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Policromías

Santander. 03-04/08/2021. Festival Internacional de Santander. Obras de Ligeti, Liszt, Dvorák, Mendelssohn y Beethoven. Yuja Wang, piano. Julian Rachlin, violín. Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Gustavo Gimeno, dirección musical.

La Orquesta Filarmónica de Luxemburgo ha sido la encargada de inaugurar dos de los festivales señeros en el verano musical español, la Quincena Musical y el Festival Internacional de Santander. Liderada por su maestro titular desde la temporada 2015/2016, el valenciano Gustavo Gimeno, contaron en esta ocasión con dos renombrados solistas: la pianista Yuja Wang y el violinista Julian Rachlin.

La primera ofrecio una lectura un tanto tensa y en exceso vigorosa del Concierto para piano y orquesta no. 1 de Franz Liszt. No alcanzó Yuja Wang ha transmitir confianza, yendo apenas más allá de un exhibicionismo grueso y poco estimulante. No estaba cómoda, era patente; tengo la impresión de que la solista de origen chino esconde lo más refinado de su arte bajo una sucesión de capas que convendría ir depurando. Tiene un talento extraordinario, más allá de sus capacidades técnicas, pero sigue jugando a ser la eterna niña prodigio que epata con un sonido aún más rápido y virtuoso. Ya no interesa -a algunos nunca nos interesó- ese cliché. Y este concierto de Liszt fue la constatación palpable de que Yuja Wang debería escoger mejor el repertorio con el que quiere exponerse. 

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El concierto se había abierto con una acertada propuesta, el Concierto rumano de Ligeti, de 1951, partitura que Gustavo Gimeno ha incluído también el programa de su debut con los Berliner Philharmoniker, el próximo mes de octubre. Obra policromada, llena de contrastes y guiños, fue un caramelo en manos del valenciano y su orquesta. Como colofón a la velada, acertó Gimeno con un Dvorák colorista, efusivo, pleno en relieves y contornos, cuajado de miniaturas. Qué grato resulta escuchar una lectura así, voluntariosa, que se afana por descubrir los recovecos de una partitura sin conformarse con sus melodías más gruesas y superficiales. Un Dvorák con garra y aliento a partes iguales.

Por su parte, con el Concierto para violín y orquesta de Mendelssohn, Julian Rachlin demostró oficio y dominio del estilo. Destacó especialmente el Andante, paladeado con sumo gusto, fraseando a la antigua. Brilló también Rachlin con la cadenza, dejando buena muestra de su virtuosismo técnico. La dura y seca acústica del Palacio de Festivales de Santander jugó aquí alguna mala pasada a Gimeno, que propuso una versión sutilísima, por instantes vaporosa, quizá en exceso para la escasa complicidad sonora del auditorio.

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En cualquier caso, y como colofón a estos dos conciertos, la de la Quinta de Beethoven fue una versión mayúscula, elaborada, detalladisima y rica en contrastes, muy estimulante. Qué gratificante resulta escuchar una obra como esta, tan conocida y tan maltratada, de un modo que mantenga al oyente alerta, en tensión, en el mejor sentido del término. Gimeno convenció especialmente con un Andante trabajado hasta el más mínimo detalle, amén del vibrante enfoque de la coda final en el Allegro.

En ambos conciertos, la Filarmónica de Luxemburgo respondió a las órdenes de Gimeno como un solo hombre. Con un sonido nítido y compacto, a la vez que flexible y dúctil, la formación de Luxemburgo se plegó a las indicaciones de su titular con manifiesta complicidad. Estamos ante un conjunto virtuoso, con espléndidos solistas en las maderas, con unos metales infalibles y con una cuerda de sonido terso y bien coloreado. En suma, una orquesta de primerísimo nivel que goza de una forma envidiable, tras todos estos años trabajando con Gustavo Gimeno. Solo cabe quitarse el sombrero ante su capacidad camaleónica para plegarse a estilos tan dispares y diversos como los de Ligeti, Dvorák, Mendelssohn o Beethoven. De ensueño ambas propinas, por cierto, el primer día una personalísima versión de la Danza húngara no. 1 de Brahms; y el segundo día una Rosamunde a flor de piel, emocionantísima.

 

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Fotos: © Pedro Puente Hoyos