Turandot16Peralada

Demasiado hielo

Peralada. 06/08/2016. Festival Castell de Peralada. Puccini: Turandot. Iréne Theorin (Turandot), Roberto Aronica (Calaf), Maria Katzarava (Liú), Andrea Mastroni (Timur), Josep Fadó (Altoum), Manel Esteve (Ping), Francisco Vas (Pang), Vicenç Esteve (Pong) y otros. Dir. de escena: Mario Gas. Dir. musical: Giampaolo Bisanti

A veces las mejores intenciones no dan los mejores resultados. El Festival de Peralada buscaba festejar por todo lo alto sus 30 años con una nueva producción de Turandot, obra exigente e inédita en este escenario, contando para ello con un veterano del teatro como Mario Gas, que nunca se ha destacado -todo sea dicho- por sus incursiones en territorio lírico. La apuesta no ha salido tan bien como seguramente el festival y el público esperaban. Y es que el concepto escénico de Mario Gas sobre Turandot es tibio, oscilando a lo inexistente. En escena no vemos otra cosa que una Turandot clásica, con una dirección de actores a la que faltan coherencia y ambición. Y es que más allá del trío conformado por Ping, Pang y Pong, no hay un dibujo meditado del resto de los personajes, que son aquí puros y anodinos arquetipos. La escenografía de Paco Azorín, apenas un módulo central giratorio, con un pabellón de aires arquitectónicos chinos, añade la única y mínima dosis de dinamismo a una producción que tiende al bostezo. Para el dúo final, en la versión extensa de Alfano, la representación queda convertida en una versión en concierto, con los protagonistas en traje de gala y con el coro vestido de negro. Es una solución novedosa, incluso ocurrente, pero que introduce un tremendo décalage en la tensión teatral, si bien este dúo fue, paradójicamente, donde los dos protagonistas mostraron lo mejor de su hacer.

Giampaolo Bisanti, que está previsto que dirija el próximo Macbeth del Liceo, decepcionó sobremanera en el foso, con una versión discretísima. Un tanto alborotado y brusco, sin poner claridad en la riquísima orquestación de Puccini (totalmente desperdiciado el dibujo melódico de las maderas), lastró su planteamiento con un balance desafortunado entre las secciones orquestales (unas cuerdas inaudibles en todo el primer acto). En sus manos, la orquesta titular del Liceo, que venía remontando el vuelo en el tercio final de la temporada 2015/2016, volvió a sonar como antaño, sin alma, sin personalidad y grisácea. Tampoco convenció el coro Intermezzo, dirigido por Enrique Rueda: pasado de decibelios, con un sonido no siempre empastado ni afinado (serios problemas en la sección femenina), se impuso más bien a partir de una contundencia gruesa, precisamente en conexión con el concepto envarado y plano de Bisanti. Mucho mejor fue la actuación del Cor Infantil Amics de la Unió, en manos de Josep Vila.

Iréne Theorin es una artista contrastada, celebrada en el Liceo por sus actuaciones wagnerianas, como el reciente Götterdämmerung. En los últimos años ha paseado su Turandot por un sinfín de escenarios, acumulando a sus espaldas más de un centenar de funciones en la piel de esta principessa di gelo. Su Turandot es una mujer asustada, menos temible que otras. Theorin comenzó esta representación con un tercio agudo más tenso de lo debido, poniendo en entredicho una emisión que tardó en mostrarse flexible y dúctil. De hecho, lo mejor de la soprano sueca llegó en el tercer acto, precisamente en las páginas completadas por Alfano, donde pareció “descongelar” todo lo que hasta entonces parecía aterido en la función.

De timbre leñoso y fraseo tosco, el Calaf del tenor italiano Roberto Aronica -que dio lo mejor de sí hace unos meses en la Scala, en La fanciulla del West con Chailly- vive apenas de algunas notas sonoras en el tercio agudo; todo lo demás, es en su caso irrelevante. A su lado, resaltó sin duda la Liù de Maria Katzarava, que ya había debutado la parte en Cagliari en 2014. Artista completa, de timbre atractivo y fraseo sentido, busca matizar cada palabra, regulando la emisión y demostrando una vis escénica innata. El Timur Andrea Mastroni no fue la quintaesencia: con un timbre atractivo y un fraseo algo genérico, mostró algunas dificultades para resolver una tesitura tan central. Impecable, por fortuna, el trío de Manel Esteve (Ping), Francisco Vas (Pang) y Vicenç Esteve (Pong): tres artistas, intachables en lo vocal y muy esmerados en lo escénico.

En suma, una Turandot demasiado helada, descafeinada por una versión musical irrelevante, por una producción desafortunada y con un reparto con menos luces que sombras. Es curioso que lo que mejor funcionase fuese el dúo final, sin escena y en la versión de Alfano (tras un innecesario aviso con voz en off, explicando el consabido episodio con Toscanini en el estreno de la ópera). El Otello del año pasado, sin ir más lejos, situó el listón mucho más alto. Es evidente pues que el Festival de Peralada sabe hacer diana, aunque no siempre se acierta por muy buenas que sean las intenciones. Seguro que el coraje de Oriol Aguilá y los suyos nos presenta algo más redondo el próximo verano.