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Deslucido regreso

Madrid. 18/09/2019. Teatro Real. Verdi: Don Carlo (versión italiana en cinco actos, estrenada en Módena en 1886). Marcelo Puente (Don Carlo), Maria Agresta (Elisabetta de Valois), Luca Salsi (Rodrigo, marqués de Posa), Dmitry Belosselskiy (Filippo II), Ekaterina Semenchuk (La princesa de Éboli), Mika Kares (El gran inquisidor), Fernando Radó (Un frate), Natalia Labourdette (Tebaldo), Moisés Marín (El conde de Lerma/Un heraldo real), Leonor Bonilla (Una voz del cielo) · Mateus Hoedt, Cristian Díaz, David Sánchez, Francis Tojar, David Lagares, Luis López Navarro (Seis diputados flamencos). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dir. de escena: David McVicar. Dir. musical: Nicola Luisotti.

Deslucido regreso del Don Carlo de Verdi al Teatro Real tras casi quince años de ausencia sobre sus tablas. La ausencia de Francesco Meli en el rol titular, anunciada en la propia rueda de prensa de presentación del título, hizo bajar muchos enteros el atractivo de este primer reparto, cuajado no obstante de voces importantes (Semenchuk, Agresta, Salsi, Belosselskiy....). Ocupando el lugar de Meli, el tenor argentino Marcelo Puente no estuvo a la altura, con una voz amplia, sí, pero de emisión desigual y muy poco canónica. A pesar de su entrega, que no cuestiono, su línea de canto dejó mucho que desear y la sucesión de sonidos ingratos (unos nasales, otros guturales, otros de afinación inexacta...) fue excesiva. La réplica de Maria Agresta, debutando aquí con la parte de Elisabetta di Valois, tampoco convenció por completo. No sonó fácil, con notas demasiado tensas en los extremos de su instrumento. Como sucediera con su Leonora en el Trovador que cerró la pasada temporada en el Real, la soprano italiana exhibió un timbre demasiado ácido, apenas compensado por el buen gusto en los acentos y la autenticidad de su escuela italiana. Lo cierto es que junto a Marcelo Puente compusieron una pareja protagonista un tanto decepcionante. 

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Mejor fueron las cosas con el resto del reparto, empezando por el encomiable Felipe II del bajo ruso Dmitry Belosselskiy, dueño de un instrumento amplio y sonoro, entroncando con la gran tradición de bajos venidos del Este que han cantado esta parte, desde Christoff a Ghiaurov pasando por Nesterenko. Si bien no es un actor consumado, Belosselskiy sí aportó al menos una contundente presencia escénica y se esmero en acentuar el texto de forma contrastada. Algo semejante cabe decir de la Éboli de la mezzosoprano rusa Ekaterina Semenchuk, quien cantaba aquí su tercer papel verdiano, tras Amneris y Azucena. Semenchuk domina su voz a placer, moviéndose con idéntica fortuna por los pasajes más ágiles (la canción del velo) y los más dramáticos (el esperado "O don fatale"). El barítono italiano Luca Salsi, a quien escuchamos recientemente como Boccanegra en Salzburgo, interpretaba la parte del Marqués de Posa. Si bien su voz no posee un color demasiado noble, su línea vocal sí tuvo en cambio la esperada grandeza que va asociada al rol.

El bajo finlandés Mika Kares prestaba su voz a la parte del Gran Inquisidor, un rol donde sus virtudes no lucieron tanto como en anteriores intervenciones (pienso en su atinado Fiesco del año pasado en París, por ejemplo). El siempre competente Fernando Radó tampoco brilló tanto como debiera con la parte del Monje, que requiere quizá una voz más desbordante y singular que la suya. Completando el elenco, un nutrido equipo de cantantes españoles, desde Natalia Labourdette como Tebaldo hasta Leonor Bonilla con la voz del cielo, destacando especialmente la voz bien timbrada y amplia del tenor Moisés Marín en el doble cometido del Conde de Lerma y el heraldo real. Cabe poner en valor también la presencia de varios cantantes españoles integrando el grupo de los seis diputados flamencos. 

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Siendo como es un excelso conocedor de la obra verdiana, sorprende que Nicola Luisotti optase en el foso por una dirección tan aletargada y poco estimulante. Pausada, muy marcada, falsamente henchida y lenta en exceso, la función fue por momentos soporífera. Sin dinamismo y poco vibrante, Luisotti contribuyó si acaso a la comodidad de los cantantes, pero no logró que la función levantase el vuelo. El maestro italiano acertó, eso sí, subrayando con tino abundantes detalles de la orquestación, salpicados a lo largo de toda la partitura. La Orquesta Sinfónica de Madrid, la titular del Teatro Real, brindó una ejecución muy competente, destacando el buen hacer de unas cuerdas inspiradas, unos metales solventes y unas maderas muy esmeradas. Lo mismo cabe decir del Coro Intermezzo, el coro titular del Real, que resolvió de modo más que convincente sus importantes intervenciones. La versión escogida, la italiana de Modena en cinco actos, estrenada en 1886, tiene la virtud de resultar compacta aun incluyendo el acto de Fontainebleau.

Un tanto anodina, la producción de David McVicar parece girar en torno al consabido "menos es más", haciendo de la austeridad virtud y centrando toda su atención en los personajes principales, bien caracterizados, y llevados por una dirección de actores al menos solvente, pero que no logra levantar el vuelo de un espectáculo que tiende a resultar un tanto monótono. No ayuda a ello tampoco la escenografía única de Robert Jones, primorosamente iluminada por Joachim Klein, pero incapaz de crear espacios y ambientes suficientemente diferenciados. Llama la atención, por cierto, que se haya recurrido a esta propuesta escénica procedente de Frankfurt, precisamente para un título tan emblemático y de resonancias tan hispánicas para el Real como es Don Carlo. No es nada fácil poner en escena esta obra y son muchas las producciones que se han tropezado en el intento. Pero entre la brillante extravagancia de Peter Konwitschny y el historicismo ramplón de Hugo de Ana, va siendo hora de encontrar el término medio, que tampoco encontré en esta propuesta de McVicar. 

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