Carmen Ennevi fondz arena verona

Carmen y la electricidad

Verona. 06/07/19. Arena di Verona. Bizet: Carmen. Ksenia Dudnikova (Carmen). Martin Muehle (Don José). Ruth Iniesta (Micaela). Erwin Schrott (Escamillo). Gianluca Breda (Zuniga). Karen Gardeazabal (Frasquita). Clarissa Leonardi (Mercedes). Nicolò Ceriani (Dancairo). Italo Proferisce (Morales). Orchetra e Coro dell'Arena di Verona. Hugo de Ana, dirección de escena. Daniel Oren, dirección musical.

Como en todo amor, (iba a recalcar que más cuando es libre, pero ¿qué verdadero amor no lo es?), también en el de Carmen una lluvia imprevista puede amenazar con paralizar las voces de sus protagonistas. Así sucedió en la Arena de Verona, el pasado día 7. No hubo aguacero finalmente, pero sí mucha energía sobre el escenario, a todos los niveles. Una tormenta eléctrica se formó prácticamente sobre la ciudad y creó una atomósfera aún más única durante la representación. Los relámpagos se sucedían uno tras otros, como los latidos de Carmen siguiendo sus instintos y buscando ser libres. Las tormentas y el amor pueden ser hechos oscuros; de hecho, Carmen baja a sus profundidades al hablar de "amor" y de "muerte", pero siempre tienen latigazos como rayos que son tan eléctricos como bellos.

En esta ocasión, la protagonista de Merimée estuvo representada en la voz de la mezzosoprano uzbekistana Ksenia Dudnikova, con una voz timbrada, homogénea y sunstuosa, de rico registro grave y una vis dramática algo envarada. Sin duda una de las mezzos a seguir de su generación. A su lado el Don José de Martin Muehle, con un timbre ancho y una voz de gran pegada, presentó un personaje desquiciado que ganó enteros a medida que el drama avanza, lejos ya del dueto con Micaela o incluso su propia aria. Micaela fue una sobresalinte Ruth Iniesta, quien colorea y frasea a placer, en un rol que claramente domina. Si de algún modo Teresa Berganza, su época y su momento, ella por supuesto, contribuyó a que todos tuviéramos una concepción nueva, real, diferente de Carmen; sopranos como Ruth Iniesta han ayudado a que todos podamos ver otra cara de Micaela, muy necesaria, alejada de la pavisosez con la que a menudo se la sigue representando. Micaela es quien es y representa lo que representa, no podemos negarlo, pero hay muchas formas de mostrarlo. Aquí se ve claramente el pasado entre Don José y ella, su relación anterior y su momento presente, lo que favorece nuestra conexión y entendimiento con Micaela.

En el lado contrario hay que situar el Escamillo de Erwin Schrott, alejado de toda elegancia. Aparenta desbordamiento y fuego, pero es vacuidad y descontrol, en un concepto, también vocal (el final del dúo con el tenor, para olvidar) demasiado básico. Parece mentira en alguien cuyos referentes, decía hace tiempo, son Alfredo Kraus y Mirella Freni. Muy acertados el plantel de comprimarios, haciéndose oír y manteniendo las formas, cosa que no siempre es fácil en la Arena. Por su parte, Daniel Oren hizo de las suyas, para bien. Es curioso, si en Il Trovatore encontramos a un maestro plegado a la diva, y en Aida otro desplegando un susurro orquestal (estupendo en todo caso) en pro de las voces; el israelí se erige en comparación como alguien que conoce la plaza, sus limitaciones y ventajas, como pocos, porque quiere colorear y dotar de intensidad cada momento. Algo básico en Carmen. Con todo, su firma es su firma: el entreacto nocturno, por ejemplo, parece levantarse con mayor urgencia de lo acostumbrado, pero en ningún momento, aun con su vehemencia y exaltación habituales (sus gritos también se oían aquí), llegó a tapar a los solistas.

De las tres producciones vistas en esta temporada de L'Arena di Verona, la Carmen de Hugo de Ana es la que, con diferencia, más y mejor juega al detalle, casi como si nos encontrásemos en la intimidad de un teatro. Es algo con lo que se gana, no hay duda. Detalles aquí y allá que nutren la acción de los personajes y consiguen dotar de vida la ópera de Bizet más allá de la grandiosidad con la que siempre cuentan las puestas en este singular escenario. Es una opción clásica, no podemos esperar otra cosa. Aquí no hay guardias civiles ni mucho menos gorilas, pero sí que los gitanos, en un giro recurrente, se vuelven más maquis que otra cosa. No obstante, la acción se sitúa en 1930, con errores anacrónicos bastante llamativos. Una bandera constitucional, aprobada en 1981, ondea durante prácticamente toda la noche, mientras que aparecen por momentos otras tanto republicanas como anarquistas. Se quiere jugar al anacronismo, pero no. Se quiere jugar a la localización, pero tampoco. Por otro lado, hay alguna directriz que no termina de dar coherencia a sus personajes: la forma que tiene Carmen de acabar el Près de remparts de Séville, o como abandona Micaela el acto de la frontera. Lo que es menos entendible son los bailes que parecen marcarse unos nazarenos en determinado momento, o un obsoleto y feo video mapping sobre las gradas. No puedeo dejar de remarcar, ya por último, el empleo de animales sobre el escenario. En este caso, caballos. El público aplaude al verlos y raudos sacan el móvil para fotografiarlos. Quizá por eso se emplean en las tres producciones vistas, pero para quien escribe y quiero pensar que cada vez para más gente, donde cobran verdadera belleza es libres en su hábitat. Más aún en el siglo XXI.

Foto: Ennevi / Fondazione Arena di Verona.