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Ópera en cine

Barcelona. 10 y 22/12/2019. Gran Teatre del Liceu. Mascagni: Cavalleria rusticana. Teodor Ilincai / Martin Muehle (Turiddu), Oksana Dyka (Santuzza), Àngel Òdena (Alfio), Maria Luisa Corbacho / Elena Zilio (Mamma Lucia), Mercedes Gancedo (Lola).  Leoncavallo: Pagliacci. Dinara Alieva (Nedda), Marcelo Álvarez / Martin Muehle (Canio), Àngel Òdena (Prólogo/Tonio), Manel Esteve (Silvio), Vicenç Esteve (Beppe). Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Dirección de escena: Damiano Michieletto. Dirección musical: Henrik Nánási. 

Si la temporada pasada se vio una producción de Damiano Michieletto que pasó sin pena ni gloria por el escenario del Liceu, una Luisa Miller algo esquemática, hay que reconocerle al regista italiano que esta doble producción es un logro teatral que funciona a las mil maravillas. Instinto dramático, buena dirección de actores, imágenes de fuerza cinematográfica, y una plasticidad en el movimiento circular de la escenografía que incidió en un destino trágico, que se muestra inevitable desde el principio.

La unión de las dos óperas en una dramaturgia compartida, mismo pueblo italiano, aunque en épocas distintas, Pasqua (Cavalleria Rusticana) y la festividad de la Virgen Maria del quince de agosto (Pagliacci), se unen de manera orgánica y lógica, gracias a las pinceladas introducidas por Michieletto: el embarazo de una Santuzza que no está casada y que justifica su triple condición de marginada, excomulgada y, por ello, condenada como ella misma canta en diversos momentos de la ópera. Escenas de la imaginación de los protagonistas que se mezclan con habilidad y efectismo: el señalamiento de la Virgen contra Santuzza en la procesión o la culpa y los celos de Canio escenificados durante la representación teatral final, dándose una triple metateatralidad en escena. También el uso de los intemezzi como unión de las dos historias, encuentro de los futuros amantes de Nedda y Silvio en Cavalleria y el perdón de Mamma Lucia cuando conoce que Santuzza está embarazada del difunto Turuddi en Pagliacci, redondean un trabajo premiado con el galardón Lawrence Olivier 2016 a la mejor producción para esta coproducción de la Royal Opera House. El único pero se da, en este caso, cuando el mismo cantante tenor protagonista aparece en las dos óperas seguidas, un Turiddu que muere al final de Cavalleria, reaparece como Canio en un Pagliacci posterior, una licencia de convencionalismo teatral que no empaña un trabajo impecable.

Esta última función del año 2019 en el Liceu ha tenido el protagonismo del tenor brasileño de origen alemán Martin Muehle, quien ha debutado en el Liceu con dos funciones de este doblete operístico verista y quien ha sido lo más llamativo de un reparto alternativo sólido. Muehle posee un instrumento de tenor más spinto que lírico, con un color que gana en belleza y cuerpo en un tercio agudo donde descolla con facilidad e ímpetu. El timbre se muestra más romo y menos squillante en el centro y graves pero mantiene una homogeneidad de registro notable, con un vibrato controlado al punto y un fraseo y estilo depurados. Cantó sus dos arias estrella en Cavalleria y Pagliacci, lo más aplaudido de ambas óperas, con gallardía, entrega y un dramatismo vocal de primer orden, mostrando un instrumento maduro, de proyección sobrada y con una articulación y dicción intachables. Destacó en su dúo con la Santuzza de Oksana Dyka y en toda la escena final de Pagliacci, a la que llegó sobrado, con insolentes agudos y potencia dramática, mostrando porque es una voz idónea para este doblete. Martin Muehle ha sido el único tenor que ha doblado estos dos títulos en estas funciones del Liceu como Turiddu y Canio, junto a Roberto Alagna en el reparto titular, una proeza solo al alcance de voces en estado de gracia. Un gran debut liceísta para este tenor que hay que seguir con interés.

Por su parte, el tenor rumano Teodor Illincai fue un Turiddu de corrección algo inexpresiva en el reparto partido con el argentino Marcelo Álvarez como Canio. Illincai, que fue premio Tenor Viñas en la edición del  2010, mostró su atractivo timbre y calidez vocal, a pesar de un estilo donde ofreció poca variedad de colores. Fresco y empático en la siciliana inicial, algo forzado en Tu qui Santuzza, y resolutivo en el brindis, dio la impresión de un canto que prima la belleza de la emisión frente a unas prestaciones dramáticas que muestran el límite de un instrumento más lírico que spinto.

