Kozena Pipa Liceu Bofill

Sin soniquete

A veces, buenas intenciones son malas consejeras. Esta frase, que podría parecer extraída de un texto del glorioso XVII literario español, resumía las sensaciones con las que salimos de un  Gran Teatre del Liceu semivacío, tras presenciar el espectáculo protagonizado por la mezzosoprano Magdalena Kozená y el bailaor Antonio el Pipa, titulado “Amor: entre el cielo y el infierno”

Cuando Kozená, cantante elegante, de timbre agradable pero escasa personalidad canora, decidió asumir, con resultados discutibles, el rol de Carmen, conoció al bailaor jerezano El Pipa y, a través de él, se zambulló en el fascinante mundo del flamenco. De ahí a la tentación de fusionar en un espectáculo la zarzuela barroca (Kozená ha ofrecido sus mejores prestaciones en la música del XVII y XVIII) y el flamenco había un paso. Y la cantante checa decidió darlo.

La idea puede ser fascinante si se hace, claro, con rigor e inteligencia: bucear en las raíces de dos géneros que surgen de manera paralela a nivel cronológico, grosso modo; tratar de encontrar y mostrar sus vasos comunicantes a través de una idea dramatúrgica y musical atractiva. El problema de este espectáculo es que no satisface en ninguno de estos tres objetivos y al final, paradójicamente, acaba negando su premisa principal, ya que en ningún momento consigue fusionar o, al menos, revelar dichos paralelismos.

La prueba de este fracaso es la clara separación entre los dos conjuntos musicales, lo que denota ya un error de concepto: en un lado del escenario los cinco componentes del conjunto Private Musicke y en el otro la Compañía de Antonio El Pipa, claramente separados. Representación física de la incapacidad real para tender puentes y buscar conexiones, que sólo aparecieron, de manera esporádica y demasiado tímida, en algún momento de la segunda parte del espectáculo.

Magdalena Kozená, el reclamo inicial de este espectáculo en el que El Pipa y su compañía le acaban robando absolutamente el protagonismo, interpretó, incomprensiblemente situada en la parte posterior del escenario, obras de José Marín, Sequeira de Lima, Juan Hidalgo y Sebastián Durón. Lo hizo con su agradable timbre sopranil y elegancia, pero con poca variedad expresiva, pronunciación dudosa, graves huecos y escasa convicción. No la ayudó el grupo Private Musicke, formado por harpa, tiorba, guitarra, viola de gamba y percusión, que tocó con corrección pero escaso nervio.

En el otro lado, por el contrario, la conexión con el público fue inmediata por la calidad de las dos guitarras y las tres cantaoras. Pero, sobretodo, por la presencia escénicapletórica de El Pipa, llenando el escenario desde el primer momento y apoderándose del espectáculo. No soy capaz de analizar técnicamente su actuación pues ni el baile ni el flamenco son palos en los que me permita opinar, pero sin duda Kozená, a su lado, pareció una partenaire “desaboría”. Al final, además, se animó a unos pocos pasos de baile, secundada por el bailaor jerezano, que parecieron hacer las delicias del público pero que a mi me trajo a la memoria aquella bulería : “si no tienes soniquete, pa que te metes”.