No hay mal que por bien no venga
Salzburgo. 15/08/2017. Festival de Salzburgo. Shostakovich: Lady Macbeth de Mzensk. Evgenia Muraveva, Dmitry Ulyanov, Brandon Jovanovich y otros. Dir. de escena: Andreas Kriegenburg. Dir. musical: Mariss Jansons.
Sin menospreciar un ápice el esfuerzo y la constancia, no es menos cierto que a menudo los episodios más determinantes en la vida de un artista suceden por azar. Se trata de estar en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Eso mismo le ha sucedido a la joven soprano rusa Evgenia Muraveva, quien interpretaba dos pequeños roles en esta Lady Macbeth de Shostakovich escenificada en Salzburgo y que ha terminado por ser la gran revelación de estas funciones, al reemplazar a Nina Stemme, indispuesta y quien tampoco parece atravesar su mejor momento vocal.
Muraveva lo tiene todo para hacer una carrera notable. El instrumento es sólido y amplio, la emisión resistente y segura, el color agradable y homogéneo y su presencia escénica no deja lugar a demasiados reproches. No tiene, por descontado, el magnetismo de la citada Stemme; pero tampoco acumula a su espaldas una carrera de tamaña notoriedad. Muraveva es más bien una “chica Gergiev”, una de esas jóvenes voces forjadas en el Mariisnky y que un buen día dan el salto internacional. Con el citado Gergiev interpretó precisamente esta Lady Macbeth y Salome durante la temporada 2016/2017.
Lo cierto es que Muraveva consiguió que no echásemos de menos a Stemme en toda la función y eso es sin duda muy meritorio. Su Lady es menos temperamental, menos física incluso de lo que acostumbran a mostar intérpretes más maduras a las que hemos visto recientemente, como la propia Stemme, Westbroek, Herlitzius o Kampe. La Katerina de Muraveva tiene una paradójica fragilidad, una inocencia un tanto perturbadora que la aleja de ese retrato tan calculador y agresivo. Su Lady es, si cabe, aún más víctima de su tremendo destino.
Se hace poco hincapié, por cierto, en el hecho de que esta partitura de Shostakovich fue concebida en origen para formar parte de un tríptico, a modo de fresco histórico, sobre la mujer rusa. La presente producción de Andreas Kriegenburg consigue hacer que todo el foco gire en torno a la protagonista, pero no tanto iluminándola a ella sino a cuanto la circunda y menosprecia. Toda la historia es así un fresco más amplio, sobre la degradación de la condición humana de las mujeres en la Rusia de principios del siglo XX, situación por cierto que hoy sigue vigente en tantísimas latitudes de nuestro mundo.
La producción de Andreas Kriegenburg -el responsable de los fabulosos Die Soldaten de la Bayerische Staatsoper y del Anillo de este mismo teatro muniqués- no es original en sus ideas pero sí es inteligente en su realización, sacando el máximo partido de la compleja caja escénica del Grosses Festspielhaus de Salzburgo. Una escenografía única de Harald B. Thor, colaborador habitual de Kriegenburg, domina la escena durante toda la representación. Se trata de un gigantesco patio de hormigón, propio de una barriada obrera en tiempos soviéticos, donde conviven adocenados numerosos trabajadores.
Kriegerburg entiende el doble relato -el personal en torno a Katerina y el colectivo en torno al pueblo ruso en su generalidad- que se desarrolla bajo estas páginas. Sexo y violencia, seducción y agresividad… todo es uno en ese mundo sumamente deshumanizado e intrincado de miserias. Estamos ante un trabajo ciertamente clásico en su planteamiento dramático, muy pegado al libreto y que se sostiene sobre todo por una dirección de actores llena de pequeños detalles que acrecientan la tensión durante la representación. No faltan tampoco los guiños grotescos, como ese retrato torpe de los policías, casi propio de un vodevil, dedicados cada uno de ellos a sus quehaceres (desde calceta a cocina pasando por pintura o macramé).
Mariss Jansons firma con estas funciones su feliz debut -¡por fin!- en el foso del Festival de Salzburgo. Ha dirigido aquí numerosos conciertos sinfónicos, desde su primera visita en 1990 con la Orquesta Filarmónica de Oslo, pero nunca hasta la fecha se había puesto al frente de una producción operística, primero por sus diversas titularidades en varias orquestas y después por su padecimiento cardíaco. Todo apunta, no obstante, a que esta ocasión no será la última, pues Jansons parece confirmado para dirigir La dama de picas el año que viene en este mismo Festival (presumiblemente con Sonya Yoncheva).
La labor de Jansons en esta funciones es una completa maravilla, de principio a fin; un trabajo absolutamente glorioso, una referencia digna de recordarse. Con una Filarmónica de Viena de auténtico órdago, sofisticada y brutal al mismo tiempo, Jansons recorre esta extensa, compleja y honda partitura atendiendo a todos sus dobles sentidos e ironías, subrayando tanto la espectacularidad monumental de algunas escenas como la desoladora intimidad de otros pasajes. El enfoque de Jansons, por cierto, es sumamente diverso del no menos referencial que Kirill Petrenko firmó en Múnich hace unos meses. De hecho, se diría que ambos enfoque son complementarios hasta un punto en el que prácticamente agotan las perspectivas posibles sobre la obra.
Además del citado cambio de Stemme por Muraveva, ya semanas antes del estreno de esta producción se comunicó el recambio de Ferruccio Furlanetto por Dmitry Ulyanov en la parte de Boris. Me atrevo a decir que salimos de nuevo ganando, pues sin duda la voz de Ulyanov está más en forma que la del conocido bajo italiano, quien probablemente no encontró tiempo suficiente para preparar una parte extensa y compleja -y en ruso, obviamente-. Ulyanov es un bajo de medios sonoros, poco refinado -pero hablamos del pérfido de Boris, al fin y al cabo- y lo cierto es que eleva la temperatura de la representación con una actuación escénica muy esmerada.
Gratísima sorpresa el desempeño de Brandon Jovanovich en la parte de Sergei, en sustitución del inicialmente previsto Maxim Aksenov. Jovanovich exhibe un material de tintes dramáticos, liberado en el tercio agudo, recio en el centro y acompañado por una actuación muy comprometida en escena. A su lado, sin duda la voz más cuestionable entre los papeles principales fue la de Maxim Paster como Sinowi: aprovechando y exagerando su caracterización como un pelele alcoholizado, apenas fue capaz de sostener una mínima línea de canto. Del resto del reparto, muy bien armado, cabe destacar el Pope de Stanislaw Trofimow.