Viktoria Mullova

Austeridad voluptuosa

Barcelona. 05/04/2016, 20:30 horas. Palau de la Música Catalana, Ibercàmera. Johann Sebastian Bach (1685-1750):Sonata núm. 1 en sol menor. Partita núm. 3 en mi mayor. Partita núm. 2 en re menor. Viktoria Mullova, violín.

El barroco es un movimiento artístico fascinante, lleno de contrastes, artificiosidad alambicada y complejidad en la formas, con un espíritu que avasalla y sorprende, teatral y seductor, además de exigente y difícil. Es curiosa su similitud y concomitancias con el actual mundo en que el orden milimetrico de la sociedad occidental convive con el caos racial de la multiculturalidad y la globalización merced de un mundo conectado vía internet sin descanso. Será por eso que es un movimiento, centrándonos ya en música, que vive un esplendor interpretativo y concertístico como nunca, con infinidad de solistas excelsos y una ejecución modélica fruto de los diversos estudios y enfoques musicológicos y la gran escuela de la recreación de la interpretación con criterios historicistas. Se escapa algo a esta reseña este tema, donde puristas y amantes de la música en general chocan con conceptos como estilo, ejecución y tradición. El caso es que más allá de estas disquisiciones, si la semana pasada, la sala del Palau de la Música Catalana, vivió el idilio musical que ofreció la gran violinista alemana Anne-Sophie Mutter (1963) y sus The Mutter Virtuosi, con un bello programa integrado por Previn, Bach y las inefables Cuatro estaciones de Vivaldi, esta vez se vivió la vuelta de otra de las grandes intérpretes de las cuerdas del violín, la moscovita Viktoria Mullova (1959). Volviendo a los contrastes, una de las características básicas del barroco, si todavía a más de uno le quedaba en la memoria la fuerza y belleza hedónica arrebatadora del sonido de Mutter y su lectura apasionada y atmosférica de las estaciones vivaldianas, aquí llegó como una tabula rasa, la interpretación austera y circunspecta de la gran Viktoria Mullova con un programa íntegro basado en parte del corpus de violín solo de Bach. Programa sin solución de continuidad, iniciado con la Sonata nº1 en sol menor BWV 1001, donde en sus cuatro movimientos, la figura única y severa de una solista concentrada en una interpretación que pareció para si misma, luchó con una construcción del sonido arquitectónico bachiano de menos a más. Mullova tiene una gran capacidad de aislamiento, o eso parece cuando comienza a interpretar la partitura y parece desaparecer la noción del tiempo y a crearse desde su digitación sobre las cuerdas de su violín y la posición de su arco. El severo Adagio inicial pareció escapársele con un sonido algo desigual, debido a ciertas imprecisiones iniciales que desembocaron en una sensación de búsqueda de un control perdido, donde prevaleció el sonido austero y los ataques acerados, mejorando en la hermosa Fuga, encauzándose en la escueta Siciliana para desembocar en un Presto ya por fin hilvanado con efervescentes muestras de control técnico, sonido impecable y juegos de contrastes rítmicos de escultórico acabado.

Con el juguetón e irresistible inicio del Prélude, de la Partita nº3 en mi mayor BWV 1006, Mullova ofreció un recital de precisión y control admirable que contrastó con el siguiente movimiento, un Loure de tempo casi suspendido que acabó con una nota final que pareció desvanecerse en el aire. La célebre Gavotte en Rondeau, una de las piezas de Bach escogidas -en su interpretación a manos de Arthur Grumiaux- en el famoso disco de oro que acompañan a las Sondas Voyager por el espacio, mostró a una Mullova más relajada y extrovertida, quien ofreció un recital de matices, colores y control cadencioso en los Menuetto I y II posteriores. Con la Gigue final la rusa se recreó en un multicolor juego de voces para cerrar felizmente las obra.

En un ambiente de evidente concentración con un público entre absorto y seducido por la inefable obra bachiana, Mullova comenzó la Allemande de la Partita nº 2 en re menor BWV 1004, con atención especial a las inflexiones de la partitura, pero sobretodo con un sonido fluído y de sedoso contraste que fue construyendo a lo largo de la hermosa y difícil pieza. Dinámica en el Courante y contemplativa en una Sarabande estilizada y de introspectiva belleza, Mullova se fue creciendo a la vez que transcurrían los movimientos, llegando magistral  a la interpretación de la Gigue con un grado de severa austeridad y fraseo virtuoso y ligero que dio a un amago de aplausos por parte del público antes de llegar a la monumental Chaconne final. Este movimiento colosal, que parece encerrar destilado en sus casi catorce minutos totales, toda la grandeza de la invención bachiana para violín solista, fue con justicia lo mejor de una noche de sonoridad barrocas llevadas a la hermosura del artificio entendido como concentración máxima.