Idomeneo Munich21 a 

Mozart, rey de Múnich

Munich. 19/07/21. Prinzregententheater. W. A. Mozart: Idomeneo. Matthew Polenzani (Idomeneo). Emily D’Angelo (Idamante). Olga Kulchynska (Ilia). Hanna-Elisabeth Müller (Elettra). Martin Mitterrutzner (Arbace). Caspar Singh (Sacerdote de Poseidón). Callum Thorpe (voz del oráculo). Coro y Orquesta de Bayerische Staatsoper. Stellario Fagone, dirección del coro. Antú Romero Nunes, dirección de escena. Constantinos Carydis, dirección musical.

Nueva producción de Idomeneo de Mozart en la temporada del adiós del que ha sido trece años director artístico de la Ópera de Munich, Nikolaus Bachler. No es un título casual, pues junto con Tristan und Isolde, ópera que abrió esta edición del Münchner Opernfestspiele con una nueva producción, son los dos títulos operísticos más importantes cuya première histórica se produjo en la ciudad de Munich. Y es que Mozart estrenó su Idomeneo, Re di Creta en el Teatro Cuvilliés de la Corte de Munich en 1781, por encargo del Príncipe elector de Viena Carl Theodor, gracias al éxito de su Finta Giardinera (1775) también estrenada en la ciudad del Isar.

Es una ópera fascinante, llena de una vitalidad y creatividad musical del mejor Mozart, no en vano con veinticinco años recién cumplidos, el compositor inició los mejores años de composiciones para la escena con un seguido de óperas que forman parte ya del repertorio fundamental del género. Idomeneo todavía no ocupa el puesto que merece en el repertorio, como sí las demás óperas mozartianas posteriores, Die Entführung aus dem Serail trilogía dapontiana, La Clemenza o Die Zauberflöte

Funciones musicalmente brillantes como la de esta première hacen justicia a una partitura maravillosa, donde la herencia de la tragédie française, la reforma gluckiana, la ópera seria italiana y la inventiva e imaginativa mozartiana estallan en más de tres horas de pura delicia musical. 

El director griego Constantinos Carydis enfilo la partitura con puro nervio, tempi audaces, contrastes de ritmo y un destacado protagonismo de la percusión. En este sentido fue el único pero que se le puede poner a la fogosa y empática dirección de la ópera ya que en algún momento rayó la desmesura (aria estrella de Idomeneo: Fuor del mar o aria di furore de Elettra: D’Oreste d’Ajace). Carydis, en la línea de un René Jacobs, trató la partitura como una particella viva, donde el discurso continuo de arias, recitativos acompañados, terzetto, cuarteto, coros, marchas y el irresistible ballet final fluyó con una teatralidad embriagadora. Cuerdas, maderas, metales, una magnífica Bayerische Staatsorchester con un no menos brillante conjunto continuo que dio el toque “historicista” gracias al excelso trabajo del chelo, el clave, el órgano, el laúd y la guitarra barroca. 

No queda claro si la idea de intervenir con unos músicos en la escena, seis exactamente: Violín, viola, chelo, contrabajo, oboe y trompa, quienes comenzaron a tocar antes de la obertura una especie de serenata musical mozartiana, o la inclusión de la fantasía para piano en Re menor Kv397 en el acto tercero, que sirvió de solo de ballet, sin que el nombre de la bailarina del Opernballet se especifique en el programa de mano, fueron ideas de la régie, del director musical o del dramaturgo. 

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Mención de honor para el trabajo del pianoforte, tocado por Andreas Skouras y presente en la ópera por la inserción del aria de concierto Ch'io mi scordi di te? ... Non temer, amato bene que Mozart escribió para Idamante en la revisión de Idomeneo para Viena en 1786. Una aria de concierto con pianoforte obbligato, colocada en el segundo acto antes del aria de Ilia y que fue uno de los momentos clave de la representación. Aquí la tersa voz de la mezzo italo-canadiense Emily D’Angelo, brilló con luz propia y propició los primeros aplausos de una audiencia embobada con la música de Mozart. 

Emily D’Angelo ofreció un Idamante sensible, atento a la melosa orquestación de su personaje, quien vive en la encrucijada de ser hijo de un Rey supuestamente muerto y ser a la vez la víctima que los dioses reclaman por el favor concedido a su padre Idomeneo. Con un instrumento maleable, una emisión ajustada y un color cálido, D’Angelo triunfó junto al Idomeneo sabio y refinado del tenor Matthew Polenzani.

El estadounidense, quien confiesa que Idomeneo es su rol mozartiano favorito, mostró la madurez de un cantante en plenas facultades con un instrumento que se adecuó al rol de manera impecable. Heroico en Fuor del mar, con coloraturas limpias, sobreagudos seguros y atento siempre a la linea de canto que en Mozart es aparentemente sencilla pero siempre expuesta y demandante. Musical y con finas variaciones en los da capo, firmó un Idomeneo atractivo y gran calidez expresiva. Un leve sonido tirante al final del tercer acto, debido a lo extenuante del rol, no empañó un gran recreación de este rol mozartiano heroico y frágil a la vez. 

La tercera triunfadora de la velada, con la ovación de la noche, fue la soprano alemana Hanna-Elisabeth Müller quien debutó en el complejo rol de Elettra. Con una voz penetrante y un timbre ligeramente metálico, ideal para el papel, se entregó por completo a una régie que le exigió embadurnarse de una especie de chapapote toda la cara y el cuerpo mientras cantaba su última y famosa aria D’Oreste d’Ajaice. Müller le dio a su canto un toque melifluo, con inflexiones en las frases, appoggiature y portamenti que casó muy bien con el carácter vengativo y voluble del personaje.

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De fraseo dulce, emisión cálida y linea de canto cuidada la soprano Olga Kulchynska fue una Illia de manual. Su canto, medido e interiorizado con la dramaturgia de la producción, se explayó con delicadeza y empastó maravillosamente con irisadas tonalidades con el Idamante de Emily D’Angelo. Llamó la atención el Arbace del tenor Martin Mitterruntzner, quien demostró fiereza y control técnico en su brillante primera aria y elegancia expresiva en la del acto tercero en esta versión casi sin cortes. Eficiente y cumplidor el bajo Callum Thorpe como voz del Oráculo. Buena articulación y contraste por secciones en un atractivo y empastado coro de la casa con extra de trabajo actoral en la movida puesta en escena.

Antú Romero Nunes propone una producción donde deambulan los personajes en medio de las esculturas gigantes de la artista británica Phyllida Barlow. Una escenografía extraña y grisácea que quiere remitir al origen mítico de los héroes griegos pero que parece más bien un parque feísta de una sociedad postindustrial apocalíptica. La dramaturgia de Rainer Karlitschek no aclara mucho ese deambular de personajes perdidos entre dioses, compromisos familiares y amores desencontrados. La iluminación de Michael Bauer envuelve un vestuario poco atractivo que solo encuentra la luz y el color en un ballet final lleno de vida y original coreografía firmada por Dustin Klein.

Con todo, triunfó la música de Mozart, defendida por una orquesta y un director que irradiaron energía, conocimiento del estilo y calidad instrumental. A los ciento cuarenta años desde el estreno de Idomeneo en Munich, esta nueva producción reivindica lo que muchos ya sabían, Mozart compuso una ópera rica en contrastes, heredera de la tradición pero a la vez abierta al futuro y sobretodo llena de una calidad solo al alcance de los más grandes. Con esta ópera Mozart de desintoxico del ambiente opresivo de Salzburgo e inició el camino de escribir ya solo obras maestras para regocijo de la humanidad venidera.

Fotos: © W. Hösl