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Esperando a Goethe

Piotr Beczala e Ismael Jordi protagonizan Faust de Gounod en el Teatro Real

Insistía Joan Matabosch, en la rueda de prensa de presentación de este Faust, en que la propuesta escénica firmada por Àlex Ollé se acercaba como ninguna otra al origen literario de esta ópera, al gran texto de Goethe. Mucho me temo que el trabajo que sube estos días a las tablas del Teatro Real tiene sus atractivos -es ágil y vistosa, qué duda cabe- pero dista mucho de establecer un nexo genuino con la obra del gran dramaturgo alemán. El responsable de La Fura dels Baus abusa, como es costumbre en su compañía, de un lenguaje visual plagado de guiños ocurrentes y quizá espectaculares, aunque sin duda epidérmicos, superficiales y por ello decepcionantes en su calado dramático. La idea de un Faust convertido en una suerte de Steve Jobs se sostiene como reclamo publicitario, pero vista la producción durante dos noches consecutivas, es algo no tiene en escena un verdadero desarrollo. La producción de Àlex Ollé posee al menos la virtud de actualizar una ópera demasiado lastrada aún por unos códigos escénico y estético propios del siglo XIX -véase la producción de David McVicar de hace unos años para el Covent Garden-. Pero su consistencia intelectual se queda corta. Seguiremos esperando a Goethe... 

Lo que sí cabe reconocerle a Matabosch es su acierto al conformar dos repartos igualmente solventes y atractivos.  Flamante triunfador este verano en Bayreuth, donde protagonizó la nueva producción de Lohengrin, Piotr Beczala llegaba a Madrid para retomar un papel que cantó por vez primera en 2004, en Londres. Sus medios hoy poseen mayor anchura y peso que entonces, siendo ya un lírico pleno, como demuestra de hecho su repertorio, con puntuales excursiones al repertorio spinto. Su Faust vive más, de hecho, de la belleza y suficiencia de su instrumento que de la variedad y detalle de su fraseo. Firma, qué duda cabe, un Faust de primera división, aunque en el plano expresivo podría tener más hondura. En el reparto alternativo Ismael Jordi canta el rol de Faust con una elegancia y un gusto exquisitos. La voz quizá no es enorme, pero se escucha con total suficiencia en un teatro con las dimensiones del Real. Es sumamente meritorio el trabajo del tenor jerezano con esta partitura, la más dramática y grave que ha incorporado a su repertorio hasta la fecha. Con estas funciones Ismael Jordi ha demostrado ser un cantante inteligente, pleno dominador de sus medios.

Daban la réplica a ambos tenores las sopranos Marina Rebeka e Irina Lungu, dos excelentes opciones para el papel de Marguerite, a juzgar por lo escuchado en el Real. Rebeka posee un instrumento amplio y ancho, emitido con una redondez y un esmalte sobresalientes. Canta sin aparente esfuerzo y con gusto y elegancia apreciables. No hay duda de que atraviesa un momento dulce en su trayectoria profesional. Irina Lungu protagonizó ya en 2014 el estreno de esta misma producción en Ámsterdam. Desde entonces ha hecho del repertorio francés una parte muy notable de su agenda. Lo cierto es que resuelve la parte de Marguerite con naturalidad, exhibiendo una exquisita adecuación al lenguaje romántico francés. Sin forzar un ápice su instrumento, dosifica sus fuerzas para firmar un vibrante último acto, sin obviar su refinada resolución del aria de las joyas. En suma, dos espléndidas Marguerites se escuchan estos días en el Teatro Real de Madrid.

El contraste entre los dos Mefistofeles fue notable, representando dos opciones muy válidas aunque antitéticas para este papel. Luca Pisaroni es un cantante más elegante y meticuloso, si bien sus medios distan de ser los de un bajo propiamente dicho, tanto por extensión como por color. Su trabajo escénico parece más plegado a las indicaciones del director de escena. De hecho, en contraste con Erwin Schrott, se antoja evidente que el segundo lleva a cabo su propio show, pasando por alto no pocos detalles de la propuesta escénica. Schrott sí posee un genuino y verdadero instrumento de bajo. La voz es grande y sonora. Aunque tiene a abundar en giros algo vulgares en la acentuación del texto, debo reconoce que en esta ocasión superó mis expectativas, redondeando un Mefistofeles muy estimable.

Muy notable el plantel de comprimarios, destacando el exquisito Valentin de Stéphane Degout en el primer cast y la correctísima Siébel de Annalisa Stroppa en el segundo. Mención también para el barítono aragonés Isaac Galán, que canta la parte de Wagner en todas las funciones. 

En el foso Dan Ettinger aproxima la partitura a sus resonancias más germánicas, haciendo de este Faust un drama de tintes wagnerianos. La opción es atractiva por momentos, si bien abusa a menudo de un sonido tonante en exceso, pasado de decibelios y un tanto grueso en su manejo de los metales. Se echa de menos una mayor filigrana en las cuerdas, donde pasan desapercibidas las abundantes texturas y melodías que Gounod dispone en su partitura. Ettinger se entiende bien con las voces, eso es obvio, más allá de los puntuales momentos en que la orquesta no guarda con ellas el balance deseable. La orquesta titular del teatro se antojó esta vez en buena forma, lo mismo que el coro, cuyos medios en cambio no sonaron todo lo empastados y coordinados que debieran (algo evidente en el vals, muy deslabazado).