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Una producción fallida

Salzburgo. 15/08/2019. Festival de Salzburgo. Verdi: Simon Boccanegra. Luca Salsi, René Pape, Marina Rebeka, Charles Castronovo, André Heyboer, Andrea Di Matteo. Wiener Philharmoniker. dir. de escena: Andreas Kriegenburg. Dir. musical: Valery Gergiev.

Al Festival de Salzburgo cabe exigirle el máximo, y más ahora cuando se aproxima la edición de su centenario, el próximo verano de 2020. El presente Simon Boccanegra hubiera estado bien en caso de tratarse de una simple función de repertorio de un teatro centroeuropeo de primera fila. Pero ha quedado muy lejos de ser un espectáculo digno de recordarse pasados un par de años. El lastre principal es sin duda la nefasta producción de Andreas Kriegenburg, quien no parece levantar cabeza desde sus mejores días, cuando firmó trabajos memorables en la Bayerische Staatsoper de Múnich, como su Wozzek, sus Soldaten o su Anillo. Todos sus últimos trabajos coinciden en una evidente cuesta abajo en cuanto a inspiración y atractivo. Así fue con Les Huguenots de París, la pasada temporada; y así ha sido ahora con este Simon Boccanegra para Salzburgo, absolutamente anodino, de una pobreza de ideas alarmante. Sin éxito, Kriegenburg intenta actualizar la trama trayéndola a nuestros días, donde el poder político ha pasado a ser un trasunto de redes sociales y fake news. Pero ese planteamiento, que podríamos comprar a priori, se queda en poco más que una ocurrencia, expuesta sin demasiado brillo al inicio de la representación. A partir de entonces, todo empieza a parecerse demasiado a una simple representación en concierto con un decorado gris y anónimo al fondo. Un espectáculo aburrido y poco estimulante. No en vano el trabajo de Kriegenburg en este estreno cosechó una reacción tremendamente indiferente por parte del público, sumamente tibio en sus aplausos. Nada que ver con la Lady Macbeth de Shostakovich que firmó aquí mismo hace dos años.

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En el foso, firmándo un insólito doblete este verano, con el nuevo Tannhäuser de Bayreuth, el maestro ruso Valery Gergiev pareció decidido a resarcirse, quizá algo herido en su orgullo por las críticas recibidas tras su debut en la verde colina, donde quedó por debajo de las expectativas. En este caso, al frente de una inspirada y brillante Filarmónica de Viena, Gergiev optó por una lectura muy personal, un tanto irregular, con momentos muy inspirados y otros más aletargados, por lo general poco cómplice con las voces, aunque interesante desde un plano sinfónico. Cuando entrevisté a Gergiev el año pasado me habló con verdadero entusiasmo de esta partitura. Boccanegra le seduce y eso se percibió en su dirección, esmerada, convencida, implicado en suma, más allá de cual fuera el resultado final. De algún modo Gergiev logró en Salzburgo resarcirse del sabor agridulce que había dejado su debut en Bayreuth, reivindicándose con una lectura personal y solvente. Tiene mérito, por cierto, haber cumplido con su compromiso en este estreno, no ya por su agenda desquiciada de conciertos, sino porque su madre habría fallecido apenas cuarenta y ocho horas antes, motivo de hecho que justificó la cancelación de una de sus funciones en Bayreuth, el día 13.

El protagonista de este reparto era el barítono italiano Luca Salsi. Aunque las intenciones fueron inmejorables en su caso, muy atento al texto, lo cierto es que al conjunto de su Simon le faltó nobleza. En parte porque el timbre es un tanto liviano aun en colores como para recrear un Boccanegra cuajado de suficientes contrastes. Y también porque su magnetismo en escena no es el de los grandes. En realidad nada se le puede reprochar, porque hizo todo lo que estaba en su mano, son sus medios, para firmar una buena actuación, pero lo cierto es que quedó lejos de entusiasmar. A su lado, debutaba con la parte de Fiesco el bajo René Pape, sólido y eficaz, sin duda contundente en su primera aproximación al rol. No obstante, tiene aun margen por delante para ahondar en un fraseo más expresivo y más redondo, más italianizante por decirlo de algún modo. 

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Completaban el cuarteto protagonista las voces de Marina Rebeka como Amelia Grimaldi y Charles Castronovo como Gabriele Adorno. La soprano letona cantó de modo impecable toda la velada, aunque desde un planteamiento algo distante, sin duda lastrada por la frialidad de la producción. El tenor norteamericano debutaba como Adorno y no pudo cantar mejor: voz plena, sonora y bien timbrada, canto gallardo y fraseo lírico, resolviendo con suficiencia los pasajes de tono spinto que cuajan su partitura. Cerrando el reparto, cuesta creer que André Heyboer fuera la mejor opción disponible para el rol de Paolo, un papel en absoluto menor tanto por su participación en el prólogo inicial como por su contribución posterior al desenvolvimiento de la trama. Tanto él como Andrea Di Matteo como Pietro estuvieron claramente por detrás del resto del reparto en sus intervenciones. El coro de la Staatsoper de Viena cumplió con creces con su cometido, aunque la producción de Kriegenburg desluciera un tanto la gran escena del senado.

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