Alina Ibragimova Benjamin Ealovega 

Cosiendo heridas

Barcelona. 28/11/2019. Auditori. Takemitsu: A Flock Descends into the Pentagonal Garden. Britten: Concierto para violín y orquesta nº 1. Tchaikovsky: Sinfonía nº 5. Alina Ibragimova, violín. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Kazushi Ono, director musical.

La crítica exige más, pero podríamos resumirlo todo en una frase: un programa bien elaborado e interesante –de un interés difícil de encontrar en temporadas pasadas– afrontado con prestancia por una orquesta que mostró buena forma. Hay que aplaudir la iniciativa una vez más, de incluir, en todas las secciones, alumnos de la ESMUC. Una cita anual que les permite tener una experiencia sinfónica profesional. 

El rigor estructural convive con la libertad expresiva en la obra de Toru Takemitsu. Y lo hace a través de una administración tremendamente efectiva y sugerente de la orquesta. A Flock Descends into the Pentagonal Garden es la obra de madurez de un compositor que desde su juventud se interesó por el sonido en sí mismo y su dialéctica con el silencio, así como por polemizar con la propia tradición y con occidente, sin hacerse ajeno nunca a ninguna de las dos. Por eso afirmaba: “No quiero que se disuelva esta oposición tan fértil; al contrario, quiero que ambos bloques luchen entre sí”. Un trabajo de gran concentración y detallismo desde la batuta, prolongado en todas las secciones –soberbia y robusta presencia de la cuerda grave–, permitió disfrutar de gran parte de la riqueza tímbrica que alberga la partitura del japonés. Su personal concepción de la temporalidad fue también muy bien traducida por un comunicativo Kazushi Ono, subrayando los silencios como encantadoras suspensiones de imágenes sinfónicas y obteniendo ese estado meditativo fiel al espíritu de la obra. 

En definitiva, fue un inicio serio y que presagiaba una buena tarde de la orquesta, a pesar del margen de mejora que mostró en el final de la primera parte: el Concierto para violín de Benjamin Britten es una obra profundamente dramática, rasgo que –como señala el compositor y musicólogo Marcos Bosch en su reciente tesis doctoral (2015) sobre el compositor británico– comparte con la posterior Sinfonía da Requiem o la coetánea Ballad of Heroes, un canto a las brigadas internacionales que se alzaron contra el fascismo y llegaron a España, mientras el “mundo civilizado” en el mejor de los casos, miraba hacia otro lado. Partituras que, de ser un país con una mínima cultura musical –o cultura histórica a secas, para qué nos vamos a engañar a estas alturas del sainete– deberían tener para nosotros una marcada potencia simbólica, en relación tanto al trasfondo de la Guerra Civil Española en la obra, como a las circunstancias del estreno del concierto, en manos de un notable violinista catalán en Nueva York como fue Antoni Brosa, de cuya muerte se han cumplido 40 años. 

Desde ese solo de timbal en los primeros compases, la obra se desenvuelve un universo contrastante, que se debate entre la agresividad hiriente y la dulzura más evanescente. La rusa Alina Ibragimova es en muchos aspectos técnicos una intérprete superlativa, capaz de materializar en el sonido una íntima y sincera expresividad. Esos mimbres puso al servicio de una interpretación precisamente rica en contrastes, deslumbrante en las dobles cuerdas del vivace, con gran dominio del arco en los spiccato de la Passacaglia final, y esplendorosa en la aguda expresividad dramática de la pieza. La orquesta, algo dubitativa y desajustada en el primer movimiento, brilló en el vivace central, con cuerdas afiladas e incisivas, y en general se acomodó a la misma comprensión de las frases que la solista, buscando reparar la organicidad dentro del incómodo carácter poliédrico de la partitura. Más allá de su entrega, hay que agradecer a la rusa que no estropeara ese final desolador de la obra con el recurrente bis que se ofrenda a quienes van al auditorio como si fueran a una función del Cirque du Soleil

Tras el descanso, una Quinta de Tchaikovsky incisiva y de gran vigor rítmico. Y eso que el primer movimiento comenzó con algún desajuste, con una exagerada tendencia a alargar el tempo y avanzando a tirones. El célebre solo de trompa al inicio del segundo movimiento fue de los que se escuchan pocas veces; una formidable lección de técnica y expresividad. Excelente trabajo también de las maderas, y de unos primeros violines de afinación y empaste muy logrados. Algo desdibujadas quedaron eso sí las voces intermedias, pese al esmero de la batuta por mantener la transparencia orquestal. Un rubato muy bien dosificado en el vals fue el entrante a un último movimiento de impacto. El allegro vivace final se cerró con una sonoridad poderosa y contundente, haciendo estallar aplausos en el auditorio antes de llegar al final. Más allá de ideas y gestualidad claras, en la dirección lo meritorio de la recreación de esta Quinta fue la capacidad para mantener la tensión no desde la precipitación sino desde una sabia gestión de las dinámicas y una interesante administración de los planos sonoros. Una versión inteligente y equilibrada donde se puso de manifiesto lo fragmentario producto de un contenido que desborda la forma, pero gracias a la claridad de concepto y la mirada integradora desde la tarima. En definitiva, cosiendo heridas de otro universo muy diferente, pero tan heterogéneo como el de Britten. Las mismas por cierto que se comenzaron a reparar también con Takemitsu, entre otras lagunas que seguimos padeciendo en el repertorio del siglo XX.