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Perfección añorada

20/05/2019. Londres, Royal Opera House. Umberto Giordano, Andrea Chénier. Sondra Radvanovsky, Roberto Alagna, Dimitri Platanias, Rosalind Plowright, Christine Rice, Elena Zilio. Dir. de escena: Sir David McVicar. Dir. musical: Daniel Oren.

Lejos de ser odiosas, las comparaciones en este caso son pertinentes y muy necesarias. La producción que nos ocupa se llevó a bombo y platillo a Barcelona hace poco más de un año, con un cartel de los que muy raramente se ven en nuestro país: Sondra Radvanovsky, Carlos Álvarez y el esperadísimo Jonas Kaufman. En contra de las expectativas mediáticas, la soprano eclipsó al protagonista en aquella ocasión y ofreció a los aficionados del Liceo una interpretación de las que hacen historia –no en vano los críticos de esta revista la hemos nombrado la mejor soprano en activo. Ahora, la Royal Opera House repone este trabajo propio con la misma protagonista, enfrentada a un cantante más irregular: Roberto Alagna. De este modo, el éxito de la americana parecía asegurado, y así fue, aunque con algunos matices importantes.

Sondra Radvanovsky ofreció un gran espectáculo vocal, de eso no cabe duda. La potencia y el control del instrumento son, sencillamente, soberbios. Se mueve con facilidad entre las delicadezas del bel canto y la fuerza de una spinto en los momentos más intensos. Su “La mamma morta” es una lección de fuerza dramática basada en técnica vocal. Pero, a esta actuación en particular, le faltaron esas mínimas genialidades que diferencian lo muy bueno de lo extraordinario: un fiato que se sospecha insuficiente, una dinámica no tan sentida, una cierta extrañeza en la teatralidad. Dirán que el nivel de exigencia es excesivo, muy cierto, pero cuando se ha visto la perfección en acción es difícil no añorarla.  

Alagna Chenier ROH 2019 CatherineAshmore

 

Frente a ella, nos encontramos a un Roberto Alagna que, con la seguridad que da el cumplir nada menos que cien actuaciones sobre el escenario de Covent Garden, construyó un magnífico Chénier. Es un cantante que con el paso del tiempo ha tenido una evolución netamente positiva. Hace años, solía abusar del volumen y la fortaleza en los agudos a costa de todo lo demás, despachaba un canto resultón pero insolente, en ocasiones irritante. Ahora se ha refinado, cuida el legato, las sutilezas, las medias voces, el color es más homogéneo al cambiar de registros; todo esto sin perder un ápice de empuje. Una calidad artística que ya demostró frente a Elina Garanča en Sansón y Dalila, y que ahora certifica frente a nuestra number one.

El tercero en esta discordia revolucionaria es el Gérard de Dimitri Platanias. Convence en el aspecto dramático de su viaje, desde la indignación por su condición de sirviente hasta la expresión de nobleza en su redención final. Vocalmente, exhibe músculo y garra; su “Nemico della patria” se ganó los mayores aplausos de la noche, aunque estuviera basado en un canto esforzado, algo que estuvo presente en toda la representación. También querida por el público, Rosalind Plowright, demostró cómo de apropiada y seductora puede ser una voz madura, si se asigna al papel adecuado.

Daniel Oren apostó por una lectura energética y colorista, alterando sin reparos los tiempos en una u otra dirección y facilitando siempre la labor de los cantantes los únicos protagonistas de la noche. En cuanto a la producción de David McVicar, se construye sobre una búsqueda de literalidad, en una apuesta por la grandeza historicista fantaseada. Conserva sus defectos y virtudes, impresiona visualmente en algunos momentos, pero sus modos de gran musical del West End, la sumergen en una ingenuidad de cartón piedra en otros muchos. 

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