Jhoanna Sierralta: "Es trabajo del músico poner preguntas sobre la mesa y buscar sus respuestas"
Tras su paso por la Orquesta de Extremadura, la Sinfónica de Castilla y León o la Sinfónica de Tenerife, la directora de orquesta Jhoanna Sierralta dirigirá en lo musical el estreno de la ópera Don Juan no existe. Compuesta por Helena Cánovas y protagonizada por las voces de Natalia Labourdette, Pablo García López y David Oller, verá la luz el próximo 08 de agosto en el Festival Castell de Peralada, con escena de Bárbara Lluch. Hablamos con la batuta venezolana de todo ello, así como de su trayectoria y su visión de la música.
¿Cómo están yendo los ensayos de Don Juan no existe?
La energía que hay es maravillosa. Es una energía de colaboración, de conexión, sobre todo de aportar ideas. Es algo que me gusta mucho. Nos ha dado tiempo, incluso, a parar a reflexionar sobre varios temas. Feminismo, sociedad… Puede parecer que es una pérdida de tiempo de ensayos, pero para nada. Hace que los ensayos sean más efectivos.
Conversaciones que nutren el trabajo.
¡Son las respuestas que necesitamos! Para que una escena sea lo más orgánica posible, para ver los tempi…
Entiendo, entonces, que de un modo mayor o en un porcentaje menor, la obra está terminando de tomar forma a través de esta escucha?
Sí, yo creo que sí. Y además Helena está siendo bastante abierta en eso. Realmente no estamos modificando su música, sino que ella misma está descubriendo cómo su música cobra cuerpo, sobre todo a través de los cantantes: Pablo, Natalia, David. Ellos están dotándoles de vida junto a Bárbara y yo estoy observando todo ello de cerca, porque me da idea de cómo ha de ser la música: su intención, el color, la línea, de las frases… es un trabajo muy bonito.
¿Qué tiene de particular esta música de Helena Cánovas?
De las cosas que más me gustan es que te puedes encontrar de todo. En el sentido de que en la contemporánea siempre se dice que suele ser todo muy cuadriculado, pero lo que realmente Helena ha buscado es que no sea todo tan previsible.
¿Y eso cómo lo filtra una directora de orquesta?
Justamente hoy lo estaba hablando con Natalia Labourdette. Hay un aria de ella que es bastante rítmica y siempre le digo: como tengo mucha experiencia tocando en orquesta, he aprendido que en pasajes rítmicamente complejos, lo mejor que puede hacer el director es centrarse y prácticamente ser una fuente de información única respecto al compás y el tempo. Ese momento en el que el director ha de decidir: si me quito, soy más útil. Estar sólo lo justo. Ese momento preciso en el que menos es más.
Dentro de los prejuicios que se puedan tener sobre el ego o la vanidad en la dirección de orquesta, es un ejercicio que suena complicado…
¡Totalmente! (Risas). Pero en los ensayos yo procuro verlo siempre desde el punto de vista de quien tengo delante interpretando la música con su instrumento. Y sé qué es algo que hay que hacer y hay que saber cuando hacerlo. Da vértigo, por supuesto. Es como asomarse al vacío, pero realmente funciona. Los pasajes rítmicos se pueden trabajar con relajación, de esta manera y como una primera capa de trabajo. Y esa confianza en ti cuando te “retiras” mientras sigue la concentración es acertada, sin perder por ello tu liderazgo, tu autoridad. Cuando tienes eso, subes a la siguiente. En cualquier caso, en la dirección de orquesta el ego no sirve de nada.
Entiendo que no es lo mismo dirigir a una formación grande como pueden ser la Sinfónica de Castilla y León o la Sinfónica de Tenerife, como usted a hecho, que a esta formación de cuarteto de cámara y saxofón. ¿Cómo se realiza aquí el trabajo de catalizadora?
A mí me gusta mucho. Sé que siempre se dice esto, que el director es la pieza clave entre la orquesta y la música… pero ante formaciones grandes realmente es como llevar un barco, más. Decir: venga, vamos todos a remar hacia esta dirección. Aquí en Don Juan no existe, siendo además una obra de nueva creación, realmente estás al mismo nivel del resto. Para que el trabajo funcione tienes que ser uno más de ellos. Dialogar. Sentarnos con la partitura… ¡y hablarla! La dirección musical, en este caso, es como la bisagra de una puerta. Y yo como ella, tengo que saber cuándo abrir y cerrar más o menos… ¡siendo una más! ¡De veras a veces creo que mi batuta va a comenzar a sonar en algún momento! (Risas).
