Transito CJesus Ugalde 8

El otro lado de la historia

Madrid. 29/05/2021. Teatro Español, Naves del Matadero. Torres: Tránsito. Anna Brull (Tránsito). Isaac Galán (Emilio). María Miró (Cruz). Javier Franco (Alfredo). Pablo García-López (Pedro). Orquesta Sinfónica de Madrid. Eduardo Vasco, dirección de escena. Jordi Francés, dirección musical.

La historia siempre la escriben los vencedores. Quienes siquiera durante unos pocos años vivimos el franquismo, sabemos qué tipo de relato se hizo de la Segunda República, de la Guerra Civil, de la posguerra y de la segunda mitad del citado periodo para poder afirmar algo así. Lo hemos padecido.

El hecho de que la historia la escriban los vencedores no quiere decir que la otra historia no exista; sencillamente se oculta hasta parecer que es inexistente. Ello conlleva que, por ejemplo, mientras algunos nombres oficialistas se citan como ejemplares y referenciales del momento histórico, otros permanecen ocultos, no saliendo a la luz hasta años después. A este respecto y por lo que al mundo que nos atañe, en el de la música podríamos citar más de uno, tanto de los vanagloriados por afectos al régimen, como de los olvidados por su compromiso con los derrotados.

Ello también ocurrió con Max Aub en aquellos oscuros años. Y con Tránsito, obra teatral en un acto (1944) que se centra en las vicisitudes de un republicano en su exilio de México, quien reivindica la legitimidad de sus ideales y añora con la necesidad de seguir haciendo testimonio de ellos aun desde la lejanía.

Jesús Torres se ha atrevido con esta obra para hacer una ópera de cámara que, en las actuales condiciones para el desarrollo del arte tanto por lo relativo a la pandemia como al clima político general, sólo podemos considerar de valiente y necesaria. Y además puedo decir que es una de las óperas en castellano estrenadas en los últimos años más interesante que he escuchado.

Estamos ante una ópera de cámara, es decir, de pequeño formato: cinco cantantes, dieciocho instrumentistas y facilidad de desarrollo escénico, lo que puede empujar a su futura programación. Estéticamente hablando estamos ante un título accesible en su primera escucha, lejos de planteamientos rupturistas y que apunta hacia esa tendencia, creo que nada despreciable, de hacer música también para el oyente.

La ópera descansa sobre dos cantantes: Emilio, el republicano exiliado muy bien encarnado por el barítono Isaac Galán y Cruz, su antiguo amor, ahora residente en España, en la voz de la soprano María Miró. Ambos, desde la distancia, se entregan a una serie de diálogos duros, descarnados en ocasiones, donde se entremezclan los reproches personales y los políticos. No parece casual el nombre de la mujer abandonada, como tampoco el del nuevo amor mexicano, Tránsito, quien a su vez, aunque da título a la obra, permanece dramáticamente hablando en segundo plano.

Isaac Galán da enorme credibilidad al exiliado repleto de dudas; vocalmente aporta un color vocal adecuado y hace frente a una particela exigente, con exigencias en la franja aguda que le hacen viajar por el falsetone en más de una ocasión. María Miró, impoluta de negro en su viudedad eterna, tiene que dotar a su personaje de dolor y dignidad y me pareció la voz más adecuada de la noche: recia, sin remilgos, dotando al personaje de la dignidad necesaria. Muy bien.

El resto de los tres papeles son menores en su dimensión vocal. Tránsito da título a la obra y ,aunque está prácticamente en todo momento en escena, lo hace en forma pasiva, como si fuera más una excusa que una verdadera razón del dolor de los otros. Fue encarnada por la mezzo Anna Brull, muy bien en su breve papel. Javier Franco da forma a Alfredo, el exiliado derrotado, deseoso de volver a casa y que, sin embargo, cuando es puesto frente a sus contradicciones por Emilio, parece recular siquiera momentáneamente. Más bien parece que Alfredo buscará otro momento de mayor fortaleza para aceptar su derrota política y hacer frente al más que probable castigo que habrá de sufrir: volver a la España del primer franquismo. La voz algo mate, con esmalte limitado pero, en cualquier caso, suficiente para dotar al personaje de ese pesimismo irreversible.

Finalmente, Pablo García-López estuvo brillante en el breve papel de Pedro, el hijo de Emilio y Cruz que habrá de encontrar la muerte en la heroica o loca guerrilla antifranquista. Un chaval que antes de morir encontrará un motivo para recriminar a su padre el "dorado" exilio, cargado de pasividad mientras los resistentes de la península se jugaban la vida a diario por hacer frente a la dictadura. La voz es brillante, fresca, muy adecuada para subrayar la alegría, la cuasi inconsciencia del joven cargado de ideales.

Ya ha quedado dicho que la música es accesible, teniendo siempre en cuenta algunos de los estrenos que un servidor ha podido disfrutar en los últimos años. La orquesta, de dieciocho componentes, descansa sobre una percusión sonora sin ser atronante, un quinteto de cuerda y una sección de viento metal relativamente importante. Las distintas escenas están separadas por interludios orquestales, que terminan por vertebrar la obra para convertirse en auténticos movimientos sinfónicos. Al servicio de todos ellos Jordi Francés, un director al que observé muy implicado, creyendo mucho en la obra.

La puesta en escena de Eduardo Vasco era tan sencilla como funcional para el limitado escenario del recinto: dos planos, uno simbolizando el exilio y con un atrezzo minúsculo; otro representado el mundo de la dictadura, vacío, yermo, como la ilusión de Cruz.

La respuesta del público que ocupaba todas las butacas disponibles fue de éxito sin paliativos. Muchas óperas de este tipo tienen escasa vigencia una vez son estrenadas, ocupando su plaza particular en el fondo del cajón de un programador o gestor que la olvida fácilmente. Uno tiene la sensación de que Tránsito podría tener mayor recorrido a poco que algunos se aliviaran de complejos, prejuicios y dogmas. ¡Ojalá!

Foto: Jesús Ugalde.