Vepres siciliennes Bayerische

 

Presunto talento 

Munich. 11/11/2018. Bayerische Staatsoper. Verdi. Les Vêpres siciliennes. Rachel Willis-Sørensen (Hélène), Bryan Hymel (Henri), Federico Longhi (Guy de Montfort), Erwin Schrott (Procida). Coro y Orquesta de la Bayerische Staatsoper. Dirección de escena: Antú Romero Nunes. Dirección musical: Paolo Carignani

La Staatsoper de Múnich es sin ninguna duda uno de los cinco teatros de ópera de referencia en el entero orbe. Que te llamen por segunda vez como regidor de una nueva producción, siendo un millennial (la primera fue para el Guillaume Tell de Rossini en 2014), debe ser algo difícil de asimilar y desaprovecharlo esta sin duda al alcance de solo unos pocos.

La Sicilia de Antú Romero Nunes se encaja en dos simples conceptos: burattini (léase, marionetas) y muerte, salpicados ambos de un hedor a Walking Dead, con fisionomías dispersas de Edvard Munch, música Techno producida por Nick & Clemens Prokop, de calidad más que discutible y una práctica ausencia de dirección de escena, precisamente aquello que le procuró cierto éxito con su anterior título.

El desvestido escenario de Matthias Koch, con una gran bolsa de basura omnipresente (o más bien una bolsa para cadáveres), carga la escena de prejuicios y obviedades, pudiendo cerrar los ojos hasta el final del tercer acto, momento en que la danza “contemporanea” y el Techno se suman a la sinrazón mezclándose de forma banal con el genio de Busseto.

Ante producciones de este calibre siempre me asalta el temor de que las nuevas generaciones de regidores vean en la provocación un único eslabón al que aferrarse a la hora de mostrar su presunto talento, obviando con pretendida inocencia espejos en los que mirarse, como el de nuestro máximo representante en estas lindes, Calixto Bieito. Amén del Techno, que disturba como poco la audición del arranque del cuarto acto, Nunes hace aparecer a la madre de Henry (y ex amante de Monfort) conservada cual Virgen en un altar a modo de tríptico, colmo de un líquido conservante que la mantiene inalterada, hasta que éste desaparece y la pseudo-dolorosa empieza a realizar aspavientos. Antes, para preparar a la audiencia, nos había hecho presenciar las felaciones de las ocho vírgenes a los soldados franceses, por si a alguien no le parecía suficientemente elocuente la narrativa del libreto de Scribe y Duveyrier.

Ante un espacio tedioso en lo conceptual y nulo en lo teatral la labor del reparto se vuelve tan complicada como indispensable para que algo fluya en el espectáculo. Poco dista mi impresión de los diferentes roles de aquella representación a la que hace unos meses asistió mi colega Javier del Olivo, con una Sørensen segura de su papel y un Hymel a grandes rasgos irregular en sus prestaciones.

Respecto al reparto de entonces cambiaba en esta ocasión la presencia de Dimitri Plantaias en los paños de Guy de Montfort, una ocasión que tuvo que posponerse tras su repentina indisposición. Vendita suplencia la de Federico Longhi (llegado esa misma mañana de Bolonia donde se encontraba realizando La fille du regiment) por ser sin duda el más cercano a Verdi de los presentes en lo vocal, y a quien la práctica ausencia de dirección de escena  hizo que además pudiésemos disfrutar sin tapujos de sus capacidades teatrales.

Se me hizo también agradable ver el patente disfrute de Erwin Schrott (segundo en el escalafón verdiano tras Longhi) en el desarrollo de su trabajo, una satisfacción que no duda en exaltar en los saludos y que pone en evidencia el positivo esfuerzo realizado en todos los frentes para llevar a su personaje a buen puerto, siendo que el barco hacía aguas en varios de sus compartimentos.

La dirección de Carignani fue menos teatral de lo que se hubiese deseado, en aras precisamente de poder suplir la ausencia de teatro. Si hay algo que el director milanés podía precisamente haber aprovechado en esta reposición fue el maniquí desnudo asido por Nunes. Carignani contaba con la ventaja de saber cómo discurrió la feria la pasada primavera, mientras que Meir Wellber ya se encontró con el toro en el cajón. No hubiese sido descabellado el que Carignani hubiese cogido a este manso bovino por los cuernos para enderezar con la batuta la que tildaría como una tarde de sinsabores.