En síntesis, cuando llegue el día del estreno y usted levante los brazos, ¿hacia dónde quiere llevar esta música?
Lo que estoy buscando es lograr que realmente se vea que hemos logrado unificar todas nuestras disciplinas dentro de la música. Que en esta primera visión sobre esta obra se note todo el trabajo de reflexión que hemos realizado. No se trata sólo de tocar notas aquí, queremos llevarle un mensaje de reflexión al público. Ese es el gran reto, reflexionar por encima de impresionar con fuegos artificiales.
Don Juan no existe tiene una gran carga social. La historia primigenia con la mujer que creo la obra de teatro y todo el feminismo que encierra… ¿Entiende usted que toda música ha de tener una parte, por pequeña que sea, que mire hacia lo social?
¡Absolutamente! Sé que a veces necesitamos de la música y el arte para desconectar, para relajarnos, pero todos los artistas somos responsables de que nuestras creaciones o nuestras interpretaciones tengan algo que mueva a la sociedad. Quizá toda generación pueda decir que sus tiempos han sido los importantes, porque efectivamente el mundo no para, la maldad tampoco, pero el arte es absolutamente necesario en nuestro presente. Los artistas tenemos que tomar partido en asuntos sociales, desde luego.
Don Juan no existe es una obra maravillosa para seguir reflexionando. Se han hecho muchos avances en igualdad y feminismo hasta la fecha, pero no está todo resuelto. Hay que seguir. Es trabajo del artista, del músico, poner preguntas sobre la mesa y buscar sus respuestas.
El hecho de que en esta producción haya una mujer componiendo y a su lado haya otra mujer dirigiendo escénicamente y otra dirigiendo musicalmente, es algo que no era factible hace no tanto. Ayuda a crear referentes en oficios del arte que parecían destinados sólo a hombres.
Sí, es algo en lo que incide mucho también Bárbara Lluch. Pongamos el caso del fútbol. Antes las niñas no tenían referentes que no fuesen hombres y a raíz del último mundial, muchas de ellas pueden decir: Ay, yo quiero dedicarme a eso. Yo quiero ser como ellas.
Al mismo tiempo, los referentes han de ser muy honestos con nuestro trabajo - si es que puedo incluirme como referente -. No trabajar por la fama, por lo superficial… la cuestión es cómo consigues llegar a tu puesto de trabajo, cómo consigues ser referente. No hay atajos. No creo en ellos. Por eso el arte es todavía más lento que el deporte, por ejemplo. O quizá los propios artistas y las instituciones lo hacemos así, al convertirlo en algo menos accesible.
Usted proviene de El Sistema, que es un hecho social en sí mismo. Depende de la mirada, ha sido más o menos criticado, pero el hecho es que hay una vertebración social en su causa. ¿Es un oasis en medio de la nada?
El Sistema de Venezuela es una paradoja. Soy consciente de que hay una crítica respecto de cómo es posible que, con tantos problemas como hay en Venezuela, se priorice tanto El Sistema. ¡Pero es precisamente por eso que necesitamos un sistema de orquestas! ¡Porque existen todas estas necesidades! No solamente en nuestro país, sino en muchos otros sitios...
El Sistema es un proyecto enorme que se ha dado en 50 años, que no son nada. Mire todo la historia de tradición que hay en Europa... Las críticas artísticas al Sistema considero que, para mí, en muchas ocasiones no son relevantes. Mire el resultado artístico, que es consecuencia del resultado social, que es el verdaderamente importante en este proyecto. El maestro Abreu y Gustavo Dudamel son como la punta del iceberg, pero por debajo hay un entretejido de niños, familias y comunidades enteras que consiguen grandes cosas. La prioridad aquí es social, no artística. Soy consciente de que, a lo mejor, nuestras interpretaciones de las obras musicales pueden ser distintas a las versiones tradicionales, pero hay que preguntarse qué hay detrás de, por ejemplo, una sinfonía que hemos trabajado muchísimo, qué la ha hecho posible. El cambio social que consigue El Sistema no es sólo a cada niño que se ha puesto a tocar esa sinfonía, sino a todo su entorno. A la sociedad en sí. ¿Es un oasis? ¡Claro que es un oasis! ¡Ojalá surjan más oasis así! ¡Necesitamos de una mayor responsabilidad social!
¿Qué se ha llevado como artista de su paso por allí?
