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Saber decir adiós

Madrid. 07/09/2019. Teatro de la Zarzuela. Marina Monzó, Airam Hernández, Virginia Tola, Mariola Cantarero, Andeka Gorrotxategi, María Bayo, Celso Albelo, Sabina Puértolas, Carlos Chausson, David Menéndez, Maite Beaumont, José Luis Sola, Pilar Jurado, José Bros, Nancy Fabiola Herrera, Rubén Amoretti, Yolanda Auyanet, Ismael Jordi, Ainhoa Arteta y Nuria Espert. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dir. musical: Óliver Díaz.

Estaba pendiente en España un homenaje en condiciones a la gran Montserrat Caballé. Fallecida el 6 de octubre de 2018, hace ahora casi un año, la irrepetible soprano barcelonesa no había sido objeto aun de una gala lírica de empaque que hiciera justicia a su figura. Lo intentó el Liceu el pasado mes de abril, aunque con más buena voluntad que resultados, con un cartel un tanto deslucido. Y el Teatro de la Zarzuela ha hecho ahora lo propio, con cariño y con honestidad. No en vano este coliseo madrileño es, a buen seguro, uno de los escenarios donde más se oyó la voz de Caballé durante su extensa trayectoria.

El programa de mano de la velada -donde por cierto no se menciona ni a la Orquesta de la Comunidad de Madrid ni a Óliver Díaz como maestro al frente de la gala- recogía con profuso detalle todas las actuaciones de la soprano en la Zarzuela desde 1964 hasta 1992: Salud (La vida breve, 1964), Violetta Valery (La traviata, 1967), Manon Lescaut (Manon, 1967), Cio-Cio-San (Madama Butterlfy, 1968), Elisabetta (Roberto Devereux, 1970), Adriana (Adriana Lecouvreur, 1974), Elisabetta di Valois (Don Carlo, 1976), Norma (Norma, 1978), Salome (Salome, 1979), Turandot (Turandot, 1980), Maria (Maria Stuarda, 1980), Leonora (La forza del destino, 1982), Semiramide (Semiramide, 1983), Cleopatra (Giulio Cesare, 1984), Armide (Armide, 1985), Maddalena (Andrea Chénier, 1985), Sieglinde (Die Walküre, 1986), Margherita (Mefistofele, 1987), Ermione (Ermione, 1988), Isolde (Tristan und Isolde, 1989), Silvana (La fiamma, 1990), Sancia (Sancia di Castiglia, 1991), Elettra (Idomeneo, 1990) y Buba (La gallarda, 1992), amén de varios conciertos y galas líricas.

Y para un homenaje en estas coordenadas, qué mejor que reunir a dos generaciones y media de cantantes españoles, en una gala consagrada al género lírico español. Faltaron unos cuantos, algunos por encontrarse inmersos en imponderables compromisos internacionales, como las sopranos Ruth Iniesta y Saioa Hernández o el barítono Luis Cansino, y algunos porque no fueron invitados (Silvia Tro Santafé, quien mostró su descontento por ello en redes sociales) o porque no obtuvieron el permiso para participar, aun encontrándose en Madrid (caso de la soprano Leonor Bonilla). Sea como fuere, la gala logró congregar a quienes son el futuro (Marina Monzó, en una lozanía vocal apabullante; o Airam Hernández, de indudable bravura) y a quienes van cerrando capítulos, con admirable elegancia (María Bayo, una señora de pies a cabeza; o Carlos Chausson, un maestro, un artista). El plantel completo incluía las voces de Marina Monzó, Airam Hernández, Virginia Tola, Mariola Cantarero, Andeka Gorrotxategi, María Bayo, Celso Albelo, Sabina Puértolas, Carlos Chausson, David Menéndez, Maite Beaumont, José Luis Sola, Pilar Jurado, José Bros, Nancy Fabiola Herrera, Rubén Amoretti, Yolanda Auyanet, Ismael Jordi, Ainhoa Arteta y Nuria Espert, que clausuró el acto con unas emotivas palabras acerca de su amistad con Caballé.

En su intervención, Nuria Espert esbozó una frase magnífica, que resume a la perfección el arte y la humanidad de Caballé: "Llevaba su corona de emperatriz de la ópera como si llevase una horquilla de su moño". ¿Cómo olvidar esa sempiterna risa de Montserrat? Nuria Espert puso también en valor, con buen tino, el vertiginoso devenir de la trayectoria profesional de Caballé, quien no contenta con erigirse en reina absoluta del bel canto, se adentró en horizontes a priori ajenos para su voz, donde igualmente logró sentar cátedra. En este país somos expertos en enterramientos; sabemos glorificar muy bien a los nuestros una vez que ya no están. Pero nos cuesta sobremanera decir en vida lo que nos queremos y nos admiramos. Ya que somos así y no parecemos tener remedio, lo suyo es que al menos seamos capaces de decir adiós con honores, sin vanas grandilocuencias, desde el cariño, con honestidad. Y eso es lo que sucedió en la Zarzuela con este homenaje, tendido desde el corazón, con un público entregado al recuerdo de Caballé y unos artistas generosos a los que solo cabe aplaudir por su entrega y su respeto hacia la homenajeada.

Mención destacada para la batuta estimulante y cómplice de Óliver Díaz, quien logró extraer lo mejor de una ORCAM que no termina de levantar cabeza, pero que sonó al menos esforzada y comprometida. No sería justo destacar a unos solistas sobre otros, en una gala de esta naturaleza, pero sí me parece digno de atención el hecho de que nuestro país tenga a cuatro tenores tan sólidos como Celso Albelo, José Bros, Ismael Jordi y José Luis Sola; o tres sopranos de primera como Ainhoa Arteta, Yolanda Auyanet y Sabina Puértolas. 

Debo decir, no obstante, que me resulta muy sorprendente el desinterés mostrado por los medios catalanes hacia este homenaje, como si por ser un homenaje en Madrid, a manos de cantantes españoles y con la zarzuela por bandera no pudiera ser un homenaje como dios manda. Pues resulta que sí, que sin necesidad de politiqueos de baja estofa, a la Caballé se le rindió ayer un merecido, justo y sincero homenaje, sobre las tablas de un teatro que vio crecer su leyenda durante casi tres décadas. Sí estaban en la Zarzuela, y es justo decirlo, los representantes del Liceu, a través de su presidente Salvador Alemany y su nuevo director artístico, Victor García de Gomar. No faltó tampoco Joan Matabosch, ahora al frente del Teatro Real, y tan ligado a Caballé durante sus días en el teatro de Las Ramblas. La Zarzuela, por cierto, ha decidido consagrar a Caballé uno de sus palcos de honor, junto a los que llevan ya los nombres de Teresa Berganza y Plácido Domingo. 

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