Thielemann c OFS Creutziger

 

Canónico

Dresde. Semperoper. Wagner: Der fliegende Holländer. Albert Dohmen, Anja Kamper, George Zeppenfeld, Christa Mayer, Tomislav Muzek, Tansel Akzeybek, Jenny Mathias. Dir. de escena: Florentine Klepper. dir. musical: Christian Thieelmann.

En su entrevista para la portada de la última edición impresa de Platea Magazine, el maestro Christian Thielemann confesaba que hay una engañosa y aparante facilidad en torno a Der fliegende Holländer. Ciertamente, en muchas ocasiones hemos visto y leido que es considerada -tanto por público como por músicos- como un Wagner temprano, una obra más o menos asequible. Sin duda, dirían, una partitura a notable distancia de lo que el mismo compositor pergeñaría más tarde. Pero nada más lejos de la realidad. El holandés errante esconde un universo sonoro tan complejo y rico como imaginativo, hasta tal punto que solo batutas como la de Thielemann, con un recorrido evidente y un oficio contrastado con este repertorio, consiguen que la enésima función de este título, en una reposición al uso, se convierta en una velada mágica. 

La lectura que el maestro berlinés ofreció en esta velada, al frente de su Staatskapelle de Dresde, inspiradísima, en verdadero estado de gracia, quedará sin duda en mi memoria como una versión de referencia, canónica, sin exagerar un ápice la valoración. Y es que Thielemann expuso la partitura con un fraseo amplio, cuajado de detalles, ponderando por igual el aire sinfónico y el impulso teatral. La brillante orquestación quedó desglosada en sus manos con suma transparencia y apabullante decisión, confirmando Thielemann ser un enorme conocedor de este repertorio. 

Colosal también el coro de la Semperoper de Dresde, sobre todo las voces masculinas; lástima que para la batalla de coros del último tercio de la representación se optase por la poco afortunada fórmula de incorporar el coro de holandeses a través de una grabación. Es una fórmula que ya he escuchado antes en otros teatros, del mismo indudable nivel que la Semperoper, y me parece a todas luces una opción desafortunada e impropia de representaciones de este elevado nivel artístico.

En materia vocal: admiración, admiración y una vez más admiración por ese enorme cantante que es Albert Dohmen. Que alguien sea capaz de ofrecer un Holandés de semejante entidad vocal y dramática bordeando los sesenta años de edad no merece otra cosa que elogios y aplausos. Es evidente que su voz no es ya hoy la de hace apenas una década, pero quien tuvo retuvo y Dohmen sigue sonando hoy poderoso, rotundo, noble y con una autoridad vocal incontestable. Qué manera de decir el texto, nítido y hondo, expresivo sílaba por sílaba; qué belleza y cuánta verdad en el fraseo… En fin, un Holandés de antología, como el que nos viene ofreciendo hace ya décadas. 

A su lado, Dohmen tuvo excelente réplica en la impetuosa Senta de Anja Kampe. Su voz no siempre suena con afinación precisa, pero el empuje y el arrojo con que presentó su versión de la protagonista, compensaron con creces las puntuales imprecisiones de su emisión. Próximo ya a cumplir los cincuenta, el bajo Georg Zeppenfeld atesora ya a sus espaldas una carrera imponente, forjada sobre todo en el escenario de la Semperoper de Dresden. Su Daland fue una delicia de principio a fin, cantado, nunca gruñido ni teatralizado en vano. Así las cosas, la expectativa es máxima ante su debut como Hans Sachs, el próximo mes de abril en el Festival de Pascua de Salzburgo, precisamente con Thielemann a la batuta. Cerraba el elenco, en sus roles principales, el tenor Tomislav Muzek con la parte de Erik, que resolvió sin aparente dificultad, exhibiendo un timbre amplio, bien timbrado y suficiente.

Se reponía en esta ocasión al producción firmada Florentine Klepper, estrenada en 2015 en este mismo teatro. Aunque parte de una buena idea, su realización escénica, como tantas veces sucede, hizo aguas por doquier. Todo comienza con un funeral, el de Daland, un marino noruego, a la sazón padre de Senta, quien protagoniza de hecho la propuesta, narrando a modo retrospectivo los hechos. Hasta ahí el atino de la propuesta, que después colisiona una y otra vez con el libreto, sin destrozarlo, ciertamente, pero sin añadir absolutamente nada a su desarrollo dramático, superponiendo así una dramaturgia superflua, sin pena ni gloria.