Naufragio escénico
Barcelona. 27-28/07/2022. Gran Teatre del Liceu. Bellini: Norma. Marina Rebeka / Sonya Yoncheva (Norma). Riccardo Massi / Airám Hernández (Pollione). Varduhi Abrahamyan / Teresa Iervolino (Adalgisa). Nicolas Testé / Marko Mimica (Oroveso). Núria Vilà (Clotilde). Néstor Losán (Flavio). Domingo Hidoyan, dirección musical. Álex Ollè, dirección de escena.
El Gran Teatre del Liceu ha puesto el broche a su actual temporada con un título sumamente emblemático: Norma, de Vincenzo Bellini, partitura que se ha escuchado en esas tablas en la voz de Caniglia, Cerquetti, Caballé, Sutherland, Gencer, Radvanovsky... Poca broma.
Para la ocasión se ha contado con dos divas internacionales, Marina Rebeka y Sonya Yoncheva, amén del debut con el rol de la soprano catalana Marta Mathéu. La labor del crítico no pasa por establecer comparaciones, que pueden resultar odiosas, pero la ocasión la pintan calva y creo que puede ser ilustrativa de dos modos muy diversos, y válidos, de afrontar este icónico rol.
Y es que Marina Rebeka fue una Norma pluscuamperfecta en lo técnico, de timbre cristinalino, con el metal justo, aquilatado en los sobreagudos, precisa la coloratura, arrojada en escena, pero emocionalmente algo distante, un tanto hierática en instantes clave de la acción. En cambio, de Sonya Yoncheva cabe decir casi lo opuesto: calurosa y entregada en escena, su sacerdotisa gana la partida en lo dramático aunque queda un punto por detrás en la filigrana belcantista. Se trata de dos aproximaciones complementarias, válidas cada una a su manera, aunque igualmente incompletas. Y es que si algo nos mostró la Callas con su aproximación al rol fue que era posible conciliar ambas facetas, la de la intensidad dramática y la de la recreación belcantista.
La parte de Pollione estaba encomendada a dos tenores muy diversos: Riccardo Massi y Airam Hernández. El primero convenció con su buen hacer, aun sin arrebatar en momento alguno. Es un intérprete sólido aunque poco imaginativo. La voz adolece de una colocación demasiado nasal, pero el instrumento no se resiente durante la función y el tenor actúa con valentía y arrojo, sin fallar una nota. En cambio, Airam Hernández se vio sobrepasado por la tesitura del rol. "No llega, no llega", decía una señora a mi lado, cada vez que el canario se encaramaba al agudo. Airam Hernández frasea con gallardía, se desempeña con entrega en escena y posee un instrumento apreciable, de centro sólido y bien presente, pero carece del debido respaldo técnico en el tercio agudo y este Pollione lo dejó de manifiesto. Apreciables, en todo caso, sus variaciones en 'Me protegge, mi difende'.
Desigual labor también de las dos intérpretes del rol de Adalgisa: Varduhi Abrahamyan y Teresa Iervolino. Solventes ambas, lo cierto es las dos son dueñas de instrumentos más oscuros y dramáticos de los que a priori demanda el rol de esta joven sacerdotisa. Abrahmyan frasea con indudable oficio, conoce bien el lenguaje belcantista y sin embargo no pareció cómoda -y no me extraña- con la producción. Iervolino en cambio se diría que tiene casi un instrumento de contralto, con un grave de sólido apoyo en la voz de pecho y con manifiesta tensión en el agudo. En escena tampoco se antojó desenvuelta.
Sonrojante el Oroveso de Nicolas Testé, de emisión imposible y envarado en escena. Más compuesto y sólido sonó Marko Mimica, a quien sin embargo le recuerdo mejores actuaciones. Buen trabajo, por último, de Núria Vilà como Clotilde y de Néstor Losán como Flavio.
En el foso, Domingo Hindoyan intenta -sin lograrlo- una versión vibrante, incisiva, siempre afirmativa, partiendo de tempi rápidos que tan solo desencadenan concertantes alborotados y pasajes desdibujados, donde el preciosismo de la orquestación belliniana se desdibuja. De hecho, la orquesta del Liceu, que venía firmando una temporada esmerada y convincente, quedó lejos de resolver la partitura con convencimiento. El resultado global fue una Norma ciertamente anodina, en la que los momentos más delicados ('Oh, rimembranza' y 'Mira, o Norma') se resolvieron con una orquesta casi inaudible, confundiendo Hindoyan el volumen con la intensidad.
Dejo para el final el capítulo más amargo de estas funciones, la producción de Álex Ollè. Y es que es un completo dislate, prescindible de principio a fin. Todo parte de una sobrecargada escenografia, de reconocible impronta ‘furera’, con una suerte de osario compuesto por un sinfín de cristos. Épater les bourgeois... Qué pereza... A partir de aquí se precipita el sinsentido de hacer pasar a los galos por los más catolicos y apostólicos del orbe, cuando en el libreto precisamente se enfrentan a Roma (la más apostólica de todas en su momento, como es bien sabido).
No hay por donde coger la propuesta de Àlex Olle. La estética fascistoide, las reminiscencias al Valle de los Caídos... nada tiene sentido, nada aporta relieve a la complejidad de los personajes, nada induce a la reflexión, nada emociona... Como remate, Oroveso acaba con la vida de Norma de un súbito disparo en la escena final. El absurdo por el absurdo, la ocurrencia por la ocurrencia. Un verdadero naufragio escénico. Hay muchas cosas que me gustan en la propuesta artística de Victor García de Gomar, pero hasta la fecha no puedo decir que la presencia de Àlex Ollé como artista residente sea una de ellas. Veremos si el Trovatore de la próxima temporada sirve a modo de redención.