Bartoli Ariodante MonteCarlo19 AlainHanel

 

Ecco un artista!

Mónaco. 28/02/2019. Opéra de Monte-Carlo. Haendel: Ariodante. Cecilia Bartoli, Kathryn Lewek, Christophe Dumaux, Sandrine Piau, Norman Reinhardt, Peter Kálmán, Kristofer Lundin. Les Musiciens du Prince. Dir. de escena: Christof Loy. Dir. musical: Gianluca Capuano.

"Ecco un artista!" exclama Tosca ante el cadaver de Cavaradossi cuando este se desploma acribillado en el fusilamiento, sin saber aún que su amado está muerto y que lo que acaba de contemplar es una terrible realidad y no una lograda actuación. A diferencia de Cavaradossi, Bartoli no finge estar muerta sino que está viva, pero que muy viva. Solo cabe quitarse el sombrero ante una artista semejante, capaz de transmutarse en Norma o en Ariodante como si tal cosa. Cada nuevo proyecto supone para Bartoli una inmersión completa en un universo; no se trata tan solo de otra muesca más en la culata. El de Ariodante es un papel travestido, esto es, una parte en origen masculina, estrenada por un castrado (Carestini) pero atribuida históricamente a voces femeninas de mezzosoprano. El plantel histórico de referencias es apabullante: Janet Baker, Anne Sofie von Otter, Lorraine Hunt, Ann Murray... Y en nuestros días: Ann Hallenberg, Sarah Connolly, Joyce DiDonato... Y ahora también Cecilia Bartoli, quien debutó esta parte en junio de 2017, en Salzburgo, en la misma producción de Christof Loy que ahora hemos visto en Monte-Carlo.

Con su Ariodante consigue Bartoli ofrecer lo mejor de sí misma, lo cual es mucho decir. No se trata ya del mero y esperado virtuososismo vocal, la efectista pirotecnia, por entendernos. En Bartoli encontramos algo más, verdaderamente genuino, que solo está al alcance de unos pocos escogidos, en quienes un talento sin igual se encuentra con un trabajo sin denuedo. Esa capacidad comunicativa, ese arte para centrar la atención con una mirada o un gesto... Eso es arte y no se vende ni se compra, no se aprende ni se enseña. Impagable así toda la escena en la que Bartoli finge estar borracha, entre un mar de coloraturas. ¡Por no hablar del puro que se fuma mientras canta un pasaje infinito de agilidades! Pero sobre todo su "Scherza infida" quedará en mi memoria por mucho tiempo. La representación parecía haberse detenido, suspendida en un continuo infinito, con Bartoli obnubilando al público con un hilo de voz manejado a placer, en un canto de casi insoportable intensidad. Qué emoción tan genuina. ¡Qué artista!

Piau Dumaux Ariodante MonteCarlo19 AlainHanel

 

Más allá de Bartoli, estupefacto quedé ante el arte de Sandrine Piau. ¡Qué maravilla su Dalinda! Al margen del exquisito nivel técnico de su recreación de la partitura, Piau encandila por la fragil sensualidad con que pasea su encarnación del personaje, generando un sin fin de sensaciones y sentimientos en el espectador, desde la compasión a la atracción. Ponga una Sandrine Piau en su vida y entenderá por qué exactamente amamos la ópera.

Ciertamente todo el reparto rindió a un gran nivel. No pocas escenas pivotan en torno a la Ginevra de Kathryn Lewek, quien a pesar de algún titubeo en la afinación, no admite reproche alguno en cuanto a su entrega escénica y su voluntad expresiva. Fabuloso también el Polinesso de Christophe Dumaux, un contratenor de evidente virtuosismo, dueño de un instrumento con muchas posibilidades. Menos famliarizado con el estilo barroco aunque sin duda esmerado en su hacer, el tenor norteamericano Norman Reinhardt como Lurcanio. Muy notable asimismo el bajo Peter Kálmán, en la parte del rey de Escocia, muy comprometido con la producción de Loy. Y buenas intenciones exhibió también Kristofer Lundin en su breve intervención como Odoardo. 

La producción de Christof Loy, estrenada el año pasado en Salzburgo, resulta ser uno de sus mejores trabajos. Espoleado a buen seguro por la propia Bartoli, el resultado es ejemplar: inteligente y elegante, con un ritmo teatral envidiable y una capacidad palpable para crear imágenes y cuadros de gran fuerza dramática. La dirección de actores es impecable, riquísima en detalles y variada como pocas veces se recuerda en los recientes trabajos de Loy. Las coreografías de Andreas Heise, lejos de lo que sucede en estas ocasiones, no resulta superflua e impostada sino que se acopla como un elemento más, perfectamente imbricado, en el transcurso de la representación. El trabajo de Loy con el papel protagonista de Ariodante roza la caricatura pero la sortea con astucia, creando una imagen andrógina que recuerda a la de Conchita Wurst, quien ganó Eurovision en 2014. 

Absolutamente referencial el trabajo en el foso de Gianluca Capuano, recién confirmado como titular de Les Musiciens du Prince, una formación excelsa, responsable de un Ariodante de gusto sobresaliente, con una tensión teatral y una belleza subyugantes. Estamos sin duda ante una de las mejores partituras de todo el catálogo operístico de Haendel. Y el nivel de riqueza y detalle con que logran recrearlo es digno de admiración. Por añadidura, escuchar este repertorio y con estos mimbres en la pequeña sala Garnier de la Ópera de Monte-Carlo fue una absoluta delicia.