SCHOLL REAL

VIDA MÁS ALLÁ DE LA OPERA SERIA

Madrid. 22/04/2016. Teatro Real. Ciclo Las voces del Real. Obras de Händel, Caldara, Vivaldi, Corelli y Lanzetti. Andreas Scholl (Contratenor). Stefano Montanari (violín), Tiziano Bagnati (laúd), Marco Frezzato (violonchelo), Tamar Halperin (clave).

La actual explosión que está viviendo la cuerda de contratenor, que nos permite disfrutar de un número de cantantes de una calidad y variedad nunca vista hasta ahora, no debe hacernos olvidar sin embargo a todos aquellos que les antecedieron, desde los que podemos considerar pioneros a los integrantes de “generaciones” anteriores que se encuentran aún en activo, como es el caso del alemán Andreas Scholl que compareció en el Teatro Real para dejar constancia de su clase en un repertorio que se ajusta particularmente bien a sus condiciones. En este sentido, no deja de ser significativo que sea la segunda participación de un contratenor en el ciclo de Las voces del Real esta temporada, tras la de Bejun Mehta en diciembre del año pasado, lo que no es solamente una muestra de la creciente importancia de la cuerda en el panorama lírico, incluidas las programaciones más generalistas, sino también una ocasión de comprobar cómo la aceptación de estas voces por parte del aficionado, que no se puede negar ha costado más allá del campo específico de la música barroca, se ha ido consolidando con el tiempo.

Aunque naturalmente la haya frecuentado asiduamente a lo largo de su carrera, no debemos buscar en la Opera Seria el terreno que se ajusta mejor a la voz de Scholl, que tanto por características (escaso volumen, claridad de timbre) como por temperamento resulta poco creible dando vida a personajes heroicos. Todo lo contrario ocurre en la música religiosa, la canción o el programa del día 22, centrado en la cantata italiana, que le permitió mostrarse como cantante de exquisita sensibilidad y atención al cuidado del fraseo, recitativos incluidos, poniendo de manifiesto una clase que deja ver su faceta de profesor en la pulcritud extrema con que acometió cada una de las piezas, sin una vacilación en la emisión o la afinación. Claro está que la naturaleza de estas piezas, de breve duración, acompañamiento reducido y sin componente escenico piden una expresividad contenida y refinada que juegan a favor de Sholl, aunque debo confesar que el día de la función eché en falta algo más de emoción, algo intagible que a falta de mejor término denominaría mediterraneidad, que no deja de ser necesaria para Caldara o el Händel italiano, me atrevo a decir que en algún momento su canto impecable llegó a resultarme incluso aburrido... sin embargo, mientras escribo esta reseña pensando la función me parece más bien una vía expresiva perfectamente adecuada, de trazos sutiles, y menos peros le puedo poner. Nos encontramos por tanto ante una interpretación muy medida de piezas que, es verdad, no presentan dificultades técnicas particularmente arduas y ni siquiera permitieron al cantante lucir su firme y brillante registro agudo, solamente intuido en contadas ocasiones, pero que difícilmente se podrían haber ofrecido con mayor corrección. Acompañando a sendas cantantas de Händel y Caldara en cada parte del recital, de estructura recitativo-aria-recitativo-aria las del angloalemán (Nel dolce tempo, HWV 135b y Sento la che ristretto, HWV 161a), aria-recitativo-aria las del veneciano (Da tuoi lumi y Vaghe luci), varias canciones anónimas (con espléndidos arreglos instrumentales) destacando sobre todo La biondina, que encandió al púbico y fue repetida como propina al final. Gran éxito el cosechado por el alemán a pesar de que no cabe duda que el Teatro Real no es el marco más apropiado ni para el cantante ni para este programa que pide un entorno de dimensiones más reducidas.

El mismo problema es extensible a las piezas instrumentales que se pudieron escuchar, empezando por las que abrieron la tarde: Sonata para violonchelo y bajo continuo op. 1 num. 7 de Salvatore Lanzetti y Sonata en trío RV 82 de Vivaldi, que con tres y cuatro instrumentistas respectivamente requerían un ambiente más camerístico, añadido al hecho de que empezar con dos piezas instrumentales seguidas tal vez alargó en exceso la espera de la presencia del protagonista. Buenas prestaciones de los cuatro músicos en todo caso, aunque de menos a más: en estas dos iniciales, excesivamente contenidos, con una lectura casi galante, sin énfasis o contrastes y tempi lentos, poco barrocos en suma. Mucho más energicos e incisivas sus versiones de la Sonata en trío RV 85 de Vivaldi y la Sonata para violin y bajo continuo op. 5 num. 1 de Arcangelo Corelli que les correspondieron en la segunda parte, mención especial para el violin de Stefano Montanari, pletórico en Corelli donde no desaprovechó la ocasión de recrearse en todas las dificultades de la partitura, lo que le valió calurosos aplausos y bravos del publico. Por cierto, que de él procedió lo más relacionado con la ópera de la noche, aunque sea tangencialmente, al lucir un look emparentado con aquello que viene a llamarse Eurotrash y que disfrutamos/sufrimos en muchas producciones operísticas, y es que sus pantalones de cuero, botas con hebillas y profusión de anillos no pueden dejar estéticamente indiferente. En tanto que acompañando al cantante, impecables en su acoplamiento con él, respetando sus necesidades y colaborando en el desarrollo de su modo expresivo, en sus diferentes configuraciones: clave y violonchelo en Nel dolce tempo (esplendorosos en la segunda aria de la cantata), clave-violonchelo-laud en Sento la che ristretto o los cuatro en el resto. Y hay que destacar nuevamente la canción La biondina, con el delicioso acompañamiento alternando pasajes de violín y pizzicato del cello con otros donde se invertían términos y el pizzicato pasaba a ser del violín.