Las buenas intenciones
Madrid. 18/07/2019. Teatro Real. Verdi: Il trovatore. Francesco Meli, Maria Agresta, Ludovic Tézier, Ekaterina Semenchuk, Roberto Tagliavini, Cassandre Berthon, Fabián Lara, Moisés Marín y otros. Dir. de escena: Francisco Negrín. Dir. musical: Maurizio Benini.
Un dicho más o menos difundido apunta que el infierno está lleno de buenas intenciones. Con esa nueva producción de Il trovatore, emblemática y compleja ópera verdiana, Francisco Negrín ha querido pintar un espectáculo ciertamente infernal, incendiario, habida cuenta de la obsesiva presencia del fuego. Y seguramente lo ha hecho con sus mejores intenciones, pero el resultado final está muy lejos de convencer, mezclando sin fortuna referencias literales y referencias alegóricas. La presencia de recursos ya vistos en trabajos de otros colegas es constante, sin que aquí añadan a la dramaturgia nada verdaderamente valioso. El resultado es un trabajo poco estimulante y sumamente reiterativo, donde todo busca sostenerse a base de oscuridad y llamas, sin más pena ni gloria. Personalmente encontré de dudoso gusto la inclusión, como figrante, de un niño caracterizado como si hubiera sido calcinado, en evidente -demasiado evidente- referencia al niño que la propia Azucena habría arrojado a la hoguera.
En el foso, al frente de una muy competente Sinfónica de Madrid, Maurizio Benini fue dando una de cal y otra de arena, con instantes claramente excesivos en ímpetu y decibelios, como en el popular coro de gitanos. En cambio, en otros momentos, sobre todo acompañando a los solistas en sus arias, supo mostrar con grata transparencia la inteligente orquestación verdiana de esta partitura. Dirigió con buen pulso, es indudable, pero a veces con excesiva inercia, sin contrastar lo suficiente unas escenas con otras. El Coro Intermezzo, el titular del Real, exhibió buenos medios, aunque con cierta tendencia a hacerse oir en exceso, quizá animados por el furor de la batuta.
De buenas intenciones está también plagada la Leonora de Maria Agresta, pero es evidente que su instrumento no responde ya hoy como sí lo hiciera unos años atrás. De hecho, pudimos escucharle una estupenda Leonora en Valencia, cuando Mehta todavía estaba en Les Arts, allá por 2012. Quedan ahora la línea, el acento, la mejor de las voluntades, en suma, pero el canto de Agresta intenta llegar allí donde su voz ya no acompaña. Desde un punto de vista dramático logró componer no obstante una Leonora nada apocada y bastante temperamental. El Manrico de Francesco Meli logra moverse con tino entre lo heroico y lo lírico, con abundantes y afortunadas inflexiones en su fraseo, modulando su timbre, que se escucha ya un poco más seco y menos flexible que en años recientes. En todo caso, una estupenda opción para defender la parte de Manrico, a pesar de dos o tres aislados e injustos abucheos que sancionaron su Pira como insuficiente.
La mezzosoprano rusa Ekaterina Semenchuk sorprendió con un enfoque muy lírico de la parte de Azucena, rehuyendo de un retrato excesivamente sombrío y a veces grotesco. En sus manos se advierte más bien la dolorosa fragilidad que atraviesa a la gitana, atormentada por sus recuerdos y su infeliz vivencia. Brillante la media voz que sostuvo durante toda la gran escena del cuarto acto ("Ai nostri monti"). Y ejemplar a todas luces el Conde de Luna del barítono francés Ludovic Tézier: noble y elegante en la línea de canto, fiero en los acentos y vibrante en lo teatral. Sin duda, a la altura de los grandes Luna de la discografía por todos conocida. Como Ferrando, el bajo Roberto Tagliavini sonó impecable en su breve pero exigente cometido. Muy interesante, con evidente potencial, el material vocal exhibido por los tenores Fabián Lara (Ruiz) y Moisés Marín (Un mensajero); e insuficiente en cambio, a veces inaudible incluso, la Ines de Cassandre Berthon.