Parsifal, versión 2.0
Munich. 31/03/2019. Bayerische Staatsoper. Wagner. Parsifal. Burkhard Fritz (Parsifal), René Pape (Gurnemanz) Nina Stemme (Kundry) Michael Nagy (Anfortas) Derek Welton (Klingsor).Orquesta de la Bayerische Staatsoper. Dirección de escena: Pierre Audi. Dirección musical: Kirill Petrenko.
A lo largo de la historia de la música, la ambición ha formado parte inseparable de muchas de las biografías de compositores, artistas y cantantes, pero pocas ansias de triunfo pueden acercarse a las que siempre albergó Richard Wagner. No vamos aquí a argumentar estas afirmaciones que son corroboradas por cualquier buen manual sobre su vida, pero Wagner no sólo fue ambicioso en la acepción material del término, sino que ese carácter resolutivo y su gran ansia de éxito se vieron reflejados en el desarrollo de su obra. Ésta evoluciona de una manera clara, y aunque nos gusten más o menos cada uno de sus trabajos operísticos, es indudable una progresión meditada y decidida en busca de la perfección y, de alguna manera (si no, no sería Wagner), la inmortalidad. Y cuando nuestro compositor entra ya en esa madurez creativa, sus óperas (o la denominación que le dé él a cada una) se van despegando de lo humano (pero nunca del todo) y se van haciendo más espirituales, más divinas, aunque muchas veces esa divinidad sea desacralizada. Creo que es la fórmula perfecta que da a Wagner su inmensa grandeza: una música, una historia que humaniza al dios e inmortaliza al humano. Los protagonistas se ven abocados a esta dualidad sin elegirla, como forma intrínseca de su ser. Hasta Los maestros cantores, que se salen de forma casi general de esta norma, tienen un hálito de esa nombrada dualidad, sobre todo Sachs, el más humano de sus personajes, y por ende, el que más hecho está a imágen y semejanza de lo que debería ser Dios. Si esa fórmula mágica hombre-dios aparece en Tristán o El anillo, guardando cierto equilibrio entre sus dos componentes, en su último trabajo, Parsifal, el ambicioso Wagner quiere ir más allá, lanzar al hombre hacia la divinidad, o más exactamente a la plena espiritualidad. Es como una manera de saldar cuentas con el mundo y prepararse para el más allá, pero queriendo dejar un legado casi inalcanzable por esa ambición que le lleva a a las más altas cotas de su creación musical.
Para levantar ese castillo de pasión, dolor, amor y redención busca en su propia obra anterior pero también en compositores como Bach que ya antes habían divinizado lo humano y humanizado al hombre en sus cantatas religiosas, y especialmente en sus dos Pasiones. Wagner, fiel a la tradición musical luterana, se libera de cualquier ornamento y va directamente al núcleo de la religiosidad cristiana para crear ese “Festival escénico sacro” donde el hombre y la mujer sufren y aman por Jesucristo. La música hace justicia a tan altas miras y es de una belleza y un dramatismo casi perfectos (o para los que amamos Parsifal, completamente perfectos) que han creado una verdadera “religión” a la hora de su interpretación en directo. Ese monumento a la ambición que es el Teatro wagneriano de Bayreuth se creó para estrenar Parsifal (y también el resto de sus obras “canónicas”) y a partir de ahí empezó una verdadera “liturgia” cada vez que se interpretaba, especialmente, y para no alargarnos mucho, sobre todo a partir de la apertura del Nuevo Bayreuth después de la II Guerra Mundial y de que el genial Hans Knappertsbusch dirigiera (y se registrara en disco) esa función mítica de 1962. Ese ha sido el punto de referencia, la vara con que las diversas interpretaciones que los más grandes directores wagnerianos han hecho de Parsifal se ha medido. Hasta hoy.
