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Lo peor que hay en la Villa

Madrid. 17/06/22. Teatro de la Zarzuela. Barbieri: El barberillo de Lavapiés. Borja Quiza (Lamparilla). Cristina Faus (Paloma). María Miró (Marquesita). Javier Timé (Luis). Gerardo Bullón (Juan). Abel García (Pedro), entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. José Miguel Pérez Sierra, dirección musical. Alfredo Sanzol, dirección escénica.

Hay un lugar en Madrid donde, entre uno como entre, sale cantando. El único teatro lírico de este país en cuyo patio de butacas se mezclan, de verdad, todas las raleas de la sociedad. Un espacio público donde la igualdad existe, incluso, antes de que se apaguen las luces. La cultura para (todo) el pueblo. Se unen en sus butacas riders, kellys y brokers, parados y marqueses (aunque diría que no todos los marqueses). El proletariado con "lo más selecto de la igilí (high society)". "Aquí no hay broncas y el lenguaje es super fino... Y en cuanto al traje que se exige en sociedad, de cualquier modo se puede entrar". El Teatro de la Zarzuela es el espejo perfecto de lo que hemos sido, de lo que somos, de lo que seremos. El escenario que alcanza cada presente entre pegadizas melodías y finales felices... y no tan felices. Un lugar único en el mundo donde refugiarse cuando la realidad falla... que falla bastante.. y con aire acondiciona-do (pronunciado en madrileño), que en estos cambios climáticos de a 40º a la sombra, siempre es algo de agradecer. Y sí, acabo de realizar un compendio de las sensaciones que he ido escribiendo a lo largo de esta última década sobre cada una de las obras que han subido a sus tablas.

Es el efecto de Barbieri, que todo lo aúna ante las emociones vividas gracias a la zarzuela. El género, que surgió sin ser conscientes de ello en el XVII, encontró con él la horma definitiva, el espaldarazo, la identidad, las raíces y el futuro... y el lugar. Un teatro en el Madrid castizo, inaugurado en 1856 gracias a la unión del compositor con Gaztambide, Hernando, Inzenga, Salas, Olona y Oudrid. Por supuesto que de todos ellos, y de otros, encontramos también y antes auténticas joyas: Durón, Lliteres, Hidalgo o Nebra como maestros barrocos; Gaztambide y Arrieta... pero este Barberillo de Barbieri significa el todo y las partes. La transición definitiva hacia los personajes reales, pero con la realeza en la subtrama, ese madrileñismo a través de un lenguaje que es propio o inventado y que recogerían en sus zarzuelas a lo largo de la historia del género Chueca, Bretón o Sorozábal, el mismísimo Arniches... sin llegar a saber qué era madrileñismo y qué era invención del autor... Barberillo tiene el color, los ritmos populares (sus zapateados y seguidillas; en su mirada hacia la tonadilla), las referencias a la época, la mirada hacia fuera de nuestras fronteras musicales. Es inevitable el paralelismo con el Barbiere de Rossini (Barbieri-Barberillo-Barbiere), con la maravillosa página de salida para su protagonista y ese juego que realiza en el decir "Lo peor que hay en la Villa", riéndose con chulería de todo. La crítica social, lo ácido, lo chispeante y lo refrescante. Barberillo lo tiene todo.

Seguramente, por todo ello el Teatro de la Zarzuela se ha animado a recuperar título y producción, estrenada en 2019 y que ha viajado por varios teatros nacionales. Lo hace, prácticamente, con exacto equipo artístico. La fórmula de la coca-cola no ha cambiado en décadas... ¿por qué iba a hacerlo este Barberillo con mejores efectos para la salud? Y por ello, me atrevo a recuperar parte de las reflexiones que hice entonces en estas líneas.

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De nuevo, la dirección musical de José Miguel Pérez-Sierra resultó atrevida, enérgica, recogiendo esa parte que comentaba de frescura y chispa que guarda la partitura de Barbieri. Me atrevería a decir que Pérez-Sierra ha apretado medio giro más las tuercas a una lectura siempre respetuosa con los cantantes, a la par que hacia adelante, directa, briosa. La Orquesta de la Comunidad de Madrid brilla tanto como lo hace el Coro del Teatro de la Zarzuela, simplemente impresionante, sobre todo en su sección femenina. Ya saben, quienes suelen leer mis crónicas, que me tienen enamorado, pero el amor se consigue siempre poco a poco, manteniéndolo con el paso de los años... y ellas y ellos van a cumplir dentro de poco siete décadas de excelencia, que se dice pronto.

Por su parte, siguiendo una línea de elegancia siempre dedicada a Barbieri en el Teatro de la Zarzuela, la dirección escénica y la adaptación de la obra por parte de Alfredo Sanzol, director del Centro Dramático Nacional, es sutil, con una versión propia, diría que muy respetuosa. Una reflexión sobre si han de retocarse los textos cantados: cómo desafina hoy en día la palabra "judío" como insulto que recoge el original y se mantiene aquí. Al excelente resultado de su propuesta, que encuentra el cénit en la página de salidad de Paloma, contribuyen  la coreografía de Antonio Ruz y el vestuario de Alejandro Andújar, así como la iluminación de Pedro Yagüe, vital en la escenografía, del todo minimalista, del todo imaginativa. Sigo pensando que cada vez necesito menos una corrala para ver Lavapiés. Desde los paneles móviles y oscuros que propone Andújar y con los que juegan los personajes, puedo ver el Madrid del XVIII mientras siento el de 2019, que es una explosión de todos y todos en un barrio que, como puede escucharse, siempre ha perseguido la libertad y la expresión artística. La tradición y la costumbre han de cuestionarse, siempre. Quizá para dejarlas como están en muchas ocasiones, para remozarlas o renovarlas y seguir diciendo lo mismo en otras; para cambiar el mensaje y el discurso, finalmente, cuando sea necesario. Pensar y reflexionar no debería verse como algo negativo. No hoy día. Por ejemplo, una pregunta abierta: ¿la inclusión de la palabra "judío" como insulto en el texto original, debe seguir manteniéndose?

En cuanto a los personajes, la sensación general deja muy buen sabor de boca, empezando por el Lamparilla de Borja Quiza, que tiene chispa y gracia en cada escena. Muy bien trabajada la palabra, consigue meterse al público en el bolsillo desde el primer minuto, con una visión fresca y vocalmente conveniente. A su lado, la pizpireta Paloma de Cristina Faus supone también toda una acertada creación. Diría que ha ganado en expresividad frente a aquella vez de 2019. Es ágil, como demuestra en su página de salida, es atrevida y es muy madrileña, con estupendo trabajo en el decir y en la acentuación, como puede disfrutarse en el duo con la soprano. Esta, la Marquesita, es María Miró, quien posee una voz lírica plena, de terso centro y bello timbre y que fue ganando, en esta ocasión, seguridad a medida que avanzaba la función. Un terceto protagonista de lo más acertado, pues. Vengan a la Zarzuela, ya les he dicho... saldrán cantando. Seguro.

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Fotos: Javier del Real.