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Como pez en el agua

Madrid. 29/4/16. Teatro Real. Obras de Berlin, Kálmán,  Weill, Gershwin, entre otros. Simon Keenlyside, barítono. Matthew Regan, piano. Gordon Campbell, trombón. Howard McGill, viento madera. Mike Smith, batería. Richard Pryce, contrabajo.

En los años veinte del siglo pasado el jazz llegó a Europa e impregnó la música de numerosos compositores. Pocos años después, tras la llegada al poder del nazismo, fueron los músicos europeos los que llevaron su música a América al exiliarse. Caminos entre ambos continentes, en ocasiones sin retorno, que cristalizaron en un nuevo género americano: el musical. Este era el punto de partida del concierto ofrecido por Simon Keenlyside el pasado viernes 29 de abril en el Teatro Real bajo el título Blue Skies: Songlines to American Music, un homenaje a los precursores y pioneros del género enmarcado en las actividades paralelas a la programación de Moses und Aron, de Arnold Schoenberg, exiliado a causa del nazismo, y de Der Kaiser von Atlantis y Brundibár, de Viktor Ullmann y Hans Krása respectivamente, ambos asesinados en Auschwitz.

Durante mucho tiempo se anunció el concierto en la página web del teatro como un recital con piano y obras de compositores europeos exiliados a América durante el nazismo, algo que podía hacer referencia a muchas músicas diferentes; hasta que no aparecieron el jueves el programa completo y la formación que acompañaba a Keenlyside no pudimos hacernos una idea clara de lo que iba a ser el concierto y antes de empezar se oían comentarios de espectadores que no sabían exactamente qué iban a escuchar. Sorprendidos o no, los asistentes disfrutamos de lo lindo y a la salida los rostros lucían esa sonrisa que indica inequívocamente que el concierto ha sido estupendo. 

Simon Keenlyside se reincorporó a los escenarios en enero de este año, después de cancelar buena parte de su agenda durante 2015 por motivos de salud. Con cierta reserva, porque el género que cantaba en esta ocasión no era ninguno de los dos que le escuchamos habitualmente, ópera y lied, hay que decir las sensaciones fueron muy buenas; bastaron unas cuantas piezas para comprobar que la voz estaba sana y flexible, respondiendo muy bien a un repertorio que mayoritariamente se mueve en el centro y los graves. Tampoco han cambiado el rigor y la coherencia en la elaboración de programas; las algo más de veinte piezas del concierto, que empezó con tres compositores europeos (Irving Berlin, Kurt Weill y Emmerich Kálmán) y tres géneros (musical, ópera y opereta) fueron enlazándose con los comentarios del barítono, que iban dibujando los caminos y encajando todas las piezas. 

Y, puestos a no cambiar, ahí sigue la complicada relación de Keenlyside con los micrófonos. Envarado tras el pie del micrófono en las primeras piezas y después de una notable interpretación de Song of the big shot y Lonely house de Kurt Weill, empezó a cantar el Soliloquio de Carousel desde la misma posición para alejarse del micro después de las primeras frases; liberado de lo que luego calificaría con un gesto de disgusto de "cosa absurda", cantando y actuando a placer ofreció una versión sensacional de este largo número. Después de disculparse con los espectadores de los pisos más altos volvió a la disciplina con una divertidísima Call me up some rainy afternoon de Berlin y en adelante pareció sentirse como pez en el agua, a salvo de las restricciones que le imponen (o al menos lo intentan) ópera y lied sobre el escenario: caminó de un lado a otro, subió y bajó del escenario y casi bailó. Y cuánto más cómodo se le veía mejor se le oía; el  género era otro pero los rasgos eran los mismos que le conocemos: la identificación con el personaje, porque detrás de cada canción había uno, el cuidado en la dicción o la expresividad. 

La segunda parte, centrada sobre todo en compositores americanos, tuvo un nivel muy alto. Estupendas Our love is here to stay, de Gershwin, o She didn't say yes, de Jerome Kern pero sobre todo hay que destacar las canciones de Porter y Carmichael, con unas soberbias interpretaciones de What is this thing called love, recogida e introspectiva, y Stardust, casi ensimismada, en uno de los raros momentos en que permaneció sentado excepto para escuchar a sus compañeros. En ambas el liederista le prestó al cantante de jazz su capacidad de comunicar y así como en la primera parte habíamos compartido el orgullo, el miedo y la ternura de Billy desbordado por la idea de ser padre, esta vez vivimos la confusión y la soledad de los personajes de Porter y Carmichael. 

El concierto no hubiera sido tan redondo sin el buen hacer del conjunto que acompañaba a Simon Keenlyside, dirigido por el pianista Matthew Regan, autor también de los arreglos y con unos excelentes Gordon Campbell, trombón, y Howard McGill, viento madera. Era el primero de la serie de conciertos que harán juntos en los próximos meses y hubo algún momento de descoordinación entre pianista y cantante, resuelto finalmente entre risas; el entendimiento fue bueno en general y el barítono pareció disfrutar tanto como el público de la buena música de sus colegas, tanto con sus improvisaciones como con las tres piezas de Duke Ellington, el único representante del jazz negro que, como explicó Keenlyside, dejaba para el conjunto porque a él le apasionan pero no tiene voz para cantarlas. Buenos arreglos también en general aunque en ocasiones, como en On the street where you live, lastraron algo la interpretación de Keenlyside; en What is this thing called love, sin embargo, la sobriedad y el tiempo lento elegido la realzaron. 

Tras She didn't say yes, la última canción del programa oficial, vinieron dos propinas. En primer lugar volvimos a la dureza de la música de Weill con Mack the Knife y después de la moritat acabamos en modo feliz con la encantadora Love is the sweetest thing de Ray Noble. Felices, realmente, tras un gran concierto.