Asombro e infinitud
San Sebastián. 26/08/2021. Kursaal. Quincena Musical. Obras de Mozart, Beethoven y Franck. Anne-Sophie Mutter, violín. Lambert Orkis, piano.
Existe una 'raza' escogida de artistas que brillan con luz propia, como desde otra galaxia, a un nivel inalcanzable, no ya por su apabullante destreza técnica, va de suyo, sino por la autoridad de su ejecución, por su naturalidad desbordante y, en suma, por su incomparable personalidad. Sin la menor duda situaría a la violinista alemana Anne-Sophie Mutter en ese selecto grupo, en el que también estarían por derecho propio Daniel Barenboim o Martha Argerich... y no muchos más.
Para su debut en la Quincena Musical de San Sebastián, junto al pianista Lambert Orkis, Mutter propuso un selecto y escogido programa que incluía la Sonata para violín y piano en mi menor KV 304 de Mozart, la Sonata para violín y piano no. 5 en Fa mayor op. 24 de Beethoven y la Sonata para violín y piano en La mayor de Franck.
Permítanmete comenzar diciendo que hay algo imperial y aristocrático en el violín de Mutter. Incita al asombro su mayúscula e insultante destreza. No es ya una cuestión de virtuosismo, es algo que va mucho más allá, casi inefable. Cuando entrevisté a Mutter en Salzburgo me confesó que seguía buscando la perfección, incluso después de cuatro décadas en activo, cuando uno podría pensar que ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Pero nada más lejos de la realidad, y este recital de San Sebastián así lo confirma.
La velada se abrió con un Mozart preciosista y sutilísimo, una prodigiosa miniatura, reveladora en manos de Mutter y Orki. Qué sonido tan preclaro y preciado, qué refinamiento. Preciso y precioso. Es dificil igualar un Mozart a la vez tan mayestático y tan emotivo.
Para la Sonata para violín y piano no. 5 de Beethoven reservó Mutter el mejor compendio de sus virtudes: estilo, elegancia, autoridad. Realmente sonó pluscuamperfecta. Excelsa. De la primera nota a la última. Ni un titubeo, ni un atisbo de improvisación. Apabullante. Qué belleza tan genuina en el Andante, con esa melodía tan nostálgica y ensoñadora.
Y como colofón al recital escuchamos la sonata de César Franck que es un tour de force en toda regla, habida cuenta de la variedad de registros y destrezas que demanda. Lo que hizo Mutter aquí tuvo algo de proustiano, como desafiando las leyes del tiempo, las claves del recuerdo, intentando tocar la infinitud con su arco. Realmente no hay hoy en día una violinista capaz de hacer música con tanta clase y tanto refinamiento.
Eficaz y discreto al piano, Lambert Orkis correspondió a Anne-Sophie Mutter derrochando autoridad y complicidad. Como broche al concierto ofreceron dos propinas, por un lado un arreglo de un fragmento del concierto para violín que John Williams ha compuesto recientemente para Mutter y después una asombrosa y admirable versión de la Danza húngara no. 1 de Johannes Brahms.
Una delicatessen de recital, en conjunto. Una exquisitez, realmente fuera de serie. Memorable.