¡Uf! Me he llevado el sentido de la humildad. Sobre todo al darme cuenta de cómo es el trabajo una vez sales de allí, con mi transición hacia la dirección de orquesta y al venir a España. Ver las diferencias y aprenderlas. Me encantaría volver allí y mostrar, comunicar todo lo que he aprendido hasta ahora aquí, en Europa. La tradición, los estilos... todo lo que me ha dado tiempo a pensar sobre ello en estos años, que son términos que podríamos seguir agregando a nuestro aprendizaje.Ha dicho una palabra que tiene todo el peso del mundo: tradición.
Mire, por ejemplo con respecto a Don Juan no existe lo que me gusta es tener la libertad para crear. El peso de la tradición, efectivamente, es muy fuerte. Si hemos sido criticados en Venezuela, es por romper en ocasiones esa tradición. El arte es tan abstracto y tan subjetivo… no te da derecho a destrozar una obra, claro que no, pero en El Sistema se han hecho las cosas con muchísimo respeto y trabajo.
Quizá todos deberíamos aprender desde el principio que, en la música, a pesar de la tradición, ha de haber una interpretación. Don Juan, por cierto, se va a interpretar en Peralada en un espacio que no es un escenario al uso. ¿La música ha de salir de los teatros y auditorios habituales?
Totalmente. Podría dedicarme a tocar en otros espacios gran parte de mi carrera. Es absolutamente necesario. El año pasado, por ejemplo, dirigí a un ensemble de la Orquesta de Extremadura en los Pirineos, en una iglesia, la Primera sinfonía de Mahler. Allí había gente que nunca la había escuchado porque, entre otras cosas, ni se planteaba poder acceder a un auditorio. Se me acercaba gente dándonos las gracias porque no se podían ni imaginar el escuchar allí la Titán, aunque fuese en versión de cámara. Creo que los músicos tenemos mucha responsabilidad ahí. Tenemos que intentar generar estos escenarios. Y que no signifique por ello que los músicos estamos a un nivel inferior, todo lo contrario. Si un millonario viniese con 20 millones de dólares... (Risas), ¡entre otras cosas yo montaría un festival de música de cámara para tocar con ensemble todas las sinfonías inimaginables por los pueblos!
¿Y a la contra? ¿Qué se puede hacer para que la gente continue yendo a los auditorios?
Esta es una buena pregunta. A nivel de auditorios, mezclar músicas más contemporáneas, fórmulas más actuales con obras de repertorio y tradición podría ser un buen camino. O interpretar más desde el hoy. Le pongo un ejemplo que viví yo misma. Un concierto al que fui algo incrédula: Teodor Currentzis y Musica Aeterna con la Cuarta sinfonía de Mahler, tocándola de pie... Fue de los conciertos más sublimes a los que yo he ido. El hecho de que estuvieran de pie creaba la sensación de que la música estuviera como flotando. ¡Fue espectacular! Esa forma de tocar, respetando a la música, pero con una energía renovada, da juego a que la gente joven se acerque a escucharlo. ¡O en la ópera! A mí me gustan mucho las puestas en escena actuales, porque dan un enfoque que puede hablar directamente a los jóvenes.
El hablar desde el presente, al fin y al cabo. Que el propio Currentzis salga en vaqueros a dirigir provoca que algunos se tiren de los pelos...
Pero, ¿por qué nos tiramos de los pelos? Porque el cerebro del ser humano está diseñado para que se proteja de lo nuevo, de lo desconocido... algunos acaban viendo lo desconocido como una amenaza y lo rechazan. Tener la mente abierta significa precisamente lo contrario, no dejarte engañar por tu propio cerebro, que va a intentar siempre acudir hacia lo ya conocido. Y cuando se trata de arte, deberíamos tratar de abrirnos siempre lo máximo posible. ¿Se imagina cómo viviríamos si nadie hubiese abierto su mente en algún momento? Démonos a nosotros mismos la oportunidad de escuchar, de aceptar nuevas propuestas, porque a lo mejor por ahí está el camino para generar un público nuevo.
Hablano de lo nuevo, de la tradición... por otro lado, Don Juan no existe habla sobre lo que recordamos, lo que olvidamos... ¿La música que no se interpreta está muerta?