¿Podemos decir que Kirill Petrenko ha lanzado una nueva versión de referencia de Parsifal? ¿Una versión 2.0 que consiga, sin olvidar la gran tradición, interpretar el drama sacro con otros ojos, con otra medida? No lo sé, el tiempo lo dirá. Petrenko tiene en su contra su nula pasión por las grabaciones, sean en directo o en estudio. Sólo quedará constancia de su nueva manera de interpretar la obra gracias a la transmisión en streaming del estreno de la temporada pasada o a grabaciones piratas, que seguro las hay. Poca cosa para convencer a los recalcitrantes o a los que ponen en duda la genialidad que otros aplicamos al maestro ruso. La verdad que a estas alturas poco me importan sus opiniones, yo he oído a Petrenko y estoy escribiendo mis impresiones para quien quiera leerlas. ¿Qué aporta de nuevo Petrenko a Parsifal? Básicamente profundidad ligera. No abandona en absoluto la carga dramática, intensa y trascendental de la obra pero la humaniza, la pone más cerca de nosotros, la aleja de lo inalcanzable para que la toquemos, la manipulemos y la sintamos más cerca, más humana. Populariza Parsifal, en el sentido que se la sirve al público de todo tipo y se la arrebata a los grandes entendidos. Y eso, repito, sin que pierda un ápice de su magnético poder. Casi un milagro. En la representación que comento esto fue mucho más palpable en los dos primeros actos y algo menos en la primera parte del tercero, justo antes de llegar esa maravilla que se llama “los encantos de Viernes Santo”. Sobre todo porque la demora en los tiempos que impuso para acentuar la inmensa tristeza que embarga a Montsalvat pudo a veces ser un poco excesiva, aunque sin perder nunca la tensión intrínseca a su visión general. Hay que meditar esta versión, pensarla, saborearla en el recuerdo y ver cómo repercute en el devenir de la interpretación de Parsifal. Sea como sea el futuro, el presente es memorable.
Pero aunque Parsifal se diseña en la batuta no se levanta sin un gran plantel de trabajadores de la música. En primer una orquesta que responda a esas órdenes que envía el arquitecto desde su podio. La orquesta de la Bayeirsche Staatsoper fue un equipo perfectamente engrasado y a pleno rendimiento bajo la dirección de Petrenko. Es una formación excepcional, con unas prestaciones individuales que sólo pueden dar solistas de primera talla, pero es que toda la orquesta es un solista de primera y habría que nombrar a cada uno de sus miembros para hacer justicia a toda la belleza que nos transmitieron. El mencionado Knappertsbusch, para sus míticas funciones, trabajó con grandes cantantes que ayudaron a poner en pie esa versión inolvidable. En la representación que comentamos, la del pasado 31 de marzo, realmente sólo dos voces (y un inmenso, por su calidad, coro) estuvieron a la altura de Petrenko y su orquesta: René Pape como Gumeranz y Nina Stemme como Kundry. Y cuando los cantantes no están a pleno nivel, en este Parsifal, con esa concepción tan especial, se nota demasiado. Sobre todo el mal estado vocal del protagonista, en manos de Burkhard Fritz, que no estuvo en ningún momento a la altura de lo que ocurría en el foso y al que se le notaba, además, con algún problema de salud, más palpable en el tercer acto. Tampoco destacó, aunque estuvo más correcto, el Amfortas de Michael Nagy, que sí tuvo una gran entrega dramática. Con el tiempo y con una mayor profundización en la singular personalidad del “ángel caído” del drama, Derek Welton será un estupendo Klingsor porque posee un bello timbre y una perfecta proyección. Dejo para el final el maravilloso espectáculo que depararon las voces de Pape y Stemme. En primer lugar destacaría a la gran soprano sueca, una cantante que me atrevería a decir que no tiene hoy rival en los grandes papeles wagnerianos. Hizo que el segundo acto fuera el más atractivo vocalmente de la noche. Pasó de la seducción al enfado, del ruego a la desesperación. Cada frase estaba medida y sentida a la vez, increíble y maravillosa. Pape es una referencia como Gurnemanz, un rol que parece hecho para él, o que él ha hecho suyo, no sabe uno muy bien. Lo que está claro es que con la batuta de Petrenko su personaje muestra su lado más tierno (cosa nada fácil con este cantante) a la vez que sigue fiel a su manera de expresarse con esa elegancia que le es tan natural. Se notan los años, hay algún momento que aparecen rastros de fatiga, pero todo se olvida con su lección de canto.
La dirección artística de Pierre Audi gana enteros en directo y con la distancia. Las retransmisiones televisivas a veces son traicioneras y en este caso se pierde la idea de conjunto que da sentido a su planteamiento. Éste, apoyado en un interesantísimo trabajo plástico y escénico del artista Georg Baselitz, nos presenta un Parsifal primigenio, liberado de connotaciones cristianas y enraizado más con ritos naturales o primitivos. Es una audaz propuesta que funciona por la estética desgarrada y a veces poco agradable a la vista pero que encaja perfectamente con el espíritu del drama. Un gran trabajo.
Petrenko, por si no lo hubiera hecho ya con más de una ópera, ha presentado sus credenciales. A mi me ha entusiasmado y pienso que dejará un poso en la historia de la interpretación de Parsifal. No sé si me equivocaré pero mi precario olfato wagneriano me dice que no.