Carreras Peralada22 a

Nostalgia, infinitud, verdad

Peralada. 3-4-5/8/2022. Festival Castell de Peralada. Gala lírica con José Carreras y recitales de Lise Davidsen y Ermonela Jaho. 

Pasado, presente y futuro de la lírica se ha concatenado estos días en los escenarios del Festival Castell de Peralada, de la mano de José Carreras, Lise Davidsen y Ermonela Jaho. La nostalgia vino de la mano del tenor barcelonés, quien protagonizaba una gala lírica donde además se le hizo entrega de la Medalla de Oro del Festival de Peralada. Parco en palabras, como lo ha sido siempre, Carreras no intervino para agradecer el galardón, tampoco para congraciarse con un público caluroso y amable que se entregó a su recuerdo sin reproches.

 

Te ne ricordi ancor

Acompañado por la Orquesta del Liceu, a sus 75 años de edad el tenor catalán no engaña a nadie: le queda lo que le queda y lo cierto es que lo maneja sin trucos ni aspavientos. El fiato es suficiente y el fraseo es genuino. Así, de tanto en tanto, salió a relucir algún momento que recordaba al Carreras de antaño, especialmente en las canciones napolitanas, cantadas con verdad, a flor de piel, con el esmalte de algunas notas centrales aún intacto. El repertorio no entusiasmó, pero imagino que hay poco ya donde elegir, sin dejar al descubierto las vergüenzas.

José Carreras, en todo caso, podría haberse rodeado mejor, empezando por la batuta de su sobrino David Giménez, poco consistente. Tampoco entusiasmó la soprano croata Martina Zadro, voluntariosa y esmerada, pero lejos del realce musical que una velada así pedía. Y sobró un tanto, debo decirlo, la actuación de la joven Mariona Escoda, ganadora de un talent show de tv3, en las antípodas de lo que cabe esperar de una gala lírica de estas circunstancias. Carreras cantó con ella Un núvol blanc de Lluís Llach y Paraules d’amor de Joan Manuel Serrat.

Me quedo, en todo caso, con la nostalgia de un cantante que es historia viva de la lírica, dueño de una voz esplendorosa es sus comienzos, y cuyo regreso a los escenarios tras la leucemia estuvo muy ligado precisamente al Festival de Peralada, que ha querido honrar al tenor catalán con cariño y generosidad.

 

Davidsen Peralada22 a

Una voz infinita

La soprano noruega Lise Davidsen posee una voz entre un millón. Es sin duda la voz de su generación, pero no solo por sus facultades naturales, sino también y muy especialmente por su inteligencia, por su técnica, por su carisma y también por su naturalidad. Cuesta imaginar una cantante más dotada ahora mismo en activo sobre un escenario. Su recital en Peralada fue un derroche desde todo punto de vista, verdaderamente apabullante de principio a fin. El gigantesco instrumento de Davidsen se pliega como un guante a las melodías de Grieg y Strauss, acariciándo con mimo cada verso, jugando con una media voz exquisita, coloreando cada recoveco de la partitura. Acompañada al piano por Sophie Reynaud, Davisen se confirmó como una liederista magistral.

Y al mismo tiempo lo tiene todo para triunfar en el mundo de la ópera, con una voz infinita, caudalosa y sumamente atractiva. Así lo dejó patente desde su primera intervención con 'Dich teure Halle' de Tannhäuser, con una voz que hizo retumbar las paredes de la Iglesia del Carmen. El trimbre lo tiene todo: un agudo restallante, la dosis justa de metal, un centro pastoso y un color irresistible en toda la extensión. Sieglinde, Desdemona, Lady Macbeth ... incluso Tosca escuchamos en la voz de Davidsen, con un 'Vissi d´arte' para el recuerdo en las propinas.

Reina indiscutible del Festival de Bayreuth estos mismos días, el futuro de la lírica está en las manos de Lise Davidsen. Así cabe deducirlo de la insultante y pasmosa confianza con la que paseó su voz por todo este repertorio en Peralada. Si hay una cantante a seguir, durante la próxima década, es ella. Afortunadamente, Víctor García de Gomar se ha asegurado ya su presencia en las próximas temporadas del Liceu, por lo que no tendremos que irnos muy lejos para seguir de cerca a la noruega.

 

Jaho Peralada22 b

L´umile ancella

La soprano albanesa Ermonela Jaho es una artista extremadamente sensible, de una rara verdad en la expresión, de un sentimiento genuino. Su instrumento, dotado con un centro carnoso y bien domeñado en toda la tesitura, encuentra en ella un manejo muy inteligente de los reguladores, especialmente en el tercio agudo, donde se recrea con inspiración y no sin riesgo. Jaho vive y canta en el melodrama, es pasión y sentimiento en cada nota. Una voz nacida, en suma, para el universo de Puccini y los autores veristas.

No en vano su recital en Peralada, en consonancia con su álbum Anima Rara, giraba en torno a la figura de Rosina Storchio, una intérprete especialmente ligada a las obras de Leoncavallo, Giordano, Puccini y Mascagni, de quienes estrenó piezas como La bohème, Zazà, Siberia, Madama Butterfly o Lodoletta. La soprano albanesa se identifica sin duda con esas coordenadas, con su canto intenso, pero sin excesos, siempre desde el buen gusto, siempre al servicio de la expresión franca y sincera del texto. 

Sin ser, por timbre, una voz extraordinaria, la garganta de Jaho resuena con una teatralidad innata que amplifica su talento. Y es que Jaho canta con el corazón, dándolo todo, sin esconderse un ápice, con una musicalidad extrema, radical. Su canto es vivencia y así lo traslada también a la experiencia de los oyentes, estremecidos en más de un instante durante la velada.

Aunque voluntarioso, el acompañamiento al piano de su sobrina Pantesilena Jaho estuvo lejos de elevar el nivel del recital, que podría haber sido memorable de contar con algo más de magia en las teclas.