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Tres mujeres que abren la modernidad: Jenufa, Elektra y La fanciulla del West en la Ópera de Berlín 

En la primera década del siglo XX la mujer occidental se lanza de una manera más decidida a conseguir la homologación de sus derechos con los de los hombres, principalmente el derecho al voto. Estos movimientos ya habían empezado a tomar forma en el siglo anterior cuando, con la industrialización, la mujer sale del hogar y se incorpora al mundo laboral, eso sí, en condiciones mucho más precarias que las de los hombres. El movimiento feminista y, sobre todo en esta época de la que hablamos, el sufragista empieza a tomar las calles. En Berlín en 1904 se funda la Alianza Internacional de Mujeres, primeros intentos de asociacionismo femenino. También en estos años se estrenan tres óperas en la que la mujer es la gran protagonista y que ahora se han representado en la Staatsoper Unter der Linden en tres jornadas consecutivas: El 21 de enero de 1904 Leoš Janáček estrena Jenůfa en el Teatro de Brno (República Checa); el 25 de enero de 1909 se representa por primera vez Elektra de Richard Strauss en Dresde y el 10 de diciembre 1910 La fanciulla del West de Giacomo Puccini se escenifica en Nueva York. Son tres mujeres muy diferentes, aún, en muchos aspectos, ancladas en una cultura muy tradicional, pero cada una a su modo (o al modo de los tres compositores, y de los tres insignes libretistas -el propio Janáček, el gran Hugo von Hofmannsthal y el dúo formado por Guelfo Civinini y Carlo Zangarini) se abren a los nuevos tiempos, a los cambios, a la lucha por una igualdad que aún sigue.

La mujer rural (Jenůfa)

Berlín. 10/6/2022. Staatsoper Unter der Linden. Janáček. Jenůfa. Asmik Grigorian (Jenufa), Dalia Schaechter (La Sacristana), Stephan Rügamer (Laca Klemen), Alexey Dolgov (Steva Buryja), Hanna Schwarz (La abuela Buryja). Coro y Orquesta de la Staatsoper Berlín. Dirección de escena: Damiano Michieletto. Dirección musical: Thomas Guggeis.

La historia de Jenufa es arquetípica de la mujer del mundo rural en muchos países: se trata de un matriarcado, una sociedad en la que la mujer ostenta el poder real, pero eso no conlleva ninguna mejora en sus derechos, más bien la obligan a una moralidad implacable. Esta moralidad, muy bien descrita y palpable en toda la obra, hará que su madrastra, la Sacristana, cometa un crimen para salvarla. Un infanticidio del propio hijo de Jenufa, caída en pecado. La sociedad pedirá justicia y la Sacristana será detenida. Sólo quedarán Jenufa y su futuro marido. Jenufa y él deciden marcharse, irse a la ciudad, romper con un mundo rural que la criticará y donde no hay futuro, buscar el anonimato, como harán muchas parejas, en un mundo con más oportunidades.

Damiano Michieletto, que estrenó está producción en la Staatsoper la temporada pasada, opta por desprender la historia de cualquier referencia folklórica o incluso, casi, argumental. Es una propuesta que opta por una esquematización tan profunda (el coro y las multitudes desaparecen, sólo unos pocos figurantes se ve en el escenario aparte de los protagonistas) que sólo se comprende conociendo el libreto de la obra y los tortuosos ríos que recorren la vida de los protagonistas, atados por un mundo que no les deja ser ellos mismos. Ese es su mayor y su peor defecto, pues resulta demasiado intelectual, aunque la sencillez que impone su minimalismo nos permite ver el drama más directamente, desnudo. En ese contexto el trabajo de escena es fundamental y Michieletto consigue que los cantantes se impliquen totalmente porque son ellos como actores los que llevan el peso del drama. Escénicamente, el hielo, ese río helado al que la Sacristana arroja al hijo de Jenufa, es el eje. Un bloque de hielo trae de la capital Steva cuando vuelve de librarse del ejército; un iceberg invertido, enorme, va apoderándose de la escena en el segundo acto, el del infanticidio; ese mismo iceberg goteando, derritiéndose, descubre en la primavera del tercer acto el cadáver y resuelve la trama. Una doble fila de persianas blancas definen el escenario, unos bancos sirven de altar y de iglesia, de molino… poco más. El resto son hombres y mujeres que deambulan por el escenario desgranando sus vidas. Un gran trabajo.

