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La niña de las montañas

Madrid. 08/01/2021. Teatro Real. Obras de Grieg, Strauss y Wagner. Lise Davidsen, soprano. Leif Ove Andsnes, piano.

Una de las mejores citas de la presente temporada en el Teatro Real de Madrid. Así se recordará sin duda alguna la velada de este esperado recital, que suponía el debut en Madrid de la soprano noruega Lise Davidsen. Acompañada al piano por el también noruego Leif Ove Andsnes, con quien acaba de publicar un álbum consagrado por entero a Edvard Grieg, Davidsen brindó un recital exquisito, una delicatessen para unos pocos, pues el público no acompañó como cabía esperar, a pesar de los esfuerzos del coliseo por mostrar una platea bien nutrida.

Permítanme comenzar por glosar la maravilla de su instrumento, uno entre un millón, de esos que constituyen un verdadero hito histórico. Y es que Davidsen dispone de un instrumento homogéneo, redondo, sin aristas. La suya es una voz suntuosa, dotadísima, de caudal generoso y de extensión admirable. La impresión general es la de una voz infinita en todas sus dimensiones. Oscuro y luminoso a la vez, su instrumento exhibe un raro esmalte, de extraordinaria riqueza armónica y que entronca con una estirpre de ilustres intérpretes, desde Flagstad a Nilsson pasando por Traubel, Varnay o Rysanek, entre otras célebres voces wagnerianas y straussianas del pasado siglo XX.

El canto de Davidsen irradia serenidad. Desde una discreta idea de la expresividad dramática, sin excesivos ademanes, con aplomo insultante y con una contención bien entendida, resulta así una intérprete ideal para el sencillo recogimiento que preside los Sechs Lieder, Op. 48 de Grieg con los que se abrió la velada. La intérprete noruega sonó aquí emotiva y liviana, demostrando ya que es capaz de paladear las miniaturas del lied a pesar de de la envergadura de su instrumento.

La primera mitad del recital se cerraba con el ciclo Haugtussa, Op. 67, muy poco conocido en nuestras latitudes. Se trata de una suerte de ‘viaje de invierno’ a la noruega, si bien en clave femenina. A partir de una adaptación del texto homónimo del poeta Arne Garborg, se nos narran aquí las alegrias y desdichas de una joven muchacha de las montañas noruegas que encuentra y pierde a su primer amor. La naturaleza resulta entonces motivo de amparo y escucha para esa joven muchacha, que confiesa a las montañas su desazón.

Se trata de un ciclo bellísimo, casi un cuento de hadas de profunda y franca emotividad. El idioma noruego posee además una fascinanante musicalidad, con unos fonemas muy particulares, ciertamente encantadores, casi hipnóticos en su repetición, tal y como Grieg los trata en estas canciones. Resultó por cierto brillantísimo ya aquí el acompañamiento al piano de Leif Ove Andsnes, de una finura exquisita, colorista y narrativo. 

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La segunda mitad de la velada comenzó con cuatro lieder de Strauss: 'Ruhe, meine Seele', 'Cäcilie', 'Morgen' y 'Befreit'. Cuatro joyas indiscutibles del repertorio, en las que Davidsen demostro que sabe cantar. Una afirmación de perogrullo, si ustedes quieren, pero es que cantar es mucho más que hilar unas notas con otras a partir de un texto. Cantar es concebir cada frase como algo único e irrepetible, atender a cada palabra en su singularidad, manejar la voz como un hilo que se regula a placer, capaz de transitar de lo vaporoso a lo apabullante en un segundo. Y así es el Strauss de Davidsen, un prodigio que deja sin aliento. Personalmente, amén del brillantísimo 'Morgen', me quedaría con la versión de 'Befreit', de una hondura admirable.

Pasamos después, y finalmente, a los célebres Wesendonck Lieder de Richard Wager. De todos ellos, 'Im Treibhaus' y 'Traümen' fueron el culmen, la quintaesencia de lo que Davidsen representa, tan extraordinaria como si fuese un unicornio, y es que representa un modo de concebir el canto que de un tiempo a esta parte parecía estar llamado a extinguirse. Fluidez y flexibilidad en la emisión, ni un solo sonido forzado, un legato de factura impecable, bellísimo e infinito, merced a un fiato pasmoso. Y todo ello siempre al servicio de la expresividad, mimando cada sílaba, sin cargar las tintas en exceso, sin atisbo alguno de superficialidad. Memorable. 

Davidsen tiene aguardando en su garganta prácticamente todo el Wagner y el Strauss que se le antoje cantar con el paso de los años. ¡Qué gran Isolda va a regalarnos la noruega en apenas unos años!  Estos Wesendonck fueron un compendio inmarcesible de melancolía y quietud, de pesadumbre y esperanza. Y prodigioso nuevamente el piano de Leif Ove Andsnes, con su primer Wagner, recreando lo sombrío y lo inquietante de estas partituras con portentosa naturalidad.

En suma, una voz entre un millón, junto a un pianista excelso, brindando un repertorio bellísimo, en una velada sin mácula. Inmejorable modo de comenzar el año. 

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Fotos: © Javier del Real | Teatro Real