pirata catania giacomo orlando

La primera vez

Catania. 23/09/19. Teatro Massimo Bellini. Bellini: Il Pirata. Francesca Tiburzi (Imogene). Filippe Adami (Gualtiero). Francesco Verna (Ernesto). Riccardo Palazzo (Itulbo). Sinan Yan (Goffredo). Alexandra Oikonomou (Adele). Orchestra e Coro del Teatro Massimo Bellini. Giovanni Anfuso, dirección de escena. Miquel Ortega, dirección musical.

Ya lo he escrito en anteriores ocasiones - y de alguna manera seguiré repitiéndome, ante las numerosas citas con este título que tengo programadas, pero es que he de insistir en el hecho de que Il pirata belliniano supone una primera vez (potenciado por múltiples factores), un pistoletazo de salida a tener muy en cuenta en el desarrollo del bel canto romántico y el Verdi posterior. Este Bellini de 1827 significa la eclosión de la protagonista femenina en el Romanticismo italiano, una mujer que todo lo abarca y todo lo eclipsa. Imogene surge antes de la tetralogía Tudor de Donizetti, de Lucrezia Borgia y de Lucia di Lammermoor. El de Bérgamo ya había escrito antes Zoraida, Gabriella di Vergy y Emilia di Liverpool, pero no pueden compararse en protagonismo vocal a la heronia belliniana, cuya influencia es definitiva y definitoria. También en el propio catálogo belliniano: Straniera, Zaira, Capuleti, Sonnambula, Norma y Beatrice vendrían después, por ese orden, consolidando la figura de la heroina belliniana y romántica en la ópera italiana.

Por supuesto, la música de Il pirata, con rasgos aún por terminar de pulir en ocasiones (en comparación a lo que estaba por venir), pero que ya muestra el abandono de una melodía única y genuina, llegaría hasta partituras posteriores del joven compositor de Catania: es imposible no escucharla en Norma e I Puritani. También en Donizetti, con evidente influjo en obras como Lucia di Lammermoor o Roberto Devereux; y alcanzando a Verdi: el primerizo, con Masnadieri y Ernani, también a Il trovatore, e incluso a Otello, aunque sea ya en coordenadas literarias y ese similar comienzo, con la tormenta en el mar.

El 23 de septiembre, fecha de la muerte de Bellini, arrancaba la temporada del Massimo Bellini de Catania. Un coliseo, como hemos venido contando en Platea, al borde del colapso absoluto. Una casa de ópera que se ahoga en una ciudad que no cuenta siquiera con un festival dedicado a su "padre operístico", con todo lo que ello significa en Italia, como sí tienen Pésaro, Bérgamo, Parma-Buseto, o Torre del Lago. La situación del Massimo parece insostenible; tanto como para que la presente temporada pueda terminar en este único título. Son condiciones muy tristes, que han de tenerse en cuenta a la hora de escuchar y observar. Tras la interpretación de la sinfonía que sirve de obertura a la ópera, en manos de Miquel Ortega, un espectador gritó: "¡Viva Bellini!" y la emoción inundó la sala. La dirección del maestro catalán, quien debutaba en esta partitura, se sintió viva en todo momento, en pro del drama, cargada de intención. Ya desde este inicio se observó una cuerda tersa, vibrante, que fue lo mejor de la orquesta, con detalles como el hincapié en los rallentando que a menudo algunos directores pasan por alto. Supo controlar esa percusión un tanto cargante y, aunque la progresión del crescendo quizá pudo marcarse más, la sensación final fue, vuelvo a ello, la de una orquesta a la que se ha insuflado vida en un teatro que se muere. Pulso y fulgor en pro de la palabra, amén de mimo por los cantantes, todos ellos también noveles en sus respectivos roles y momentos de gran calibre, como la entrada de Imogene en escena.

En cuanto a las voces reunidas, Il pirata es una ópera muy destroyer. Al menos, puede serlo. Sus tres protagonistas requieren de unas voces de primer nivel, voces nobles y artistas musicalísimos que puedan resolver con distinción las intrincadas requerimientos técnicos de sus particelle. Siempre se habla, por ejemplo, de Il Trovatore, en cuanto a la necesidad de contar con las mejores cuatro voces posibles para las distintas cuerdas que le dan vida. Dejando a un lado el hecho de que esto, en realidad, debería ser así para todas las óperas, lo cierto es que Il pirata, como todo el belcantismo, necesita de voces excepcionales. Quizá el barítono cuente con una partitura no tan enrevesada, pero precisa de un intérprete de sublime elegancia y nobleza en el decir. En esta primera vez, Francesco Verna supo dotar de majestuosidad al personaje de Ernesto, con un timbre homogéneo, redondo y una voz amplia y robusta. Faltan detalles, pero fue el mejor de los protagonistas.

En este mismo teatro Imogene fue interpretada, entre finales de los sesenta y comienzos de los setenta, por nada más y nada menos que Raina Kabaivanska y Montserrat Caballé. En la actualidad, ahora que parece haberse puesto de moda, su protagonista esta siendo llevada a los escenarios por voces como las de Saioa Hernández, Sonya Yoncheva, Sondra Radvanovsky, Angela Meade o Anna Pirozzi. Obviamente instrumentos diferentes entre sí, pero que nos muestran la línea vocal por la que ha de discurrir el personaje. Desde luego, nadie dudaría de que esas cinco artistas se encuentran entre las mejores sopranos que podemos escuchar hoy en día... y dice mucho del nivel requerido. Francesa Tiburzi hizo todo lo posible por sacarla adelante, pero no faltaron los desajustes en sus intervenciones, en una voz que no termina de sentirse liberada, del mismo modo que le ocurrió a Filippo Adami, que se vió literalmente sobrepasado por el rol de Gualtiero. Un fraseo bastante musical, un timbre agradecido, pero una voz que no fluye de forma liberada (más allá de la artificialidad de la voz de tenor) y con un agudo que le jugó constantes malas pasadas, hicieron que prefiriese jugar sobre seguro, evitando cualquier exposición... lo que viene a significar toda su partitura. Correctos, por su parte, los comprimarios.

Sin remedio la dirección escénica de Giovanni Anfuso; quizá la labor escénica más perdida que he visto en un teatro de ópera. Salvando las circunstancias del teatro, las ideas no necesitan de nada más que un director que sepa inculcarlas a los actores... y esto, en este Pirata, no se ha dado por ningún lado. Nada hacía recordar que esto es la casa de Bellini, ni siquiera una casa de ópera, o de teatro. Cantantes perdidos en una dirección exageradamente básica y carente de la más mínima emoción o valor teatral, me hace imposible ahondar en dolorosos detalles. Una mala noche, o semanas, las tiene cualquiera.

Foto: Giacomo Orlando.