¡Uf! Es un tema complejo. Es verdad que la música necesita de los intérpretes, porque si no, ¿qué hacemos? Un cuadro puede estar escondido en casa de alguien que no lo quiera mostrar... ¿Ese cuadro está "vivo"? Es un poco, en realidad, como hace siglos, cuando algunas músicas se creaban para que las élites las escuchasen o las bailasen en su palacio... y esa música moría, de alguna manera, ahí. Ahora todo eso, afortunadamente, ha cambiado. Mientras los compositores no pierdan fuerzas en que su música se programe... Pero claro, eso está en manos de quienes programan, efectivamente. Quizá una buena manera fuese, no sé, hablo desde el desconocimiento, que su música se pudiera adaptar a diferentes plantillas para ser tocada en distintos espacios, como hablábamos antes.
Volviendo a usted, ¿el cambio entre la viola y la batuta vino de la mano con el salto al otro lado del Atlántico?
Sí, vino con el salto. Llegó, de todas formas, de una manera bastante orgánica que yo no tenía pensada. Yo nunca tomé la decisión de dejar la viola y de hecho no concibo tampoco dejar de tocarla, porque me hace estar siempre del lado de los instrumentistas. No perder esa perspectiva, que creo muy útil a ambos lados del podio. Los atriles lo sienten. En varias ocasiones se han dado cuenta que mi forma de ensayar es un tanto diferente y se acercan a preguntarme.
La dirección orquestal me vino por mi necesidad de comunicar, por un lado, y mis ganas de trabajar con jóvenes músicos, por otra. Cosas que todavía quiero seguir haciendo. Transmitir a los jóvenes las cosas que considero útiles cuando tocas en una orquesta, que son muy distintas a cuando tocas como solista o en agrupación de cámara.
Mi vida freelance comenzó aquí. Y fue duro todo el cambio. A nivel psicológico, laboral... ¡Porque el duelo laboral existe! Para mí fue bastante complicado al venir de la seguridad de El Sistema. Pero es algo que me ha ayudado mucho en mi humildad. Entendí que hay momentos buenos y no tan buenos. Cuando me preguntan cuál es mi sueño musical y cosas así, yo digo que se mantenga mi ritmo de trabajo. No voy a mentir. Yo lo que quiero seguir es teniendo oportunidades justas.
Hace unas semanas subió usted un post a redes sociales donde hablaba que le gustaba marcar los puntos de inflexión con una foto y comentaba las características de la misma. Con todo esto que me comenta sobre su llegada aquí hace años... ¿Cómo se ve ahora mismo Jhoanna Sierralta en la foto interior de usted misma?
Ay, ¡yo estoy muy contenta ahora mismo con la Jhoanna interior! (Risas). Jhoanna es una sufridora nata y ahora estoy en un punto bueno conmigo misma. De encontrarme con que, por fin, he podido soltar algunas cosas como nervios, síndrome de la impostora, que no permitían trabar totalmente libre. A veces, aunque todo el mundo te diga que estás haciendo bien las cosas, tienes que terminar de verlo tú misma para sentirlo así... y ahora, esa foto de Jhoanna por la que me pregunta, es la de una Jhoanna feliz.
Creo que la oportunidad para dirigir Don Juan no existe ha venido cuando tenía que venir. Quizá la Jhoanna de hace un año lo hubiese hecho con un miedo que hoy no existe. Respeto todo, pero miedo no. ¡Y qué bien se siente cuando el proyecto que tienes entre manos coincide con lo que tú quieres hacer y con tu momento vital! Darte espacio para comprender todo, para disfrutar de todo ello, siempre con la atención necesaria a los detalles, a la propia Helena, que es maravillosa y muy detallista... Y al mismo tiempo pido disculpas a la Jhoanna del pasado porque la juzgué mucho, demasiado. Ahora sé que pensar que no puedes es parte del proceso.
Ha utilizado la expresión "darse espacio" a sí misma...
¡Es que yo misma me machaba tanto! ¡Pero es algo que va muy de la mano de cualquier artista! No darnos espacio ni para poder equivocarnos... ¡Y ahora sé que cada vez que te equivocas es como una bendición que te está dando la vida para corregir! Para buscar qué es lo que quieres. Para aprender, ¡Para desaprender!
¿Deshacer la costumbre?
Quizá la manera de hacer las cosas, de trabajar... Yo tenía unas formas aprendidas en El Sistema con las que creía que iba a triunfar, pero me di cuenta que la forma de trabajar en Venezuela, lenta, detallada, perfeccionista, con tiempo, es imposible fuera de allí. Me frustré mucho y aprendí no a olvidarme de todo aquello sino, con la misma disposición de trabajo, a continuar por mi camino deshaciendo el cómo hacer algunas cosas para adaptarme a los ritmos mucho más rápidos de ensayos y conciertos aquí en Europa. La vida va de eso, de aprender, desaprender y volver a aprender.