Nabucco 1 Real Javier del Real 1Saioa Hernández como Abigaille, George Gagnidze como Nabucco y Elena Maximova como Fenena. © Javier del Real.

 Un asunto de familia

Madrid. 12/06/22. Teatro Real. Verdi: Nabucco. George Gagnidze (Nabucco). Saioa Hernández (Abigaille). Elena Maximova (Fenena). Simon Lim (Zaccaria). Eduardo Aladrén (Ismaele). Felipe Bou (Gran Sacerdote). Fabián Lara (Abdallo). Maribel Ortega (Anna). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Nicola Luisotti, dirección musical. Andreas Homoki, dirección de escena.

Aunque Verdi ya tomó la figura del padre (y la venganza) como base para cimentar su primera ópera (Oberto), en Nabucco hallamos este patrón, aún no perfilado con la maestría de  partituras posteriores, pero sí dentro de genuinas coordenadas musicales. Su tercera ópera le supuso al compositor el espaldarazo necesario a su carrera, que será definitivo poco más tarde, tras finalizar con Luisa Miller lo que él mismo denominó como "época de galeras" y antes de su trilogía popular (Rigoletto, Trovatore, Traviata). En todas ellas, las relaciones paternofiliales suponen el eje argumental. Imprescindible, tanto como en Nabucco. Lo de Verdi siempre fue un asunto de familia.

Es esta vertiente, por encima del famoso momento político del "Viva VERDI" como acrónimo de la reunificación italiana bajo la corona de Vittorio Emanuele Re De Italia y el reflejo de pueblo hebrero de la obra en el italiano, o el resurgimiento propio del compositor, sobre el que ha llovido tanto romanticismo (con aquello de que Verdi quería dejar su carrera), la que ha querido mostrar y sobre la que ha trabajado el director de escena Andreas Homoki, en una coproducción del coliseo madrileño junto a la Ópera de Zürich. El alemán se sustenta en el vestuario y figurines de Susana Mendoza y Wolfgang Gussmann, al tiempo que este último recrea un gran muro verde y marmóleo, giratorio, sobre un escenario, por lo demás, desnudo.

Tras un primer momento, el planteamiento corre el peligro de volverse demasiado estático, pero el conjunto es de una gran fuerza y está desarrollado con inteligencia y sutilidad. Se pierde, es cierto, cierta unidad de tiempo y lugar, pero la acción es palpable a través de una dirección de conjuntos estupenda y un movimiento de los papeles principales que encaja en todo momento. Es una apuesta a "todo al verde", el muro, el suelo, la vestimenta de los poderosos. Es el verde de la ambición y el orgullo. Es el verde del poder, de la opresión... de la ultraderecha en nuestro país, oh coincidencia. Con el acertado movimiento del muro, que casi se derrumba con la caída del rayo sobre Nabucco, pero que se erige de nuevo en la corona de Abigaille, es el verde que oprime al pueblo, que lo maneja a su antojo en un periodo oscuro... hasta que este, el pueblo, consigue volver a levantarse. O al menos así lo he recibido yo, que es la gracia de todo esto, cómo lo siente cada espectador... aunque a veces nosotros mismos hagamos demasiadas concesiones a la imaginación de los directores y directoras de escena.

Nabucco 2 Real Javier del Real 1Saioa Hernández, George Gagnidze, Elena Maximova y Eduardo Aladrén. © Javier del Real.

Sobre ese pueblo, en manos del coro, me desencaja un tanto los esquemas que se bise, aquí, el famoso Va pensiero y que incluso se monte un karaoke con él, organizado por el Teatro Real. Quiero decir, es un fragmento cargado de historia y significado para el pueblo italiano, al menos para el que acude a la ópera allí hoy en día, con una larga tradición que impele al público a pedir su repetición. Es lógico. Es emocionalmente comprensible. Hacerlo fuera de Italia, no sin cierto, extraño apropiacionismo, nos habla sobre quién lo pide y dónde lo pide (también ha sucedido en algún otro escenario operístico como el singular y comercial Met de Nueva York). ¿En Madrid hay un público tradicional de zarzuela y de su Teatro, por ejemplo? Diría que sí, aunque ya en marcado cambio generacional. ¿Lo hay en el Liceu o en la Ópera de Oviedo? Creo que sí, aunque no vivo la realidad del día a día de esos teatros y sus ciudades. ¿Lo hay en el Teatro Real? Me atrevería a decir que no. Sin entrar en detalles del histórico de bises del Real de los últimos 25 años, no se ejerce aquí tanto el reconocimiento a una sublimación artística, sino al reconocimiento propio de quien aplaude y de quien nos reúne allí.

Dicho todo esto, ¿merecía el Coro Intermezzo del Teatro Real la repetición del Va Pensiero? Absolutamente, sí. Sin lugar a dudas. Ya no sólo por este momento concreto, sino por una sublime, excepcional intervención a lo largo de toda la obra. Una ópera de coro... ¡Con un coro magistral! ¡Es lo que hay que pedirle a Nabucco: ¡Coro! ¡El pueblo! Seguramente, incluso por encima de un barítono noble y una soprano fuera de serie. Ya en la introduzione prima con Gli arredi festivi, sus apariciones junto a Zaccaria y los concertantes, hasta el final de la partitura, con un vivacísimo, refulgente, ardiente Cadran, cadranno i perfidi... Uno de los mejores momentos de la noche... y de muchas noches, del coro y del Teatro.

