto de las rocas fulgentes donde se cobija Brünnhilde, formado por figurantes que mueven unos plásticos iluminados de rojo. Otros en cambio, con incomprensible sentido del humor resultan grotescos, como el ya nombrado de la forja de la espada o el final, en una cama donde la Walkiria hace hasta una llave de yudo al simple de Sigfrido que huye de sus deseos carnales (como si ella fuera una gran experta, cuando se supone que es virgen). En fin, lo que se echaba de menos en anteriores jornadas aquí, repito, peca de excesivo. Veremos cómo acaba con el Ocaso.

Foto: Wilfried Hoesl.