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Silencios sobre Babi Yar

Barcelona. 20/3/16. Auditori. Mozart: Sinfonía núm. 39. Shostakovich: Sinfonía núm. 13, “Babi Yar”. Nikolai Didenko, bajo. Coro Madrigal, coro Lieder Camera, coro Jove del Orfeó Català y coro del  Orfeó Català. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono. 

Quizás me equivoque, pero a juzgar por comentarios y asistencia de público da la sensación de que ha pasado algo desapercibido el último programa dirigido por Kazushi Ono antes de despedir una temporada (en mayo con la Misa de Bernstein) por la que ha pasado de puntillas. Es peligroso, porque significa que pasan totalmente inadvertidas dos cosas. Primero, el camino errático en el que se encuentra esta orquesta y que debe corregir sin duda. Y segundo, el inmenso potencial que tiene si se hicieran las cosas como hay que hacerlas. El trabajo de Ono es de calidad, pero de nuevo tan intermitente y en unas condiciones tan precarias que impiden lograr una personalidad y un sonido reconocible, y en definitiva, construir con solidez un proyecto a la altura de lo que deberían ser las exigencias. Aunque vista la desidia general en cuestiones musicales y culturales, ya no sé si queda alguien con ganas de exigir.

La Sinfonía núm. 39 de Mozart pertenece al último período de su producción. Junto a las dos siguientes –cuya audición es más frecuente– fue escrita en el verano de 1788 pocos meses después de comenzar su trabajo como “Compositor de la Cámara imperial y real” sucediendo a Gluck, y sin embargo en el principio del fin, cuando su Don Giovanni era recibido con frialdad en Viena y comenzaba su descenso hacia la ruina económica y la indiferencia. El primer movimiento traza con claridad meridiana la forma-sonata, pero la partitura se encontró sin inspiración en la dirección de Ono y desajustes ostensibles en la orquesta, casi constantemente lo que arrebató dirección a las frases. Al enlace entre el Allegro y el Adagio excesivamente plano, se le añadieron unas transiciones, decisivas y extensas en esta sinfonía, planas y oscuras, conducidas sin pulcritud por Ono, frío e incapaz de hacer resplandecer los contrastes que escribe Mozart. Un Andante débil donde violonchelos y contrabajos rindieron a un nivel por debajo del acostumbrado, dio lugar a un Menuetto decepcionante y desprovisto de sutilidad, antes de desembocar en un Allegro desequilibrado y donde sus numerosos detalles pasaron desapercibidos. Poco más se puede añadir como balance.

La Sinfonía núm. 13 de Shostakovich, también es una obra tardía, aunque el período tardío tenga características estéticas y rasgos vitales muy diferentes en el caso del compositor ruso. Cinco años antes recibía en la URSS una aprobación más unánime tras el estreno de la Sinfonía núm. 11, construida sobre un lenguaje tradicional pero con una extraordinaria maestría. En el contexto de los años sesenta se abrían muchas grietas que discutían la ambigüedad de su legado. Por ejemplo, tras el estreno norteamericano de su Sinfonía núm.12, el New York Times publicó un artículo titulado ¿Hay dos Shostakovichs? donde se defendía la tesis de que a lo largo de su vida había escrito dos músicas diferentes: una música compleja y refinada para sí mismo, para los entendidos, para el futuro, y otra “democrática” por encargo, obedeciendo órdenes. Esta Sinfonía núm. 13, antepenúltima en su larga producción sinfónica, para bajo, coro masculino y orquesta sobre un poema de Yevgueni Yevtushenko, es un inmenso y doloroso monumento sinfónico y coral allá donde no hay ningún monumento posible. “Ningún monumento se alza sobre Babi Yar”, comienza cantando el coro. Yevtushenko se refiere a los acantilados a las afueras de Kiev donde un comando de las SS ejecutó cerca de 34.000 judíos el 29 de septiembre de 1941. Se trata por lo tanto de una obra de contenido explícito y se decidió no sólo incluir el texto en ruso y catalán sino también proyectar la traducción –creo que acertadamente– con discreción. El dramatismo del texto y su articulación venía como anillo al dedo al timbre y la peculiar expresividad de Nikolai Didenko, y logró no sólo transmitir con vehemencia y espontaneidad tanto lo doloroso como lo grotesco, sino espolear con una fantástica emisión vocal a orquesta y coro, sólido y potente en la mayoría de pasajes. 

Aquí sí que se pudo ver un Ono estimulante, con una lectura personal de la sinfonía, subrayando con maestría y gran capacidad comunicativa todos los relieves de esta monumental partitura. En algunos momentos, revelaba un trabajo de profundidad, sólo afectado por algunas máculas recurrentes esta temporada, como las enormes dificultades para lograr un sonido equilibrado y compacto. Tal vez en el primer movimiento donde más logró controlar el gran dispositivo orquestal, aunque se deshilachó en ciertos momentos del tercero, con un tempo excesivamente fluctuante y desorientador. Digno de reseñar es el rendimiento que tuvieron metales –trompas en especial– en el cuarto movimiento y en el quinto el magnífico dúo de flautas así como un brillante solista de trompa, con un gran desempeño también de maderas. 

La campana, fúnebre, interrumpe una y otra vez entre la voluptuosidad orquestal. “El silencio es un grito desbordado”, canta el coro en Babi Yar. Es el silencio de Europa, de nuestra infamia, que hoy se repite otra vez a las puertas de nuestra comodidad. La Sinfonía núm. 13 es intemporal, y desde la enérgica entrada del coro hasta los misteriosos últimos compases de la celesta –magníficamente interpretados por Daniel Espasa– sigue hablándonos hoy a pesar de que muy pocos escuchen su mensaje. También a pesar de que ya cuando se estrenó, la desintegración histórica de los lenguajes musicales en las vanguardias era un proceso avanzado. En 1969, estando Shostakovich gravemente enfermo, en el ensayo general de su Sinfonía núm.14 que tenía como tema central la muerte, dirigió unas palabras al público: “yo quisiera recordar las palabras del notable escritor soviético Nikolai Ostrovski, según el cual la vida nos ha sido dada una sola vez, por lo cual debemos vivirla con honradez y honestidad desde todos los puntos de vista y no hacer nunca nada de lo que después tengamos que avergonzarnos”. Estamos sólo a un paso. Ante las fuerzas obcecadas de la historia que nos siguen gobernando, sólo falta dejar de tomarse en serio cosas tan serias como la orquesta de la ciudad para volver a entregarse a los brazos de la barbarie. De mediocridad, oportunismo y pereza ya tenemos las manos repletas.