Cuando lo evidente deja de serlo

Milán. 10/12/2015. Teatro alla Scala. Verdi: Giovanna d´Arco. Anna Netrebko, (Giovanna), Francesco Meli (Carlo VII), Devid Cecconi (Giacomo), Dmitry Beloselskiy (Talbot), Michele Mauro (Delil). Dirección de escena: Moshe Leiser y Patrice Caurier. Dirección musical: Riccardo Chailly.

Ni más no menos que desde 1865 no se escuchaba la Giovanna d´Arco de Verdi en la Scala de Milán, a pesar de su exitoso estreno, precisamente en el coliseo milanés. Quizá por eso su actual batuta titular, Riccardo Chailly, decidió abrir esta stagione recuperando el título en cuestión con la rusa Anna Netrebko en el rol titular. Chailly conoce bien la obra, no en vano la dirigió ya en Bologna en 1989, con las voces de Dunn, Bruson y la Scola, en una producción de Werner Herzog. Para esta ocasión Chailly dice haber restaurado la partitura original con respeto filológico, evitando los cortes más acostumbrados hasta el momento. A decir verdad, la diferencia no es tanta, pero Chailly siempre intenta poner una cierta pátina intelectual y académica a todo lo que pasa por sus manos. Una pátina que, por otro lado, es asimismo seña de identidad de su hacer en el foso. Y es que este Verdi, de muchos quilates todo sea dicho, termina por ser bajo su batuta contemplativo y cerebral en demasía, lejos de la teatralidad vibrante de un Muti o la sublimación de un Abbado. Una más que notable versión musical la suya de esta Giovanna, en todo caso, sobre todo con una orquesta en muy buena forma, con esa cuerda pastosa tan reconocible y con unas maderas de sonido atinadísimo, ora brillante, ora melancólico. Menos entonado encontramos al coro, un tanto envarado en sus intervenciones, buscando más un sonido vigoroso que un sonido contrastado y de articulación más nítida.

Ya habíamos escuchado esta partitura hace un par de temporadas en Bilbao, dentro del Tutto Verdi de ABAO y con Krassimira Stoyanova en el papel protagonista. Lo cierto es que la tradición ha asignado el rol a voces con un tinte más dramático, como Tebaldi que lo recuperó en 1951 con Bergonzi y Panerai, aunque sin perder de vista a menudo el núcleo belcantista de la parte. Así se explica que Mariella Devia o más recientemente Jessica Prat hayan asumido el rol, en una senda que otrora transitaron Stratas, Ricciarelli o Anderson. Es en todo caso Montserrat Caballé, en el consabido estudio con Levine, Domingo y Milnes, quien ofrece una recreación más redonda del rol, tanto en las páginas que demandan fantasía para el canto spianato como en aquellas que requieren un temperamento más dramático, de tintes casi heroicos. Anna Netrebko va camino de ser una soprano inclasificable (soprano assoluto si acaso) atendiendo a su repertorio, que va de Lady Macbeth a Mimì como si tal cosa. Nunca tuvo una familiaridad neta y acabada con el belcanto, y de hecho sus excursiones por la Elvira de Puritani y la Lucia de Donizetti terminaron más bien pronto. Pero no es menos cierto que tiene un gran carácter como intérprete; resulta creíble en escena y tiene un magnetismo de los que hacen grande a un solista incluso sin abrir la boca. Así las cosas, su Giovanna sorprende porque es en conjunto mucho mejor de lo que cabría esperar pensando en frío la adecuación de su material a la parte. Le falta a menudo un tono más etéreo a su canto elegíaco, pero hay un temperamento bien medido y verosímil en toda su interpretación, que está cuajada aquí y allá de esos sonidos puntuales que mantienen a un teatro en vilo. Heterodoxa si ustedes quieren, pero su Giovanna se sostiene por méritos propios, con unas limitaciones obvias pero nunca mayúsculas. Así las cosas es un crimen, por cierto, que Netrebko nos vaya a privar de escucharle cantar la Elisabetta de Don Carlo y la Desdemona de Otello, simplemente porque le parecen caracteres sin mayor interés. Al menos, me consta que se trabaja ya en su debut como Leonora de La forza del destino, en unas funciones del Met junto a Jonas Kaufmann.

Junto a ella, el tenor toscano Francesco Meli se mostró en plena forma, con un instrumento grande y timbrado que buscaba imponerse por méritos propios cada vez que pisaba la escena. Cantó con gusto, fraseando a la vieja usanza y buscando inflexiones y acentos en cada frase. Quizá el timbre esté engrosado con cierto artificio y haya algunos sonidos apoyados demasiado atrás, pero en conjunto, habiéndole escuchado como Riccardo de Un ballo in maschera, como Ernani o como Manrico en Trovatore, Meli se impone como una opción excelente para este repertorio.

Ya habíamos escuchado a Devid Cecconi como Nabucco hace unos meses en el Palau de Les Arts, en reemplazo de Leo Nucci. Aquí volvía a subir al escenario para una sustitución, esta vez para cubrir a Carlos Álvarez. Nos consta que Carlos estaba ya perfectamente repuesto tras una inoportuna indisposición que le impidió debutar en la primera función de esta Giovanna d´Arco. Pero los contratos son los contratos y la industria del disco a veces impone sus dictados, de modo que se requería al mismo barítono para las tres primeras funciones, que son las que se van a grabar para una futura edición en DVD. Es por esto que volvíamos a contar con Cecconi en escena, a pesar de estar ya Álvarez (un profesional como la copa de un pino, dicho sea de paso) en condiciones de volver a cantar. Cecconi es voluntarioso, pero la voz suena ajada y grisácea a menudo, como si fuese de hecho más mayor de lo que le corresponde. A su Giacomo faltaron sin duda nobleza y una hondura más auténtica. Es un desperdicio, por último, contar con la estupenda voz de Dmitry Beloselskiy para la mínima parte de Talbot.

La producción de Moshe Leiser y Patrice Caurier es, dicho sea sin pelos en la lengua, una horterada mayúscula (esos demonios, esos ángeles, esas proyecciones…), amén de un manido intento por hacer pasar a Giovanna por una loca en lugar de por la heroína que interesaba a Verdi en el contexto del Risorgimento. Se antoja lamentable que la Scala no tenga nada mejor que esto para ofrecer en una inauguración de temporada. Como mucho el trabajo de los dos registas se sostiene bajo las coordenadas de un historicismo revisitado, un punto kitsch y conformista en todo caso. Lo de menos es por descontado el hecho de presentar la figura de Carlo VII bajo un ropaje dorado de pies a cabeza… Lo de menos es también la recreación en miniatura de la catedral de Orleans… La producción decepciona por no aspirar a nada más que una literalidad corta de miras, realizada sin brillo y que se abandona en manos de un convencionalismo de pretenciosidad futil que a fuerza de decir más de lo mismo ya no dice nada. Una Giovanna, pues, la que nos ocupa, en la que lo evidente dejó de serlo: ni la literalidad alicorta de la producción funciona, ni Chailly es la quintaesencia verdiana, ni Netrebko está tan alejada de estos lares como pudiera suponerse.