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No apto para nostálgicos

Valencia. 23/12/2021. Palau de Les Arts. Mahler: Sinfonía no. 3. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Coro de la Generalitat Valenciana. Gustavo Gimeno, dirección musical.

Entre críticos y melómanos la nostalgia cunde como un mal endémico. Como si cualquier tiempo pasado fuera mejor, tendemos a mirar con condescendencia las bonanzas de nuestro presente, asumiendo que lo de antaño, lo hayamos conocido de primera mano o no, era por supuesto harina de otro costal. Pero la realidad es terca y se afana en disuadir cualquier tentativa demasiado nostálgica. Sirva esta versión de la tercera sinfonía de Mahler que nos ocupa como un claro y palpable ejemplo. 

El maestro valenciano Gustavo Gimeno, actual batuta titular en Luxemburgo y en Toronto, regresaba a Les Arts y lo hacía nuevamente con Mahler bajo el brazo, tras la novena sinfonía que ofreció en este mismo escenario dos años atrás. Me gustaría comenzar señalando hasta qué punto en el hacer de Gimeno sigue viva una tradición. Me refiero a un modo de concebir y practicar la música tan asentado en algunos maestros fundamentales en el devenir del pasado siglo XX como Claudio Abbado, Mariss Jansons o Bernard Haitink, este último desaparecido recientemente. Gimeno, que no en vano trabajo con los tres, comparte con ellos una idea sumamente honesta de lo que supone ejecutar una partitura. Y esto, en el caso de Mahler, que consagró cuatro veranos a dar forma a esta tercera sinfonía, implica un afán minucioso a la hora de analizar y recrear sus compases.

Así las cosas, coherente y consecuente con este modo de hacer las cosas, el Mahler de Gimeno presentó un certero equilibrio entre técnica y expresividad. Sin resultar austero en pathos, lo cierto es que deslumbró más por la claridad de su mirada, desentrañando una partitura sumamente compleja y extensa con la precisión y firmeza propias de un cirujano. Asombró el altísimo nivel de rigor y refinamiento que Gimeno exigió, tanto a sí mismo como a sus músicos, en una lectura de preclara traducción: texturas, dinámicas, volúmenes... todo con una luminosidad reveladora.

Si antes aludía a la cirugía, no es menos cierto que este Mahler parecía seguir la máxima de la Bauhaus, según la cual "la forma sigue a la función". Tantas veces hemos escuchado un Mahler almibarado, donde el exceso de arrebato no deja entrever la exquisitez de una escritura formalmente tan asombrosa. De un modo admirable, haciendo de la contención virtud, en el Mahler de Gimeno la pasión nunca desborda la forma.

Por redondear el comentario con un tercer símil, me atrevería a decir que Gimeno es un maestro de la mise en place, esa serie de tareas previas que predisponen a un chef y su equipo a dar un servicio en cocina con la certeza de que todo está donde tiene que estar, preparado y a tiempo. Solo así se explica esa sensación de seguridad aplastante con la que el maestro valenciano empuñó la batuta durante toda la noche, certero, nítido y con un sentido de la musicalidad siempre a flor de piel.

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Convenientemente reforzada, la Orquesta de la Comunidad Valencia sonó casi como un sus mejores tiempos. Poco, realmente casi nada, queda ya de aquella orquesta que Lorin Maazel concibió para Helga Schmidt y que Zubin Mehta contribuyó a forjar como una de las mejores formaciones que haya tenido nunca nuestro país. Y sin embargo, Les Arts ha tenido siempre a su orquesta como un estandarte que era forzoso cuidar y poner en valor. Su ejecución de este Mahler fue sencillamente espléndida.

Tan solo cabe echar de menos un color más centroeuropeo en sus cuerdas, un sonido con más carácter y personalidad propia, pero eso solo se logra a fuerza de hacer este repertorio una y otra vez. Me consta que se trabaja ya en la idea de que la orquesta de Les Arts gire por España en algún momento y sería espléndido que pudiera hacerlo precisamente con obras de esta envergadura y con directores de la talla de Gustavo Gimeno. 

Decía que la orquesta sonó convenientemente reforzada porque eran reconocibles los rostros de unos cuantos músicos venidos de todo el país, como el trompetista Rubén Marqués, que se hizo cargo también de la intervención con la trompa de postillón, en ese intrincado solo interno del tercer movimiento. Destacó asimismo el oboe de Christopher Bouwman, la flauta de Magdalena Martínez, el trompa Bernardo Cifres (qué bien sonaron las trompas durante todo el concierto) y por supuesto el concertino Gjorgi Dimcevski, que lideró una esmeradísima sección de cuerdas.

Mención aparte merece la extraordinaria intervención del trombón solista, Jörgen van Rijen, reclutado por Gimeno desde la Orquesta del Concertgebouw. Su intervención en el primer movimiento fue verdaderamente memorable.

Bajo la impetuosa y denodada batuta de Gimeno, atento hasta el más mínimo detalle, marcando al milimetro, hubo instantes de verdadera comunión, de celebración exultante de lo que significa hacer música en común como en los viejos tiempos, con más de cien músicos en los atriles dándolo todo, como un solo hombre. Emocionante.

En lugar de la intérprete orignalmente prevista, Karen Cargill, para la parte solista tuvimos el lujo de contar con la gran Violeta Urmana, quien hizo gala una vez más de su clase y su autoridad en un repertorio que grabó en su día con Pierre Boulez, nada menos. La ejecución se redondeó con la intachable contribución de la sección femenina del Cor de la Generalitat y con las voces blancas de la Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats, dignos de aplauso en su encomiable intervención.

En fin, como antes apuntaba solo cabe decir que es una pena que las agendas no hayan permitido nada más que un concierto con esta tercera sinfonía de Mahler en los atriles. El resultado merecía al menos otro concierto más en Valencia y, por qué no soñar, una gira por España con una de las mejores orquestas del país y uno de los directores españoles más iimprescindibles de hoy en día. Lo decía al comienzo: conciertos como estos confirman que no es, por fortuna, tiempo para nostálgicos.

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Fotos: © Miguel Lorenzo