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Una de piratas... canarios

Madrid. 04/12/19. Teatro Real. Bellini: Il pirata. Celso Albelo (Gualtiero). Yolanda Auyanet (Imogene). Simone Piazzola (Ernesto). Marin Yonchev (Itulbo). Felipe Bou (Goffredo). María Miró (Adele). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Emilio Sagi, dirección de escena. Maurizio Benini, dirección musical.

Esta crítica contiene texto aparecido ya en la reseña realizada por el autor el día anterior, con Il pirata del Teatro Real
protagonizado por Sonya Yoncheva, Javier Camarena y George Petean.

En el arte, tanto como en la vida en general, incluso más si me apuran, nos encontramos muchas veces con que, ante un mismo hecho, no existe una sola verdad o, al menos, un sólo camino para llegar a ella. "A la música se llega por la música", me repite muchas veces el grandísimo Antón García Abril, con ese énfasis suyo tan característico, a medio camino entre la ilusión de estar siempre empezando y la conclusión de quien lleva mucha vida entregado a la música. Y es que esta, la música, es un maravilloso cruce de caminos entretejidos donde, teniendo como aliada a la partitura (y respetándola), se pueden ofrecer y disfrutar una infinidad de emociones y sensaciones, dependiendo de quien esté interpretándola. Con todo, quizá la música sea el lugar donde la verdad es más voluble.

De un tiempo a esta parte, Il pirata, una de las primeras óperas de Vincenzo Bellini, está cobrando una inusitada presencia en los escenarios de todo el mundo. Hay quien dice que ya no hay voces para la ópera... pero resulta que una de las óperas más complicadas de cantar de todo el repertorio (el habitual y, en este caso, el infrecuente) está volviendo a la vida gracias a un nutrido puñado de voces que quieren ofrecer su verdad sobre ella. Ya sólo en el papel protagónico, sopranos como Saioa Hernández, Sondra Radvanovsky, Yolanda Auyanet, Angela Meade, o Anna Pirozzi la han cantado, la están cantando o la van a cantar próximamente. Yo me alegro de vivir cada momento que estoy viviendo, qué quieren que les diga... y si ahora toca una ducha de Piratas, pues "irradiami d'amore e più non sorga il di!", que decía aquel. 

Quien se haya acercado a esta ópera por el camino de la grandísima Montserrat Caballé, habrá quedado cautivo para siempre de ese "A Palermo!" tan suyo del primer acto, en el papel que ella, ELLA, consideraba más difícil de abordar. El título escogido y estas vueltas en torno a la verdad espero que sirvan para ejemplarizar cómo con sólo dos palabras, con una entonación, se pueden decir tantas cosas diferentes. Esta verdad sobre la que ahora escribo es ya la tercera de una esperada tanda de ocho en dos temporadas, empezando con Bellini desde Verdi en A Coruña con Saioa Hernández y Juan Jesús Rodríguez y después de La primera vez en Catania, con Miquel Ortega a la batuta. Aquí, para quien no leyera aquellas, tengo que insistir en lo que supone Il pirata como eclosión del romanticismo italiano en la ópera, ¡cómo un nuevo camino! Es el empuje de las nuevas corrientes... al mismo tiempo que Bellini estrenaba esta partitura (1827) asegurando aquello de "tengo en mente un nuevo estilo", un Schumann adolescente andaba a vueltas con inéditas expresiones para el concierto para piano: "tengo que pensar en algo más". Cada uno en su sitio, pero revelador, ¿no les parece?

Una partitura colmada de espressione, violenta, donde el drama late en sus compases y donde la música se pone al servicio del teatro, desarrollándose, por otro lado, un hecho trascendental: la soprano como protagonista absoluta, como eclipse de todo. Una figura irrenunciable tanto en hitos donizettianos como mismamente bellinianos, que presuponen la figura de una gran dama sobre la que todo tiene lugar, dramática y musicalmente, ¡además de la primera escena de locura belcantista!. Imogene, decia, ve la luz en 1827, es la primera de ellas. Nace inmediatamente antes que la trilogía (o tetralogía) Tudor de Donizetti, antes que Lucia di Lammermoor y por supuesto antes que Norma, Elvira en I Puritani, o Amina, la Sonnambula. Además, muchas de ellas comparten al libretista Felice Romani como valedor de sus éxitos.

