Miguel Hart Bedoya

Heterodoxos y musicales

Barcelona. 27/4/2019. Auditori. López: Perú Negro. Walton: Concierto para violonchelo y orquesta. Nicolas Altstaedt. Elgar: Variaciones Enigma. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Miguel Harth-Bedoya.

La visión de las Variaciones Enigma a 120 años de distancia fue precedida por un feliz desembarco musical peruano para agitar la OBC, con la visita del director Miguel Harth-Bedoya y el estreno español de Perú Negro de Jimmy López. En España se vive muchas veces de espaldas a las realidades musicales de Hispanoamérica, cuando tenemos mucho más que dialogar con ellas por razones obvias. El propio programa lo hacía, anunciando en portada los nombres de Elgar, Walton y el solista alemán Nicolas Altstaedt. 

Como sucedió en muchos países de la región, la música peruana se alimentó durante el pasado siglo de una inmensa confluencia de tradiciones y experiencias, desde las raíces autóctonas hasta el enriquecimiento fruto del éxodo europeo pasando por el importante contacto con africanos que llegaron como esclavos. En los vericuetos de ese camino se forjó un legado musical en el que la recuperación del lenguaje musical de los pueblos originarios resultó decisiva, tanto como lo fueron europeos que se implicaron en esa tarea, de particular influencia en el caso de Rodolfo Holzmann (1910-1992). Los cimientos de una tradición que puso el pie en las vanguardias con nombres como los de Enrique Iturriaga o Edgar Valcarcel, y sus numerosos discípulos. 

Jóvenes como el compositor Jimmy López se emplazan en ese camino con personalidad, formando parte de una generación que apunta al eclecticismo y huye de manifiestos prescriptivos. Más descriptiva que evocadora, Perú Negro (2012) no es quizás la obra más interesante de López entre las que encontramos en el disco grabado por la Norwegian Radio Orchestra para Harmonia Mundi y editado en 2015, pero sí una de las más efectistas y cautivadoras, repleta de elementos rítmicos y melódicos de la música popular. Con un inicio fascinante y un desarrollo rítmicamente trepidante, en ella demuestra una amplia paleta de recursos orquestales, tomando como lejana fuente de inspiración la tradición musical afro-peruana, pero desde una visión netamente imaginativa (curiosamente las notas al programa daban la vuelta al mundo para recordar compositores europeos del XX con la misma actitud estética y no mencionaban casos cercanos como los de Falla, o geográficamente más cercano aún el de Pahissa). Encargo del propio Harth-Bedoya, convertido en valedor de la partitura que además de grabarla la incluye en la programación, nos hace pensar en el grado de decisión y responsabilidad que tienen los directores, y de la que tantas veces huyen señalando a la figura de los “programadores”. El director peruano se esforzó por mantener el pulso y la sensualidad de una partitura que la demanda a raudales. A pesar de un inicio frío, la orquesta creció en ductilidad y contundencia dando como resultado una lectura convincente, que tuvo muy buena recepción en la sala grande del Auditori. 

Con un lenguaje muy arraigado en la tradición, un verdadero muestrario de virtuosismo es el Concierto para violonchelo y orquesta de William Walton, encargo de un campeón del instrumento como fue Gregor Piatigorsky, quien lo estrenó hace seis décadas y tuvo mucho que ver en la factura final. Dos décadas después de sus conciertos para violín y para viola, una obra de madurez y oficio en la administración de la orquesta en diálogo con el solista, al que no deja un compás de respiro desde el inicio. Destaca por la dosis de agilidad y vigor que exige al violonchelo –hasta lo acrobático en el segundo movimiento– pero también frescura y energía en la orquesta. La solvencia técnica y artística de Nicolás Altstaedt está más que contrastada; un violonchelista de tremenda personalidad que se puso al servicio de la sustancia dramática de la pieza. La libertad interpretativa de Alstaedt nunca suena arbitraria, y su sonido es redondo, de gran belleza, favorecido por arcadas de gran longitud y un admirable sentido por el matiz en la administración de la presión sobre las cuerdas. Por su parte la batuta, tan incisiva como reflexiva, dejó respirar frases y concertó con acierto el discurso del violonchelo, bien abrigado por las cuerdas. Para redondear la aplaudida lección del chelista, una visión historicista pero de nuevo muy personal de la Sarabanda de la primera de las suites para violonchelo de Bach.

Sin abandonar las islas británicas, el programa culminaba con el aniversario como pretexto de las celebérrimas Variaciones sobre un tema original, “Enigma” op. 36 de Edward Elgar. Obra fetiche del compositor británico, su opulencia sonora y tremenda riqueza expresiva es la piedra de toque de toda interpretación. Esta estuvo dotada de tanto brío y detallismo como gran cuidado por el tratamiento tímbrico. Harth-Bedoya es un director heterodoxo en su técnica, pero profundamente musical e indiscutiblemente sólido en sus conceptos. Sobre ello cimentó una dirección de vigor, lirismo y consistencia. Extremando quizás dinámicas pero revelando aspectos de la obra que suelen pasar desapercibidos,  espoleando una orquesta que rindió a gran nivel a partir de la célebre variación “Nimrod”, elegante en las cuerdas y de gran nobleza sonora en metales y maderas –donde se cifra precisamente el grado de refinamiento o vulgaridad de la partitura–, rematando un final de tremenda voluptuosidad, intensidad y grandeza.   

Una entrada muy discreta, como por otra parte viene siendo habitual en la sala y la ciudad fuera de las grandes citas mediáticas, celebró un programa servido con tanto oficio como ímpetu y apasionamiento musical, del que tan necesitados estamos.