El guitarrista que se convirtió en tenor
Peralada. 09/08/2019. Festival Castell de Peralada. Juan Diego Flórez, tenor. Ruzan Mantashyan, soprano. Orquesta Sinfónica de Vallés. Dir. musical: Guillermo García Calvo.
De alguna manera lo admirable en la trayectoria de Juan Diego Flórez, quien se ha ganado por derecho propio ya un lugar en los anales de la lírica, es que la suya no deja de ser la historia de un cantante ligero que se empeñó en convertirse en un tenor de primera fila, hasta conseguirlo. No es una historia única, ni mucho menos, pero es la suya y es la que todavía hoy parece acompañarle cuando aparece en escena, guitarra en mano, para deleitar al público con varias canciones ligeras a modo de propina. Flórez hace esto muy bien, excelentemente bien; y son bienvenidas esas propinas sobre todo en el contexto de una gala lírica estival como la que nos ocupa -quizá no tanto en un auditorio al uso, pero eso es tema aparte-. Escucharle cantar un precioso "Cucurrucucú paloma" nos devuelve la imagen, pues, de un guitarrista y cantante de canción ligera que se convirtió en tenor.
De hecho, hace ahora treinta años, en 1989 y contando él entonces apenas con dieciséis años, Florez se alzo con el primer premio en el Festival de La Paz. Y en 1996, tan solo siete años más tarde, debutaba de manera exultante en el Rossini Opera Festival de Pesaro, en el elenco de Matilde di Shabran. En apenas diez años -véan este vídeo de 1999- desde ese certamen de canción ligera, Flórez se forjó una voz de tenor ligero de primera, con una técnica segura y precisa, muy suya, pero solvente. Su voz era entonces un tanto más liviana, de timbre hermosísimo y resonancias puras, insultante en el agudo, hoy ya más corto y menos fácil. Seguramente sea complicado pasar veinte años cantando básicamente el mismo repertorio, intepretando una y otra vez a Tonio en La fille du régiment, por muchos ingresos y aplausos que te reporte.
Ya comenté esta cuestión con detalle hace un par de meses, al hilo de su debut con el Des Grieux de Manon en la Staatsoper de Viena y no creo que sea necesario ahondar más en ello. La encrucijada para Flórez es ahora mismo complicada: no puede ir hacia atrás, a riesgo de repetirse a sí mismo, sin ser ya el que era en ese repetorio que le hizo célebre; pero tampoco tiene garantizado un repertorio a futuro donde pueda encontrarse del todo cómodo. Y no obstante el tenor peruano parece decidido a seguir adelante: es significativo que tenga marcado ya en agenda su debut con el Rodolfo de La bohème, en Zúrich, el próximo mes de marzo de 2020.
El presente concierto en el marco del Festival Castell de Peralada ha sido una vez más una buena foto fija de esa encrucijada por la que Flórez transita, quizá sin pena ni gloria, pero manteniendo intacto su renombre, que no es poco. Arrancó la velada con el aria "Ah! Lève toi soleil" de Roméo et Juliette, un tanto caprichoso aquí el peruano con un fraseo delineado en exceso, aunque poético e indudablemente comunicativo. Su voz se lleva bien con el repertorio francés, con ese color claro tan reconocible de su instrumento. Así volvió a quedar patente ya en la segunda parte del concierto, con el "Salut, demeure chaste et pure" de Faust, nuevamente un título de Gounod. Flórez no abunda en una excesiva paleta de inflexiones, tiende más bien a cantar todo igual, dentro de un estilo algo amanerado y fingido, como si el drama en él fuera más por fuera que por dentro.
Para cerrar la primera mitad de la velada se había previsto un bloque con fragmentos de Lucia di Lammermoor, de Donizetti. Tras un dúo muy descafeinado ("Sulla tomba che rinserra... Verranno a te sull´aure..."), Flórez logró componer una interpretación muy digna del célebre monólogo de Edgardo al final de la ópera ("Tombe degli avi miei... Fra poco a me ricovero"). Flórez cumplió también con una de las piezas más esperadas de la noche, en antesala de ese citado debut con el Rodolfo de Puccini. Su "Che gelida manina" sonó quizá medida en exceso, aunque muy segura, con un Do espléndido, aunque muy preparado, menos fácil y espontaneo que antaño. Y es que la voz de Flórez suena cada vez más seca y mate; y ha perdido en parte su principal seña de identidad, el brillo de antaño y la insultante facilidad del agudo. Su voz corre, está en forma, no hay signos de fatiga, pero sí se advierten los lógicos signos del paso del tiempo y la tensiones propias de una voz que va haciendo suyo un nuevo repertorio. Nada trágico ni preocupante, pero no por ello menos evidente.
Flórez sabe rodearse bien de gente que le haga brillar y no le ensombrezca. Fue el caso de la joven soprano armenia Ruzan Mantashyan, una partenaire de menor fuste, con quien precisamente conicidirá el tenor peruano en Zúrich, en esa ya mencionada Bohème. Lo más interesante del instrumento de Mantashyan es su centro, bellamente sombreado, aunque fue evidente que no posee los recursos técnicos para resolver un agudo desahogado y firme. Cumplió en sus intervenciones solistas, aunque sin llegar a emocionar de un modo singular con ellas. Fue, sobre todo, un atinado apoyo para poder escuchar a Flórez en algunos dúos, como el del primer acto de Manon, donde quizá mejor sonó la voz de la soprano armenia.
Acompañó la velada la Orquesta Sinfónica del Vallés, solvente pero discreta, bien comandada por el maestro español Guillermo García Calvo, quien se afanó lo indecible por buscar un sonido compacto y lírico, a menudo amortiguado, para acompasar sus dinámicas y sus decibelios al instrumento del tenor peruano y su canto. Es de agradecer que García Calvo incluyera algunos fragmentos orquestales poco frecuentados, como el bello intermezzo de L´Amico Fritz de Mascagni o las oberturas de Mignon de Ambroise o La favorita de Donizetti.
La tanda de propinas fue extensa y generosa. Primero con la orquesta: "Oh, mio babbino caro" ,"Granada" y el dúo de "El gato montés". Después Flórez con la guitarra, con tres canciones ligeras. Y finalmente de nuevo Flórez con la orquesta, rematando con un logrado "Nessun dorma".