 

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De hecho, Romani puso texto en 1822 a una hoy día desconocidísima ópera de Donizetti: Chiara e Serafina (dos mujeres a falta de una), que lleva por subtítulo “ossia Il Pirata”, con escenario en la isla de Menorca. Los bucaneros siempre han estado muy en la moda de lo romántico... ¡Recuerden a Espronceda en 1840 con su Canción del  pirata! "Qué es mi barco: mi tesoro, qué es mi dios: la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria la mar". Seguramente propiciado por su situación geográfica, las Islas Canarias han sido históricamente un lugar de atraque y pillaje de numerosos piratas... también de sus tierras han surgido algunos históricos, ¡ahí está la leyenda del temible Cabeza de Perro! Un canario es precisamente quien da vida a Il pirata de Bellini en el segundo reparto que el Teatro Real de Madrid ha preparado durante este mes de diciembre: Celso Albelo, una de las voces más capacitadas para el bel canto de nuestro tiempo. Bellini es suyo, no cabe duda tras escucharle en I Puritani, I Capuleti e i Montecchi y La sonnambula; más ahora sumando su primer Pirata. Su debut tendría que haberse realizado hace unos días, pero una traqueítis se lo impidió. Con todo, ahora mostró un Gualtiero de descollante agudo y envidiable proyección, en un canto de arrestos, ardiente, mostrando el melodrama y el romanticismo que representa, sin desatender el cuidado por el detalle, por la filigrana y con un exquisitio canto legato, en un timbre cada vez más lírico y una voz de mayor cuerpo. Me pregunto por qué de un tiempo a esta parte, antes en el Liceu y ahora en el Real, Albelo se ha de encargar de segundos repartos, sin demérito alguno de nadie, obviamente, pero bien se merecería el tinerfeño una ópera para lucirse donde él acapare el protagonismo del primer elenco. Por delante tiene Pirata en Monte-Carlo (junto a Anna Pirozzi) y en Palermo (con Angela Meade), es de esperar que tras interiorizarlo y rodarlo del todo, acabe siendo un Gualtiero de referencia.

Yolanda Auyanet, otra gran cantante canaria (Las Palmas de Gran Canaria), creó por su parte una grandísima Imogene; siendo, vuelvo a ello, uno de los papeles más complicados del repertorio. Confieso que era la primera vez que escuchaba a la soprano en directo... y ya estoy buscando dónde volver a escucharla. Salgo enamorado de una artista inteligentísima, de una cantante atenta, perspicaz, teatral y musicalísima, que sirvió una Imogene de mucha talla, creíble y muy disfrutable. De nuevo, como cualqueira que se enfrente a su particella, hay formas y formas de abordar la intrincada partitura que creó para ella el joven Bellini, pero el resultado convence de calle por la honradez y la finura. Un timbre claro y un agudo sobresaliente sumaron enteros a una creación desbordada de sus Normas anteriores (una maravillosa horma, el hacer el viaje inverso de 1831 a 1827). La de Auyanet, así lo sentí al menos, es más la mujer que sufre que la dama ya enajenada; completamente creíble, con una escena final muy bien construida en todos los sentidos.

Completaba el reparto protagonista el Ernesto de Simone Piazzola, de nuevo de formas aseadas, con el timbre un tanto mate y un interesante fraseo, muy creíble en lo dramático. De nuevo destacar a María Miró, cuya carrera se ha de seguir en roles de mayor enjundia. Algo desdibujados en lo vocal, aunque correctos, tanto el Itulbo de Marin Yonchev, como el Goffredo de Felipe Bou.

Pirata, pues, supone pues el inicio de un momento histórico en la ópera y lo es gracias a que recoge todo lo que Bellini ha alcanzado con apenas dos óperas anteriores, de las cuales podríamos decir que bebe. Así, esta nueva obra tiene de su Bianca e Fernando, pero al mismo tiempo reconocemos en ella otras músicas posteriores (desandemos su camino) como son su Norma o sus Puritani. También en Donizetti: innegable es su influencia en Lucia di Lammermoor o Roberto Devereux, llegando hasta el Verdi primerizo con I Masnadieri o Ernani, al de su etapa media con Il Trovatore, y también al más maduro, pues la relación con Otello en su arranque es clara (cosas del drama, evidentemente). Y luego Wagner, el de sus inicios, que siempre idealizó su figura. A Maurizio Benini a la batuta no se le puede poner pega alguna, cuando respeta desde el calor y la tradición el arte del bel canto. Acompaña a los cantantes e imprime drama, ya desde la sinfonía inicial, con momentos bellísimos en el final del dúo entre Imogene y Ernesto, por supuesto el concertante del primer acto, o las escenas con el coro, todas ellas sensacionales, demostrando la alta calidad de los cuerpos estables del teatro cuando están en buenas manos, más allá de la encomiable labor de Andrés Maspero como director del coro.

Foto: Javier del Real