Como comentaba, encontró Intermezzo dos cooperadores necesarios. El primero en Homoki en una muy acertada dirección y movimiento de masas y, por supuesto, con Nicola Luisotti desde el foso. Sobradamente conocidas son ya las formas del maestro italiano quien, finalmente y mientras termino de escribir estas líneas, no ha dado el sorpasso a Ivor Bolton como titular en el Real (será Gustavo Gimeno, de formas muy distintas a las del italiano), manteniéndose a partir de ahora como director emérito. Como no podía ser de otra manera, Luisotti levanta una encendida catedral donde invocar al Verdi primerizo. Una lectura rica en acentos, en cambios dinámicos, algunos con todo el aparente sentido en una primera escucha, otros más planos que no consiguen alcanzar una coherencia narrativa redonda y momentos al borde del naufragio en la concertación de voces. Efusiva e incisiva, en cualquier caso, que es lo que requiere este Verdi y es lo que se ha ofrecido.

Nabucco 3 Real Javier del Real 1Saioa Hernández como Abigaille y Felipe Bou como Sacerdote. © Javier del Real.

En el papel de Nabucco, el barítono georgiano George Gagnidze ofreció unas formas honestas, demostrando tablas y entrega. Un punto, quizá, histriónico en la parte dramática, su fraseo fue elegante, buscando el acento, la inflexión de la frase. En el computo general, el personaje resultó, tal vez, falto de pathos y nobleza, pero sin duda la noche también se disfrutó gracias a él. Por su parte, Elena Maximova como Fenena mostró un timbre metálico, con facilidad en su zona aguda y cierta irregularidad en la emisión, mientras que el siempre correcto Ismaele de Eduardo Aladrén comenzó mostrando algunas complicaciones (como en el cierre del terceto Io t'amava) y ganó enteros a medida que avanzaba la función.

Mención aparte merce el Zaccaria de Simon Lim (sustituyendo a Roberto Tagliavini sin apenas ser anunciado en una pantalla lateral, unos breves instantes) fue todo un regalo, en un canto noble, rotundo. Una maravilla de secundario, enmarcado a la perfección a la lectura ofrecida por Luisotti. Correctos Felipe Bou como Sacerdote y Fabián Lara como Abdallo, amén de una estupenda Anna de Maribel Ortega, destacadísima en los concertantes y quien ha cantado esta ópera en otras ocasiones como protagonista. A veces, ante ciertas decisiones, es evidente el ejemplo (o todo lo contrario) de lo que es apostar, de verdad, por las voces españolas de calidad. La propia Saioa Hernández volverá la temporada que viene al Real, de nuevo con un segundo reparto. Sustitución, segundo, segundo, mientras abre la temporada de la Ópera de París o La Scala de Milán.

Como protagonista absoluta, decía, y así lo pretende también la dirección de escena, la Abigaille de Saioa Hernández, con su segunda aparición en el Teatro Real tras su debut hace dos años como Amelia de Un ballo in maschera. Desde luego, la soprano madrileña parece sentirse especialmente cómoda en la psicología de este personaje, mostrando unas capacidades e inteligencia musical sobresaliente para adaptarse a sus necesidades vocales. Se aprecia cómo Hernández tiene medida cada aparición, cada movimiento y frase. Desconozco el proceso, pero el resultado es la sensación de una artista entregada a la palabra que canta y en la búsqueda más idiomática y fidedigna de aquello que está escrito sobre la partitura. En ello se pierde, quizá, un tanto el vuelo imaginativo del fraseo, pero sigue habiendo auténtico teatro lírico en ella, en su voz y, ya lo he dicho otras veces, en sus ojos.

Como muestra de todo ello, y desde luego siendo su mejor momento, más allá de los dúos con su padre o con Fenena, o el trío en el que se suma Ismaele, su gran página solista del primer acto: Ben io t'invenni... Salo già del trono aurato. Todo un número endiablado donde Verdi transforma la fórmula belcantista del aria bipartita (recitativo, cavatina, tempo di mezzo, cabaletta) en un panegírico propio de la esencia verdiana de esta época. Un imprescindible para comprender el desarrollo de la ópera en el que Saioa Hernández desplegó, una vez más, una voz poderosa, de grato timbre, plena, cuidadosa y medida en el registro grave, generosa a la hora de plantear las muchas dificultades que muestra, incluído el famoso salto interválico. Contando con Anna Pirozzi en el reparto principal de este Nabucco, quien desde luego es la Abigaille de nuestros días ("Verdi es el amor de mi vida", me decía en una entrevista reciente), el Teatro Real se ha asegurado de contar con dos indiscutibles y atractivas voces para disfrutar de un título que llevaba más de 150 años sin subir a su escenario. De hecho, al salir a la Plaza de Oriente, uno se pregunta de nuevo, más que nunca, por qué esta ópera no se titula "Abigaille".