Marcelo Álvarez fue un Canio irregular y fogoso. La voz mantiene el atractivo de un instrumento que proyecta con resolutiva facilidad, su Vesti la giubba tuvo arrestos y un estilo adecuado, pero llegó al final con pérdida de esmalte, agudos sin brillo y algo corto de fiato. La soprano ucraniana Oksana Dyka, quien debutó en el Liceu y también debutó en el rol de Santuzza, mostró la potencia de un instrumento de cuerpo notable, con agudos afilados y seguros. El estilo no acaba de convencer por falta de variedad de intenciones, con un enfoque demasiado basado en los forte y un canto dramático algo frío pese a una voz de atractivo color, demasiado metálico en los agudos y de timbre acerado. Tuvo muestras de búsqueda de matices en sus dúos con la Mamma Lucia de la siempre empática y excelente Elena Zilio, y en un tour de force teatral con la también debutante Lucia de la mezzo española María Luisa Corbacho, impecable y sonora Mamma. Oksana dio de los mejor de su actuación en su dúo con Turiddu, más implicada y empastada con Muehle que con Illincai, para un rol que ha ido a mejor desde la primera función a la sexta y última.

 

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Siempre elegante, generosa vocalmente y teatralmente atractiva la Lola de Mercedes Gancedo, a la espera de verla en un rol protagónico de mayor enjundia en un futuro esperemos cercano en el Liceu. Àngel Òdena también debutó como Tonio en Pagliacci, además de doblar como Alfio en Cavalleria. El barítono de Tarragona mostró sus conocidas credenciales vocales, instrumento potente, sonoro y sin fisuras. Fue un Alfio temible en un papel siempre complicado y difícil de defender. En el Prólogo de Pagliacci, mostró un volumen y fuerza espectacular, de vibrato controlado y color oscuro y denso, como Tonio mostró mayor implicación teatral, con búsqueda de matices y una expresión que quiso escapar de la solidez tímbrica con la que dotó de maldad al personaje.

Grata prestación interpretativa y vocal la del Silvio del barítono catalán Manel Esteve. La voz siempre presente, fraseo cuidado, calidez y colores y una actuación actoral generosa le hicieron brillar al lado de la correcta Nedda de Dinara Allieva. Juntos protagonizaron el hermoso dúo de Nedda-Silvio, donde ambos ofrecieron uno de los momentos más atractvos de la función. Empaste vocal, entrega actoral y emoción junto a la batuta de Henrik Nánasi que pareció remarcar los entresijos sonoros de este oasis musical en una partitura donde el drama bulle por doquier. Muchos se preguntaron porqué Manel Esteve no estaba en el reparto titular. Impecable en su Oh Colombina el Beppe del tenor Vicenç Esteve, actor y cantante siempre fiable que demostró tablas y empatía canora para una saga, la de los Esteve, que sigue escribiendo su estimable y personal aportación a la historia del Liceu.

El coro del Liceu, con la dirección siempre adecuada y meritoria de Conxita García, mostró buen trabajo y resultados en un doble título donde el protagonismo coral es esencial. La suma de la fuerza de la comunidad popular de Cavalleria con la complejidad dramática de Pagliacci, mostró unas secciones, que pese a alguna entrada en falso, el movimiento de la escenografía y la dificultad de la partitura no siempre ayudaron, ofrecieron profesionalidad y solvencia en momentos corales clave como ese Silenzio! de Pagliacci, aplaudido espontáneamente y con justicia por el público en la última función.

El director húngaro Henrik Nánasi mostró una contrastada labor desde el podio, con un resultado  de la Orquesta del Liceu, de estilo adecuado pero algo más irregular en Cavalleria, donde la fuerza dramática de las melodías quedaron algo eclipasadas por el canto, a pesar de la adecuada interpretación del Intermezzo. Destacaron las secciones graves de las cuerdas, así como los metales pese a algún desliz, en un trabajo orgánico que mostró mejor la delicadeza de la orquestación de Pagliacci, donde el equilibrio lírico y dramático fluyó con mejor compensación musical.

 

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Fotos: Antoni Bofill.