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El niño de sus ojos

Vilabertran. 24/08/2019. Schubertiada. Canónica de Santa María. Obras de Martin, Shostakovich y Mahler. Alexander Schmalcz, piano. Matthias Goerne, barítono. 

A Jordi Roch, alma mater y fundador de la Schubertíada de Vilabertran, se le ilumina la mirada y se le dibuja una jovial sonrisa cuando habla de Matthias Goerne, el protagonista de nuestra portada en este mes de agosto. Emociona escucharle al evocar su primer encuentro con el barítono alemán en Heide, hace dos décadas y media, en un concierto con Juliane Banse y Justus Frantz. Desde entonces Goerne se ha convertido en el niño de sus ojos. De alguna manera la Schubertíada de Vilabertran no sería lo mismo sin sus fieles visitas de cada año, haciendo un hueco en una apretada agenda, cuajada de citas en grandes escenarios como el Festival de Salzburgo. Así, Vilabertran es ya como un santuario al que peregrinan cada verano los fieles seguidores del arte liederístico de Goerne. Son ya veinticinco años de fiel vínculo entre el barítono y este pequeño pero magnético festival en mitad del Alto Ampurdán.

Para la ocasión, para celebrar este XXV aniversario, Goerne se mostró en Vilabertran con dos programas, netamente distintos: uno dedicado por completo a Schubert, algo así como "la especialidad de la casa"; y otro -el que nos ocupa- centrado en un recorrido muy singular por piezas de Martin, Shostakovich y Mahler, con la muerte como trasfondo general. Confieso que siempre he tendido a encontrar la voz de Goerne un tanto arisca y dura, menos redonda y cálida de lo que otros dicen escuchar en su garganta. Esto es lo fascinante del canto, que no a todos nos comunica lo mismo ni de igual manera. Pero igualmente les puedo afirmar que la voz de Goerne me encadiló el pasado sábado en la Canónica de Santa María de Vilabertran, con ese aliento humanísimo, con una mezcla de entereza y fragilidad que cuadraba a las mil maravillas con el programa elegido para la velada. 

Acompañado al piano por un espléndido y expresivo Alexander Schmalcz -qué gusto da escuchar a un pianista comprometido con el programa del concierto y en sintonía plena con el solista-, Goerne comenzó su liederabend con un ciclo rotundo y oscuro, los Seis monólogos de Jedermann escritos por el suizo Frank Martin, escrito entre 1943 y 1944 a partir del drama de Hugo von Hoffmannsthal. El singular declamado de estas piezas, la desoladora urgencia de sus textos y en fin la presencia tan hiriente y apabullante de la muerte, encontraron un eco privilegiado en el intenso canto de Goerne, quien desgranó los seis monólogos un color atribulado y un aire desolador.

La Suite sobre versos de Miguel Ángel fue escrita por Dmitri Shostakovich a partir de elementos y motivos de su Sinfonía no. 14. Goerne y Schmalcz presentaron aquí una selección de cinco canciones. De nuevo una herida abierta en mitad de un contexto de guerra, desolación y muerte, haciendo Shostakovich suyo el espíritu de las Canciones y danzas de la muerte de Mussorgski y entroncando también con los siete sonetos de Miguel Ángel a los que había puesto música su gran amigo el compositor británico Benjamin Britten. La coherencia e integridad de esta primera parte del programa quedó palpable, prolongando Goerne aquí ese estilo intenso pero raramente contenido y  ese énfasis más expresivo que trágico. 

La segunda parte del recital presentaba una cuidada selección de lieder de Gustav Mahler, escogidos todos ellos entre el amplio catálogo de Des Knaben Wunderhorn. Goerne confirmó aquí su maestría: un absoluto dominio del estilo, con la teatralidad justa, el color adecuado y el énfasis exacto. Magistral lección de lo que significa y supone cantar Mahler, con todos sus dobles sentidos, sus ironías, sus guiños sin fin ese grotesco retrato de la muerte que nos legó la Modernidad. Mención aparte para Alexander Schmalcz aquí, encumbrando la colorista partitura mahleriana, con una ejecución firme y audaz.

Los números de Goerne en la Schubertiada son apabullantes: más de treinta conciertos, más de cuatrocientas canciones distintas, con casi una decena de pianistas diversos y obras de una docena de autores. Goerne es el niño de sus ojos. Es hermoso constatar que en pleno siglo XXI siguen dándose estos felices idilios entre artistas e instituciones. Devuelve un poco de fe a este singular y torcido business, en el que demasiadas cosas funcionan a golpe de talonario o por telefonazos interesados.