Dudamel Mark Hanauer

Gustavo Dudamel. ¿Frustrada esperanza blanca?

El nombre de Gustavo Dudamel es sinónimo de precocidad. Y sin embargo cuando la etiqueta de joven promesa comenzaba a disiparse, se ha convertido en el director más joven en ocuparse del tradicional concierto de Año Nuevo en Viena, cita que alcanza este año su 76 edición. Hijo predilecto de El Sistema impulsado por Abreu, es hoy en día el director musical y artístico de la Filarmónica de Los Ángeles y el director musical de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, apareciendo además con frecuencia como director invitado en las principales orquestas de todo el mundo. 

Empezó a dirigir casi de forma casual, siendo un adolescente, cuando durante un ensayo tomó la batuta ante la ausencia del maestro previsto, siendo él aún un violinista más en El Sistema, donde había ingresado con apenas cuatro años de edad. Se formó como director después con Rodolfo Saglimbeni y con el propio José Antonio Abreu, ocupando desde 1999 la dirección de la Orquesta Sinfónica Simón Bolivar. En 2004 ganó el primer Concurso de Dirección Gustav Mahler en Bamberg, lo que supuso su salto más allá de Venezuela. Desde entonces su ascenso fue fulgurante e imparable: ese mismo año firmaba su primer contrato con Deutsche Grammophon y en el plazo de dos años dirigió, sin solución de continuidad, a la Sinfónica de Gotemburgo, la Philharmonia Orchestra, la Orquesta Filarmónica de Israel, la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, las orquestas de Birmingham y Liverpool, debutó asimismo en el Teatro alla Scala, actuó en los Proms de Londres y finalmente se puso al frente a la Filarmonica de Viena en Lucerna, en septiembre de 2007. Ese mismo año era nombrado director titular de la Filarmónica de Los Ángeles a partir de la temporada 2009/2010. Un ascenso verdaderamente febril.

Apadrinado de algún modo por Abbado, primero, y Rattle después, mimado asimismo en ocasiones por Barenboim, no cabe duda del talento del venezolano, sobre cuyo potencial confluyeron a buen seguro demasiadas miradas, generando con suma prontitud una expectativa sumamente elevada. Esa imagen de Dudamel como un joven prodigio se ha convertido seguramente en su mayor obstáculo, en su principal enemigo, como si estuviera siempre bajo examen, como si de continuo debiera ratificar si es ya por fin o no esa batuta genial que siempre se había pronosticado.

Seguramente el paso del tiempo ha ayudado a situar las cosas y a sus treinta y cinco años cabe ver en Dudamel a un director cada vez más maduro y que al mismo tiempo ha caído un tanto en manos de la mercadotecnia de turno, un destino seguramente inevitable y que le muestra a menudo en un escaparate un tanto contradictorio con sus propios y modestos orígenes. Sea como fuere, lo cierto a día de hoy es que Dudamel es un director irregular: no acertó por ejemplo hace unos meses al frente de la nueva producción de Turandot que dirigió en Viena. Y lo cierto es que todavía no hay un repertorio donde destaque claramente, si bien ha mostrado una clara preferencia por Mahler, Brahms y Beethoven, cuyas sinfonías completas acaba de grabar.

Por otro lado, en el caso de Dudamel la tibieza con la que se ha referido a la situación política y social de Venezuela en los últimos años le ha pasado factura. Seguramente nadie muerda la mano que le da de comer, aunque hay una diferencia neta y evidente entre El Sistema, hacia el que es comprensible casi cualquier lealtad por parte de Dudamel, y la situación política y social de Venezuela, ante la que no cabe la indiferencia. En septiembre de 2015 Dudamel publicó un importante texto en Los Angeles Times titulado 'Por qué no hablo de política venezolana', donde intentaba justificar su silencio sobre la realidad política del país. Afirmaba allí que "El Sistema es demasiado importante para estar sujeto al discurso político cotidiano" y seguramente lleve razón en esa máxima. 

De algún modo Dudamel ha reeditado la eterna cuestión sobre la proyección pública de los artistas. En su caso no obstante no se trata tan sólo del consabido interrogante acerca de lo que debiera importarnos la opinión política de un músico: hablamos de un artista que ha sido emblema de Venezuela, le guste o no; y el país atraviesa durante lo últimos años un situación cuando menos controvertida en materia social, económica y política. Dudamel tiene todo el derecho del mundo a no pronunciarse sobre ello, lo mismo que Netrebko y Gergiev guardan silencio sobre la realidad de Rusia, por ejemplo. Pero también tiene que asumir la hipoteca necesaria e incómoda que pueda llevar aparejada ese silencio.

Sea como fuere, en última instancia la figura de Dudamel se encuentra en mitad de muchas encrucijadas: hijo de El Sistema, eterno joven talento, batuta con un aire comercial y músico genuino a un tiempo... Habrá quien piense además que Dudamel es de algún modo ya una frustrada esperanza blanca, con batutas como las de Petrenko o Nelsons proyectando cada vez más su talento, incluso más allá del hacer del director venezolano. Yo prefiero pensar que lo mejor de Dudamel está aún por venir. El tiempo lo dirá. Este concierto de Año Nuevo en Viena será sin duda una ocasión espléndida para comprobar la capacidad de Dudamel para responder a todo ello sin complejos.