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Tomarnos en serio

Madrid. 11/06/17. Teatro Real. Ciclo Grandes voces. Obras de Schumann, Strauss, Grieg y Granados, entre otros. Malcolm Martineau, piano. Susan Graham, mezzosoprano.

Por fin, señoras y señores, por fin (y hemos tenido que esperar a junio, final de temporada) un recital de lied con una diva de la ópera como los cánones mandan. O al menos como nos tenían acostumbrados. No es que uno sea precisamente un puritano de las formas o contenidos, pero sí estaba un poco hastiado de una sensación que se había vuelto frecuente esta temporada: que al público no nos tomaran en serio ni artistas ni programadores. Tercera gran diva estadounidense que nos visitaba en apenas dos meses tras la jarana de Renée Fleming y el bolo insustancial de Joyce DiDonato. Pero esta vez todo iba a ser diferente.

Sin renunciar a las fórmulas empleadas por sus compañeras, la mezzosoprano Susan Graham aparecía sobre el escenario del Teatro Real para cerrar el ciclo de Grandes Voces, micrófono en mano. En un castellano impoluto y tras anunciar un leve constipado, explicó la razón de ser del programa escogido. Una selección de canciones con un deconstruido Frauenliebe und-leben de Schumann como eje central, en el que se intercalaban por bloques canciones que versan sobre los estadios del amor de 17 compositores diferentes y ocho idiomas distintos. Todo un tour d’amour pensado, meditado y sentido. Un regalo para nuestros oídos esquilmados.

Un despliegue sereno de sentimientos a través de una selección de temas muy bien escogidos, por temática y por adecuación a la voz de la mezzosoprano que enamoraron, como no podía ser de otro modo, a un público entregado. De todo ello participó desde el piano Malcolm Martineau, un grande del piano en el lied, repleto de sutilezas, de cuidadísimas dinámicas y una intuición natural para adecuarse a la voz con la que comparte escenario. Un jardín, un edén del amor su teclado, pensado y sentido con formas propias. Así pudo escucharse el final de la noche, de delicado y personal rubato en Nun hast du mir den ersten Schmerz getan o en el À Chloris de la primera propina. Su manera de acompañar a Graham en sus filados, en sus pianísimos ya desde el primer Seit ich ihn gesehen resultaron pura magia. Su ¡O muerte cruel!, cargadísima de color e intención, nada tuvo que ver con lo escuchado en manos de Terry junto a la DiDonato en la Zarzuela hace pocas semanas.

Por su parte, Susan Graham cantó sobre un instrumento de lo más homogéneo, sin sonidos falsos o espurios, de formas extrovertidas y dramatizadas, preponderando un registro medio timbradísimo y evitando la bajada a graves, donde su voz queda algo más descubierta, tal y como pudo escucharse en piezas como la whitmaniana O you whom I often and silently come de Rorem (de exquisito fraseo) o en el inevitable descenso a las entrañas del mencionado ¡O muerte cruel! De Granados, dotadas así mismo de sugestivos detalles, requiebros y matizaciones, en un canto el de la Graham siempre desplegado sobre medias voces que se hizo mágico en Phidylé de Duparc y por supuesto, sobre pianissimi, en Absence de Berlioz. Y su voz se hizo carne en quienes escuchaban. Una lágrima que cae, manos entrelazadas o un abrazo en la oscuridad. Es el efecto de tomarnos en serio. Y sin renunciar a su faceta de diva, llegó en la última propina el “momento Broadway”, escogido aquí con exquisito criterio: “Hello young lovers” de The King and I, un mensaje positivo tras llegar a la muerte en el programa de la noche, en el que Graham nos recordó que siempre seremos jóvenes mientras amemos. Repito la pregunta que formulaba ante el Cuarto concierto de Beethoven en manos de Perahia hace unos días: ¿Se puede pedir más?