Dos personajes, dos cantantes, dos actrices dominan esta ópera. En el planteamiento de Michieletto el contraste, casi el enfrentamiento, entre los dos caracteres tan opuestos como el de Jenufa y su madrastra Kostelnicka no pueden ser más extremos. Y tanto Asmik Grigorian como Dalia Schaecher (sustituta de la anunciada Evelyn Herlitzius) cumplen perfectamente con su trabajo. Grigorian es una de las cantantes más fascinantes del panorama operístico actual. La belleza de su timbre, la perfecta emisión, la seguridad en toda la tesitura (preciosos sus agudos, nunca chillados, perfectos) y la perfecta adaptación de su voz a las exigencias de la partitura la convierten en una Jenufa ideal y así lo demostró en ese impagable pasaje que es la plegaria del segundo acto. Contenida en la actoral (para contrastar con el vendaval gestual de su compañera), supo expresar esa bondad del rol pero también esa firme decisión de romper con ese mundo que la constriñe. El papel de la Sacristana tiene, dentro de su dureza, distintas lecturas.

La de Dalia Schaecher (vuelvo a recalcar que con las indicaciones del director) fue casi paranoide, con signos de locura y desvarío desde el primer acto. La fe y la moral mal entendida que precipita la tragedia fue transmitida con amplitud de gestos y maneras por la mezzo israelí, que estuvo espléndida en este trabajo. Aunque vocalmente hubo ciertos desajustes y notas que no sonaron con la afinación deseada, el resultado final fue extraordinario gracias a una amplia y segura tesitura que permitió agudos limpios y sobre todo (al fin y al cabo es un papel de soprano cantado por una mezzo) una apabullante tercio grave. También el segundo acto fue su mejor momento aunque resultó inolvidable su alegato de culpabilidad del tercero, en el que la actriz y la cantante se fundieron para dar lo mejor de sí. Buen trabajo como Laca de Stephan Rügamer, que fue de menos a más, consiguiendo convencer, pese a un timbre poco atractivo, por su clase y buen hacer sobre todo en los momentos más líricos, cantados con indudable belleza. Destacar entre los comprimarios, bastante buenos en general, la veterana Hanna Schwarz como la abuela Buryja.

Junto a las dos protagonistas el gran triunfador de la representación fue el director musical Thomas Guggeis. Son las muchas virtudes que desplegó el joven maestro, pero destacaría, además de entender y aplicar perfectamente el ritmo y el tono que la partitura de Janáček demanda, el crear un ambiente musical único con unos silencios que salpicaron ciertos momentos, creando un dramatismo que no se escucha en otras versiones. Atentísimo a los detalles que llenan estas páginas tan bellas, seguido por una suprema Staatskapelle de Berlín, su versión concuerda en lo dramático con la propuesta de Michieletto pero tiene el color y la luz que el compositor checo creó.

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La mujer atemporal (Elektra)

Berlín. 11/6/2022. Staatsoper Unter der Linden. Strauss. Elektra. Ricarda Merbeth (Elektra), Waltraud Meier (Klyt¨mnestra), Vida Miknevičiūtė (Chrysothemis), Gerhard Siegel (Aegisth), René Pape (Orest). Staatskapelle Berlín. Dirección de escena: Patrice Chéreau Dirección Musical:Thomas Guggeis.

“Imagino la obra en un espacio atemporal, como Electra: el despliegue completo y majestuoso de la grandeza”. Carta de Stefan Zweig a Richard Strauss en 1931.

Electra es un personaje de la tragedia griega que, como casi todos los demás protagonistas de este teatro, es atemporal. Son figuras totalmente humanas que si las liberas de esos tintes demasiado trágicos o más exagerados pueden darse en cualquier época. También en ese principio de la lucha por los derechos de la mujer. Hay que ir al fondo de la personalidad de Electra para darse cuenta que su dolor procede de la injusticia de un mundo donde ella sólo puede gritar y protestar. La razón no se la van a dar los que le han hecho mal. Tendrá que ser ella la que busque como resarcirse. En el teatro (y en la ópera) todo será a través de la violencia, pero las electras de principios del siglo XX se echarán a la calle en manifestaciones siempre reprimidas o inmolándose por sus valores, como hizo Emily Wilding Davison, sufragista, que fue arrollada, al lanzarse a la pista del hipódromo, por el caballo del rey Jorge V en el Derby de Epsom y falleció a causa de este suceso cuatro días después. Electra es una tragedia griega pero su atemporalidad hace que su protagonista siempre tenga un lugar en la historia real.

