RomeoJuliette Liceu A Bofill 

Demasiado poco

Romeo et Juliette, de Charles Gounod es una ópera en cuatro dúos. Como en el caso de Werther, de Massenet, heredero directo de Gounod, la adaptación del texto literario prescinde de muchos capítulos para focalizarse, de manera, radical, en la relación amorosa de los protagonistas. Siendo así, lo fundamental para una buena representación de Romeo et Juliette es la categoría vocal de los amantes, y por aquí fue por donde empezó a resquebrajarse esta discreta producción que se acaba de presentar en el Liceu.

El papel de Juliette a menudo ha llevado a confusión, pues el famoso vals del primer acto, incluido a última hora por Gounod para complacer a la Miolan-Carvalho, que estrenó la obra, ha sido interpretado a menudo por sopranos ligeras. Es obvio que el papel requiere agilidad, frescura y lirismo, pero la evolución psicológica del personaje conlleva una evolución vocal que desemboca en el dramatismo del aria del acto IV, a menudo cortada de manera incomprensible. De hecho, Aida Garifulina ha tenido el honor de ser la primera soprano que ha interpretado este aria en el Liceu por primera vez en toda la historia. Y precisamente este fragmento confirmó lo que veníamos percibiendo durante toda la función. Se trata de una soprano talentosa, con una facilidad vocal incuestionable, un timbre de lírico ligera con cuerpo, color y personalidad, una presencia escénica ideal para el papel, pero, en la expresión, fría como un témpano de hielo. Al menos en la función del estreno. Una máquina perfecta que no transmitió emoción. Un debut del que esperábamos mucho más, ya que Garifulina es ahora mismo uno de los nombres más solicitados a nivel internacional.

Cierto es que el entorno no la ayudó ni motivó especialmente. De Saimir Pirgu no esperábamos gran cosa, pero su Romeo fue desconcertante. Tradicionalmente, y de nuevo como en Werther, han coexistido tres perfiles tenoriles que se han aproximado a este exigente rol. La vía del lírico- ligero, en la que encontraríamos a Flórez y sus antecedentes, Gedda o Kraus (estos últimos, obviamente con más peso vocal que el peruano); la del lírico, quizás la ideal, como Alagna, el joven Carreras o el incomparable Jussi Björling y, finalmente, la visión dramática de un Kaufmann o del gran Georges Thill. Pirgu se inscribe en la primera categoría, pues proviene de repertorios ligeros, pero ya hace años que ha trabajado para aumentar el volumen de su instrumento. Estos experimentos, Kaufmann a parte, casi nunca funcionan, y la emisión de Pirgu se ha resentido gravemente. Ha conseguido un centro ancho y oscuro, pero la voz se ha partido en dos. El agudo es opaco y arriesgado y cuando canta piano, utiliza un semifalsete inaudible, como en el precioso final del segundo acto Va, repose en paix!. Su Ah, leve toi soleil tuvo un conato de abucheo, y es que es difícil escuchar una versión más aburrida y destensada de esta página. Sonó mejor en la franja central y sacó arrestos para sortear los momentos más difíciles del rol, pero su canto fue a base de golpes en un papel que, si algo exige, es lirismo.

No ayudó tampoco la dirección de Josep Pons, firmando la que, quizás, fue su dirección más floja desde que es titular del Liceo. Algo curioso teniendo en cuenta que se ha reservado este título y parece estimar la obra. La orquesta sonó ruidosa, sin encontrar en ningún momento esa transparencia, esa nocturnidad elegíaca, ese lirismo sensual que requieren los dúos de segundo y cuarto acto. Una dirección poco inspirada que, además, se resintió de problemas constantes de conjunción entre foso y escenario, especialmente en las partes corales del primer y tercer acto, en las que hubo momentos conflictivos.

Lo mejor del cast, virtudes de Garifulina aparte, fue el sobradísimo Stéphano de Tara Erraught, mezzo a la que teníamos ganas de escuchar y que convenció con un timbre redondo, muy bien proyectado y una línea de canto impecable. Un lujo asiático para un papel muy secundario.

Del resto, elegante el Tybalt de David Alegret, aunque el papel requiere un tenor de perfil más heroico y timbre más oscuro. Susanne Resmark fue una graciosa Gertrude. De buena línea pero escasa proyección el Mercutio de Gabriel Bermúdez, siempre retrasado el Capulet de Rubén Amoretti, gris y falto de personalidad el Frère Laurent de Nicola Ulivieri y correcto el resto del cast, con mención especial para el Grégorio de Germán Olvera.

Sobre la producción, poco que decir. Tiene ese aroma de musical con pretensiones de ciertas producciones norteamericanas, aunque en este caso viene del Teatro de Santa Fe. Stephen Lawless, más allá de encuadrar la escena en un cementerio y trasladar la acción a la Guerra de Secesión de los Estados Unidos no mostró ni pizca de ingenio. Todo visto ya, con un barniz poco sutil de época y lujo. Poco, demasiado poco.