Yoncheva curtain call Tosca Berlin19

La buena escuela

Berlín. 12/05/2019. Staatsoper Unter den Linden. Puccini: Tosca. Sonya Yoncheva, Teodor Ilincai, Andrzej Dobber, Grigory Shkarupa, Jan Martinik, Florian Hoffmann, Adam Kutney, Erik Rosenius. Dir. de escena: Alvis Hermanis. Dir. musical: Domingo Hindoyan.

En avanzado y visible estado de gestación, la soprano búlgara Sonya Yoncheva abordaba en Berlín su segunda tentativa con el icónico rol de Tosca, tras las exitosas funciones de su debut con esta parte en el Metropolitan de Nueva York, el diciembre de 2017. Yoncheva lo tiene todo para convertirse en una Floria Tosca para el recuerdo. El timbre opulento y pastoso, de una redondez y una presencia apabullantes, con el color preciso, de amplio lirismo pero también un punto ácido. Y sobre todo la inteligencia para medir sus fuerzas y frasear con una naturalidad que asombra. Y es que Yoncheva parece aborar la parte de esta heroína pucciniana sin esfuerzo, con una inaudita comodidad. Su Tosca tiene resonancias callasianas, en no pocos acentos e incluso en algunos giros de color, en notas y frases muy puntuales. Al margen del consabido y esperado "Vissi d´arte", que quizá no fue lo más redondo de la velada, Yoncheva consigue momentos estremecedores, dignos de la mejor escuela: la contención dramática en "Dio mi perdona... Egli vede ch´io piango!", el grave desgarrador y bellísimo en "Torturate l'anima... Sì, l'anima mi torturate!"; la desolación en "Vedi, le man giunte io stendo a te"; o el sonido penetrante y límpido en "Io quella lama gli piantai nel cor". En suma, una Tosca de muchos quilates, que confirma la imparable trayectoria de Yoncheva, quien ha consechado ya éxitos indudables como Mimí, Violetta Valery, Norma, Medea, Poppea... Así las cosas, su próxima Imogene en Il pirata del Teatro Real puede ser todo un acontecimiento.

Teodor Ilincai tiene los medios para firmar un buen Cavaradossi, con un centro amplio y un agudo bien resuelto, pero su fraseo es por lo general plano, poco estimulante; y tampoco su técnica le permite inflexiones dinámicas que enriquezcan su retrato de este ardiente y romántico pintor revolucionario. En cambio, Andrzej Dobber, con unos medios menos pujantes, supo componer un atractivo y melifluo Scarpia, a veces más declamado que cantado, pero honesto en sus formas y eficaz en su desenvoltura escénica. Desigual el plantel de comprimarios, esta vez: imponente voz la del joven Erik Rosenius como carcelero; del todo insuficiente Florian Hoffmann como Spoletta; y poco atinado el sacristán de Jan Martinik, cuyo notable instrumento brilla más en otras lides.

La producción de Alvis Hermanis es, sin la menor duda, uno de sus peores trabajos. Ya me lo había parecido cuando se estrenó en el Schiller Theater, en 2016, y estas nuevas funciones no han hecho sino confirmar aquella impresión. Hermanis, a quien le hemos visto trabajos interesantes y dispares, como sus Soldaten para Salzburgo o su Damnation de Faust para París, aborda aquí Tosca con una irreverencia imperdonable. Y es que no hay peor pecado en materia escénica que tratar al espectador como si fuera un estúpido. Una sucesión de dibujos, de fea factura dicho sea de paso, van narrando la acción del libreto, a modo de un cómic de baja estofa. Todo queda así en manos de los solistas y su arte en escena a la hora de recrear la acción con brillantez y vívida teatralidad. Afortunadamente, los cantantes que encabezaban el cartel aquí lograron sobreponerse a una producción francamente inútil.

En el foso, Domingo Hindoyan -quien ha sido asistente de Barenboim en varias producciones aquí mismo, en la Staatsoper de Berlín- firmó un buen trabajo, de atinado color, claridad de texturas y tiempos por lo general adecuados, más allá de algún pasaje demasiado lento en el primer cuadro. Hindoyan contó en el foso con una excepcional Staatskapelle de Berlín, que sirvió con brillantez a la maravillosa orquestación de Puccini.