Si en todas las representaciones destacó la Staatskapelle de Berlín, en esta ocasión fue, pese al excelente elenco, la gran triunfadora de la noche de la función de Elektra. Y es que esta orquesta, que se encuentra entre las mejores del mundo, ha sido curtida y moldeada por ese genio que es Daniel Barenboim, que lleva treinta años al mando de la dirección musical de la Ópera de Unter der Linden. El sonido de esta orquesta es brillante, empastado y siempre espectacular, adaptándose perfectamente a una gran variedad de repertorios. Pero hay que reconocer que en el alemán destacan especialmente y más aún si hablamos de óperas de Richard Wagner y Richard Strauss. La extraordinaria partitura de este último fue recreada por la mano de Thomas Guggeis (que ha sido ayudante de Barenboim -que debería haber dirigido estas representaciones pero que había cancelado por enfermedad- y que será el próximo director de la Ópera de Frankfurt en la temporada 23/24), una excelente batuta que supo sacar todo el mundo sonoro, tan descriptivo de la acción teatral, que atesora esta joya que es Elektra. Si en todo momento la emoción surgió del foso, hay que destacar dos momentos realmente espectaculares: la música que precede a la primera aparición de Klitenmestra y el encuentro entre Electra y Orestes. Impresionante.

Un plantel de primeras figuras para esta representación no defraudó. Ricarda Merbeth es una avezada cantante que se mueve con seguridad por estos papeles que llevan la voz al límite. Supo dosificar sus fuerzas y llegar incólume hasta el final de una obra tan exigente. Actoralmente estuvo totalmente entregada y su monólogo inicial fue especialmente brillante. Quizá la cantante más aplaudida de la noche fue la lituana Vida Miknevičiūtė, una soprano en plena madurez vocal que nos ofreció una Chrysothemis de un altísimo nivel, con una fuerza y una proyección apabullantes. Su monólogo ensalzando la vida y un futuro fuera del terrible destino de los Atridas fue de lo más destacado de la noche. Un lujo contar con la veterana Waltraud Meier, que casi podemos decir que se ha centrado al final de su carrera en el papel de Klitemnestra. No defraudó en absoluto porque Meier es leyenda de la historia de la ópera y este rol lo domina a la perfección como actriz y afronta con soltura como cantante, aunque haya momentos en los que se note el paso del tiempo. Aún así consigue, una vez más en su carrera, demostrar esa amplísima tesitura de su voz que le permite seguir teniendo seguridad en el grave.

Otro gran cantante asumía el breve pero fundamental papel de Orestes: René Pape. El germano sigue siendo el gran bajo que nos ha proporcionado tantas alegrías pero se notaba cierto cansancio en su voz y poco ánimo en su actuación. Aún así su Orestes fue de indudable categoría y su dúo con Electra especialmente emotivo. Estupendo el Egisto de Gerhard Siegel y emocionante, pese a su desigual desempeño, la aparición de comprimaria de la que fuera gran estrella operística Cheryl Studer, que recibió cariñosos aplausos de un público que no olvida sus grandes momentos de triunfo.

Imponente en lo teatral la genial producción del desaparecido Patrice Chéreau que estrenara hace casi diez años en el Festival de Aix-en-Provence, poco antes de fallecer. Chereau, que a partir de la famosa Tetralogía del centenario había revolucionado la dramaturgia de la ópera, vuelve a demostrar con este trabajo que es un maestro a la hora de plantear la narración teatral de un buen libreto, en este caso un impecable y poético texto de Hugo von Hofmannsthal, de una manera brillante y convincente. Por muchas veces que veamos esta producción que ha recorrido medio mundo, se siguen descubriendo nuevos detalles, nuevas perspectivas que habían pasado antes desapercibidas, quizá porque también nosotros cambiamos y vamos sintiendo cosas diferentes al volver a ver y escuchar esta obra maestra que es Elektra.

