Barrie Kosky reina también en Glyndebourne
27/07/2018. Festival del Glyndebourne. Director, Barrie Kosky. Merab, Karina Gauvi; Michal, Anna Devin; Saul/Apparition of Samue, Markus Brück; David, Iestyn Davies; Jonathan, Allan Clayton; Abner/High Priest/Amalekite/Doeg, Stuart Jackson; Bruja de Endor, John Graham-Hall. Orchestra of the Age of Enlightenment y The Glyndebourne Chorus. Director musical: Laurence Cummings.
Se abre el telón, aparece un deslumbrante y colorido espectáculo visual que se muestra y el público rompe el protocolo lanzándose a aplaudir y a emitir exclamaciones de admiración. ¿Cómo se llama la película? Saul, y el culpable del éxito es uno de los creadores imprescindibles de la actualidad: Barrie Kosky. Es el chico terrible de Melbourne que rompe moldes y se ha definido como un “canguro, judío y gay". Es además el responsable de haber situado a la modesta Komische Oper como un centro de creación escénica de vanguardia, y de esa Flauta mágica en blanco y negro que ha conquistado el planeta, y también de este Saul para la catedral haendeliana de Glyndebourne estrenado en 2015, que sigue suponiendo una las mejores experiencias escénicas de la temporada que ya acaba.
Su estilo, desarrollado hasta la plenitud en esta producción, se basa en una irresistible combinación de opuestos que consigue saltarse todas las fronteras del género que uno pueda concebir: lo trágico con lo clásico, la tradición con la vanguardia, lo sacro con lo profano, lo dramático con lo cómico y lo profundo con lo deliciosamente epidérmico. Su Saul tiene todos estos elementos y más combinados de tal inteligente manera que se hace imposible retirar la mirada del escenario ni tan siquiera un segundo.
Un bodegón barroco, carnal y fascinantemente excesivo, proporciona el marco decorativo para la primera parte, para ilustrar la grandeza mórbida del reino del protagonista. Pero la clave de su éxito no se encuentra en la creatividad de sus diseños plásticos, sino en la dirección de actores: lo demuestra bien esa escena que encoge el estómago, con tan solo un desesperado Saul tras una mesa blanca y un punto de iluminación. En el segundo acto, el multicolor se trasmuta en un negro tizón y un mar de velas para ilustrar los desastres de la guerra. Un ejército de zombis protagoniza entonces la acción, que tan pronto nos hace reír como estremecernos con esas esas recurrentes cabezas cortadas en el escenario. Una y otra vez, magistrales contrastes.
Si hablamos ahora de los cantantes, es de justicia mencionar en lugar preferente al coro. La obra les otorga un lugar privilegiado como la voz del pueblo, testigo y artífice del cambio de corona de Saul a David. Kosky, consciente de su importancia, los pone a trabajar… al máximo. Parados funcionan como el principal elemento escenográfico y en movimiento sus energéticas coreografías llenan el escenario de vitalidad. Los bailarines les completan exhibiendo una memorable combinación de baile barroco y videoclip pop.
Los solistas fueron en general el punto más prescindible en una velada mágica. Del estupendo cartel del estreno -que hoy puede encontrarse en DVD- solo permanece el contratenor Iestyn Davies como David. Su sólida y rotunda actuación nos certifica que el conflicto que suponía cantar en falsete y tener un gran caudal es cosa del pasado. El Saul de Markus Brück funciona magníficamente en su vertiente como actor. Sus dos frases añadidas al libreto -“No estoy loco” y “Yo soy el Rey”- repetidas en el silencio de la sala, nos hacen conectar y comprender su torturador proceso mental, cercano a la psicosis; inesperado logro psicológico para un oratorio. El resto del reparto de solistas se movió en el terreno de lo cumplidor.
Las filigranas de oro que Laurence Cummings y la Orchestra of the Age of Enlightenment sacaron de la partitura, de una manera discreta pero segura, con mil preciosos detalles en cada compás, contribuyeron a crear esa electrificante tensión emocional que hizo de esta producción un éxito indiscutible.