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Excelencia sin artificios

Zaragoza. 18/01/2022. Auditorio de Zaragoza. Obras de Chin, Rachmaninov y Franck. Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Beatrice Rana, piano. Gustavo Gimeno, dirección musical.

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que vi dirigir a Gustavo Gimeno. Fue precisamene en el Auditorio de Zaragoza, en marzo de 2013, en un concierto con la Orquesta Mozart a las órdenes de Claudio Abbado. El maestro milanés era el gran reclamo de aquella velada, en lo que todos intuíamos que sería su última visita a la ciudad, gravemente mermada ya su salud (no en vano falleció meses después, en enero de 2014).

Sea como fuere, para sorpresa de propios y extraños, en la segunda parte del concierto Abbado no salió al escenario y cedió la batuta un joven ciertamente desconocido entonces y que se hizo cargo de la Sinfonía concertante en si bemol de Haydn. Era Gustavo Gimeno, que acompañaba entonces a Abbado como asistente y que puede decirse ya hoy que es su mejor y más digno discípulo.

Han pasado casi diez años y hoy en día Gimeno convence merced a una mixtura excelsa de autoridad y gentileza. Su gesto, firme y elegante, admira y emociona casi tanto como lo hiciera el de su gran maestro, Claudio Abbado, con esa irrepetible mano izquierda. En consonancia con el milanés, la dirección del maestro valenciano resulta en todo momento estimulante y precisa, haciendo suya la herencia de una gran escuela, cada vez más extinta, ahora que nos han dejado también Jansons y Haitink, con quienes Gimeno tuvo ocasión asimismo de trabajar en su día.

Para esta gira por España la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo se ha rodeado de la pianista Beatrice Rana, un prodigio de expresividad. Sin necesidad de gestos ampulosos, sin artificios, con un pianismo sensible y de manifiesta exquisitez técnica, la solista de Lecce brindó una fantástica versión de la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov. Esta obra es exigente desde muchos puntos de vista y lo más difícil seguramente sea vertebrar su lado emocional sin caer en banalidades, sin sentimentalismos. De hecho, el único momento verdaderamente romántico y melancólico llega con el inolvidable tema que preside la variación número XVIII, con ese crescendo tan bien administrado por Gimeno en las cuerdas. Música mayúscula, trascendente, henchida, alta, un gozo. Beatrice Rana exhibió con esta partitura sus mejores credenciales: musicalidad sin recovecos, técnica primorosa y un estilo refinado y pulcro, con el pathos exacto. La solista italiana transpira serenidad, irradia un sereno magnetismo y es, sin duda, una de las pianistas más interesantes de su generación.

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En cualquier caso, la noche se había baierto con una pieza ciertamente fascinante, Subito con forza, de la compositora coreana Unsuk Chin (1961). La partitura es fruto del encargo conjunto de varias orquestas europeas y vio la luz en Ámsterdam en el año 2020, con la Orquesta del Concertgebouw y bajo la batuta de Klaus Mäkela. Colorista, brillante, virtuosa, de un lenguaje contemporáneo sumamente entendible, esta obra es una prueba fantástica y palmaria de que es posible hacer música brillante en pleno siglo XXI. A partir del poderoso acorde inicial de la obertura Coriolano, la pieza se concibe para un amplio despliegue orquestal y sin embargo no resulta tumultuosa; está orquestada con primor y Gimeno y los suyos la brindaron en una afanosa y exultante ejecución, poniendo alto el listón del concierto desde muy pronto. 

La segunda parte de la velada presentaba como plato fuerte la Sinfonía en re menor de César Franck. Gustavo Gimeno conoce bien esta partitura; no solo por haberla dirigido recientemente a las órdenes de la Orquesta de Cleveland, nada menos, sino porque la grabó en disco en 2019, precisamente con su orquesta de Luxemburgo. Estrenada en 1889, estamos ante una obra extraña, sin par, articulada en tres movimientos, amalgamando estilos ciertamente diversos, con un indudable influjo wagneriano y marcada por una rara pátina de refinamiento. El propio César Franck, dicho sea de paso, no era francés sino belga, con antepasados austríacos en su estirpe familiar, si bien se ha asimilado su obra al catálogo de autores franceses del siglo XIX. A decir verdad, Franck terminó por adoptar la nacionalidad francesa y residió siempre en el país vecino por lo que su obra bien constituye una excepción en el páramo sinfónico galo de dicha centuria.

En una obra de estas dimensiones quedó claro el excelente momento que atraviesa la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo, bien aquilatada a los mandos de Gustavo Gimeno. La formación luxemburguesa responde como un solo hombre, exhibiendo una maquinaria perfectamente engrasada, con manifiestas complicidades entre sus atriles. Destacó así el poderio de los metales, infalibles en sus muchas intervenciones. La cuerda del conjunto, aunque no posea el poso de otras grandes orquestas europeas, sí alcanza notables cotas de transparencia, con una ejecución nítida, de fraseo amplio y vibrante. De toda la pieza, personalmente, me quedaría con el apasionante segundo movimiento, marcadamente melódico y de aires ensoñadores, con excelsas intervenciones de las maderas y la comparecencia del arpa.

Como broche, dos brillantes propinas, la Danza húngara no. 1 de Brahms y un fragmento del Concierto rumano de Ligeti, una partitura que el valenciano llevó consigo en su debut con los Berliner Philharmoniker, el pasado mes de octubre, y que ya había sonado en España el pasado verano, en la anterior gira de la Filarmónica de Luxemburgo por San Sebastián y Santander.

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Fotos: © Orchestre Philharmonique du Luxembourg