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La mujer empoderada (La fanciulla del West)

Berlín. 12/6/2022. Staatsoper Unter der Linden. Puccini: La fanciulla del West. Anja Kampe (Minnie), Marcelo Álvarez (Dick), Michael Volle (Rance), Stephan Rügamer (Nick). Coro y Orquesta de la Staatsoper Berlín. Dirección de escena: Lydia Steier. Dirección Musical: Massimo Zanetti.

Un remoto pueblo de mineros. Una mujer que regenta el único saloon. Hace de cantinera, banquera, amiga, confidente. Es amada por un hombre que ella no quiere y ama a un hombre al que no debería amar. Nada de eso le importa. Luchará por ese amor y vencerá, no sólo porque la historia tiene que terminar bien (caso raro en una ópera) sino porque ella tiene la llave para triunfar. Es una mujer que tiene un lugar prominente en esa pequeña sociedad del Oeste americano. Y eso le permite ejercer sus derechos a ser feliz, a que no se la juzgue por sus decisiones y que éstas se acepten. Minnie abre el camino a otras mujeres diciéndoles que lo que hacen en la vida les da el derecho a compartir el poder, las decisiones y el futuro.

Se reponía la producción estrenada la temporada pasada y firmada por Lydia Steier. Realmente no sé si llamarla nueva producción o refrito de diversas producciones de esta ópera y de otras. No hay nada original (y cuando lo hay, sobra, como la aparición constante en escena de un niño mitad incordio mitad chivato) en lo que aporta Lydia a la historia de amor de la intrépida Minnie y Dick Johnson. A falta de ideas propias, de un camino o una definición de lo que puede significar la historia para la directora, esta opta por el camino que tampoco es nuevo en la representación de una ópera: llevar la acción a una actualidad indefinida, llenar el escenario de mil cosas, relacionadas o no con el libreto y montar mucho espectáculo visual (incluido dos figurantes ardiendo como si se tratara de una película de Hollywood) aunque no venga al caso. Es verdad que la historia se entiende a la perfección por que la directora ni entra ni sale en ella, simplemente se dedica a hacer cambios que a ella le parecerán ingeniosos (Nick, el camarero del Polka, es un travesti) o con escenografías que ya han utilizado otros con más acierto, como el director alemán Philipp Stölzl, o el vídeo con el que nos atormentó antes de comenzar el segundo acto, por si no sabíamos que nevaba y estábamos en un bosque entre las montañas. Como ejemplo paradigmático de todo esto señalaré que en el primer acto aparece la figura de un bisonte a tamaño natural, que resulta ser donde Minnie custodia el oro de los mineros. Ingenioso a más no poder.

Menos mal que musicalmente la noche fue espléndida con todos los cantantes en un gran estado vocal. Destacar, por supuesto, a Anja Kampe como Minnie, un papel difícil, donde se fuerza muchas veces el agudo hasta el límite del grito pero esa barrera ella, casi siempre, la supo mantener. En el resto de la tesitura estuvo perfecta y emocionó su trabajo vocal y actoral en el segundo acto y en la arenga del tercero, una lección de canto y actuación. A muy buen nivel también el Dick de Marcelo Álvarez que sigue conservando esa fuerza y elegancia que siempre le han caracterizado y que en otros momentos de su carrera parecían que iban a desaparecer. Afortunadamente nada de eso se vio en Unter der Linden donde triunfó gracias a su seguridad en el agudo y esa italianidad en el canto que es una de sus virtudes. Excelente el Rance de Michael Volle, un barítono con unas dotes vocales sobresalientes y que se adaptó a la figura del malo arquetípico de Puccini (cruel y libidinoso) a la perfección. Estupendo el resto de comprimarios (especialmente el Nick de Stephan Rügamer, una voz con mucho atractivo) y en plena forma el coro masculino titular de la casa, que tanta relevancia tiene en esta obra con importantes tintes corales. Gran clase y mucha profesionalidad en la dirección de Massimo Zanetti, siempre atento al escenario y sacando lo mejor de la Staatskapelle, en la que hay que recalcar el magnífico trabajo de las cuerdas.

No sé si habrá sido intencionado o no esta programación conjunta de tres títulos tan cercanos en el tiempo y con tantos nexos en común pero realmente han sido tres funciones de un indudable éxito y que el público realmente ha disfrutado.

Foto Jenufa: Bernd Uhlig,
Foto Elektra: Monika Ritterhaus.
Foto Fanciulla: Martin Sigmund.